Un tema tan delicado como es la seguridad pública, es mejor dejarlo en manos de quien lo conoce y que tiene a su favor el peso de la experiencia, y sobre todo el respeto y reconocimiento de los miembros de los cuerpos policíacos, y este es el Comandante Benjamín Andrade Esparza.
Ante la situación tan adversa que viene viviendo nuestro país, es necesario revisarnos como sociedad, y atrevernos a enfrentar con absoluta honestidad nuestra realidad; buscar culpables de muchos de los males que nos aquejan podría ser una motivación para salvar el día, pero desafortunadamente en ese irreflexivo acto del inmediatismo, estaríamos volviendo a postergar el análisis serio de la larga e interminable cadena de errores, que nos hemos permitido soslayar sin reconocer que el detallito tarde que temprano se convierte en el gran detalle.
En el escenario actual la inmensa mayoría queremos ungirnos como parte del jurado, sin reconocer que tal vez en más de una ocasión tendríamos que estar en el banquillo de los acusados, pero en este momento nuestra condición nos ha transformado en expertos de la simulación y el engaño. Cuántas ocasiones en los últimos tiempos nos hemos permitido lagunas mentales, que obnubilan nuestro pensamiento hasta lograr que pensemos que lo sucedido fue parte de un mal sueño, y no la síntesis de lo cotidiano.
Señalar culpables se ha convertido en el deporte nacional por excelencia, y hemos evitado mirarnos al espejo con el afán de no reconocernos como somos. Adjetivar es el recurso más concurrido cuando hablamos sobre alguien más, sin percatarnos que sí sentimos de vez en vez alguna sensación extraña, es porque seguramente alguien está hablando de nosotros, y está reproduciendo el mismo esquema, esto es adjetivarnos.
Pero la sensación que todos tenemos es que necesitamos cambiar, de acuerdo pero hacia dónde o cómo; hace algunos años alguien o algunos en esta nación utilizaron tanto el vocablo cambio, que parecen haber agotado su significado, y no es porque lo hayan dicho muchas veces o de manera reiterada, sino que jamás le dieron una utilidad real al término.
Como aprecio que ya para la mayoría de los mexicanos el decir cambio no les significa nada, porque a fin de cuentas se hizo este cambio para que nada cambiara; les propongo que mejor nos reinventemos, que ahora si nos nutramos de lo mejor de nuestra historia (sin los errores en los libros de texto gratuito de sexto año); que alejemos los prejuicios que hemos heredado generación tras generación; que evitemos los males endémicos que tenemos como sociedad y que rearticulemos el entramado social, poniendo lo mejor de cada uno de nosotros.
Las consecuencia de ser una nación que se revisa cíclicamente para ver cómo está, y sólo para ver cómo está, sin hacer nada como consecuencia de sus diagnósticos, nos ha costado lo que hoy estamos pagando, un país que se encuentra en la peor de la crisis, la crisis de la credibilidad. Añorar que no tuvimos la inteligencia y menos la valentía de llamar a las cosas por su nombre, es un buen ejercicio retrospectivo, pero seguir negándonos la posibilidad de empezar a hacerlo, es necedad y estupidez absoluta. Decir que somos un país más grande que sus problemas, es sólo un elemento retórico, cuando no se trata de modificar el hecho, de que los problemas sigan creciendo hasta que sean igual de grandes que este país. Desgastarnos en saber quién dice más sin decir nada, puede ser no sólo cantinflear, sino irreverencia sin disculpa, que nos ubica en el sentido de nuestra desesperanza, no es hablar por decir algo, sino decir algo cuando se habla.
Bien, la apuesta está sobre la mesa, y como alguien un día me dijo, yo sólo hablo por mí, porque hablar por los demás es engañarme a mí mismo, y como no pretendo ser un símil de aquellos que pretendiendo emular a Guadalupe Victoria dijeron “Va mi espada en prenda, voy por ella”, y aún seguimos esperando que vayan en pos de ellas, yo sí la tomo.
Reinventarnos con todo lo que tenemos a favor en esta nación, es más de lo que necesitamos, solamente hay que hacerlo.