Este 1 de diciembre, el gobierno encabezado por el presidente López Obrador estará cumpliendo los primero dos años de su período constitucional; pronto transcurrieron los primero 24 meses de un gobierno que se declaraba a sí mismo, transformador de una realidad agobiante del México que todos amamos, o al menos así lo declaramos cada vez que tenemos oportunidad de que alguien nos escuche o parezca escucharnos.
Han sido dos años difíciles para todos. Desde aquella euforia que llenó los ánimos y esperanzas de más de 30 millones de mexicanos, que degustaron como nadie el sabor de un triunfo negado por décadas, al menos desde aquella utopía “transformadora” surgida del movimiento estudiantil del 68; sin embargo, aquel ideal rebelde de cincuenta y dos años atrás, también se transformó como concepto, como meta, y nos llegó al país en el 2018 ya convertido, con la etiqueta de la “Cuarta Transformación” o 4T, que, en su afán por llenar su espacio en la historia nacional, admitió un inmisericorde manoseo a su esencia transformadora, a su rebeldía original.
Efectivamente, cambiar un país en dos años, se antoja una tarea imposible, sobre todo tratándose de México, tan lleno, sí, de mexicanos. Un país construido sobre los resultados de una revolución violenta (¿qué revolución no lo es?) en un mundo convulso, y en plena disputa de las nuevas reglas de un orden mundial tejido sobre una “guerra fría”, y un capitalismo surgido como hegemónico y dominante, con su visión del mundo muy clara, y de un “América para los americanos”, léase para los norteamericanos. México no pudo crearse a partir de su revolución con una visión autónoma, propia; el país debió construirse conforme al modelo que nos vigilaba y nos mostraba sus colmillos a cada paso. Así, la institucionalidad nacional se fue tejiendo año con año, sexenio tras sexenio, conforme al paradigma americano. Las leyes e instituciones se diseñaron para impulsar el crecimiento de la economía mexicana, abriendo las puertas de par en par a la inversión extranjera triunfante de las dos grandes guerras mundiales y la americanidad de América. El desarrollo integral del país, podía esperar; priorizar la creación de la riqueza antes de distribuirla era la estrategia, aunque la riqueza creada, en vía de mientras, se concentrara en algunas pocas manos.
Alcanzar la consolidación del proyecto emanado de la Revolución consumió ya un siglo de la vida del país, pero, este mismo esfuerzo, significó para el sistema político mexicano, asociado al proceso, su agotamiento, el hartazgo social, y, por supuesto, la aparición de un movimiento crítico atinado de esa circunstancia, con un líder carismático hábil y persistente. Esta aparición tardó 12 años en consolidarse, en resistir todos los embates del sistema, y construir la opción electoral capaz de derrotar el establishment político de México. Supo reconocer e identificarse con el cansancio ciudadano, a partir de ahí, construyó una gran plataforma social, atrajo aliados de todos lados, no importaban sus antecedentes políticos, la prioridad era sumar, convertir la propuesta en una gran revulsión político electoral que lograra, categóricamente, expulsar del gobierno a los partidos tradicionales, responsables de la desgracia nacional. Y lo logró.
Sin embargo, el movimiento invirtió toda su energía, recursos y talento, en ese punto de quiebre que eran las elecciones del 1 de julio de 2018. El proyecto de nación se quedó en el discurso de campaña, en aforismos simbólicos de la Cuarta Transformación. Cada uno de ellos se convirtió en una máxima de la nueva era que se asomó aquel día histórico. “No más corrupción”, “Primero los pobres”, “Abrazos, no balazos”, “El ejército a los cuarteles”, y así, la 4T ha ido caminando, desmantelando programas, instituciones, proyectos, leyes. Todo este esfuerzo “transformador” se hubiera justificado plenamente sí al desmantelamiento, cambio o supresión, se ofreciera, al mismo tiempo, la alternativa correspondiente, la propuesta que sustituyera positivamente lo eliminado. Pero, a dos años del proyecto de la 4T, la corrupción sigue siendo el distintivo de los procesos del gasto o la inversión pública, casi el 80% de las asignaciones del gobierno federal se dan a través de la figura de la asignación directa, en la mayor de las opacidades y frente a unas autoridades responsables de su vigilancia, lo que en automático revela al menos algún tipo de oscura complicidad. La estrategia de combate a la inseguridad pública, basada en el apapacho a la criminalidad violenta, ha dejado al país al menos con 67 mil muertes violentas. La cifra más alta, de los últimos gobiernos federales, aunque habría que considerar que de este apenas van dos años.
La puesta al principio de la fila de los sectores más desprotegidos y rezagados del pueblo de México, no puede dejar de ser señalado como un afán de control con fines eminentemente electorales, los programas de “Jóvenes construyendo futuro”, “Sembrando vida”, “Adultos Mayores”, sólo indican el manipuleo de sus padrones y tiempos con esos propósitos. En todo caso, debemos no perder de vista el asunto de las inundaciones en Tabasco, las provocadas por los meteoros climáticos y los provocados por las decisiones presidenciales, que dejaron decenas de miles de pobres con el agua hasta el cuello, literal.
Lo del regreso del Ejército a los cuarteles, quedó en mero eslogan de campaña, hoy vemos un Ejército empoderado, constructor de aeropuertos, hospitales, sucursales bancarias; amén de su posibilidad de coordinar la seguridad pública nacional, del control de la Guardia Nacional “civil”, creada en este gobierno. Ya no hablemos de su poder para “convencer” al titular del Ejecutivo, de la inocencia del general Cienfuegos, y la consabida intercesión ante el “amigo” y decadente régimen trumpiano.
Al final, la impericia federal para el manejo de la pandemia, hoy deja casi 106 mil muertes de mexicanos por el coronavirus, y más de 1 millón 100 mil contagiados, el sistema de salud nacional colapsado; crisis en la provisión de medicamentos para niños con cáncer. Y para rematar, una economía rota para los próximos años.
¿Qué celebra el presidente López y su 4T?