Del partido de la abstención al sistema de partidos - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Militar en un partido se ha vuelto una especie de signo de incultura; de estar alejado de lo políticamente correcto. Mientras agruparse para defender el medio ambiente nos coloca como ciudadanos comprometidos y solidarios; ser perredista, priísta o panista quiere decir que somos ambiciosos y que buscamos beneficiarnos de los recursos públicos.  
Los intelectuales, que niegan sus fobias y filias, gozan de criticar a los partidos; se regodean citando las encuestas que los ponen en el último lugar de confianza ciudadana. Pero la mayoría de ellos espera un favor del régimen para modificar sensiblemente sus opiniones. Lo mismo pasa con los periodistas.  
La desgracia que se cierne sobre el sistema de partidos es su desvinculación del proceso de construcción de ciudadanía. Mientras el nivel más trascendente en la evolución del ciudadano, según Hegel, era la actividad política, la eticidad; hoy, para ser un ciudadano íntegro, en el discurso de lo políticamente correcto, uno debe renunciar a ser militante de algún partido.   
La idea, en sus términos más amplios, es producto de la incultura, de la falta de ejercicio de la filosofía política y la reflexión que se ha dado en las élites políticas (a nivel mundial, pero especialmente en México) y de los intereses de los poderes fácticos. No es casualidad que los grupos de interés más favorecidos por un Estado débil y un sistema de partidos anémico, sean los que gusten de repetir ideas del tipo. En México, el ejemplo más paradigmático son las televisoras, que no cejan en su afán de desacreditar las actividades públicas, a los partidos y a los miembros de los distintos poderes del Estado, especialmente el Legislativo. 
Arnaldo Córdova publicó el 16 de diciembre del 2007, en La Jornada, un artículo esclarecedor sobre el tema, titulado Partidocracia (puede ser consultado en línea), en el que afirmaba:  
La idea de la Partidocracia, bandera de los grandes medios de difusión masiva y del Consejo Coordinador Empresarial, aparte unos cuantos más, es tan demagógica y falsa como la idea de la defensa de la libertad de expresión. No pueden entender que la política moderna sólo puede hacerse con partidos políticos y no por la libre, porque entonces no tiene ningún sentido. Creo que el que más se ha esforzado por explicar esto es un hombre sin partido desde hace muchos años, mi querido amigo Pepe Woldenberg. Pero creo que nadie le hace caso.   
En su artículo, Arnaldo desmitifica, asimismo, tres tesis centrales de la idea de Partidocracia, que reflejan lo absurdo del concepto, pese a que haya sido respaldado con cierto grado de genialidad por intelectuales de la talla de José Saramago (Ensayo sobre la ceguera) e incluso del editorialista de este diario Guillermo Ornelas, (Un partido de la abstención, La Jornada Aguascalientes; 24/IV/2009) quien, en un bonito y lúcido artículo, defiende el hilo argumentativo que predican los poderes fácticos.  
De hecho, el tema se debate todos los días, aunque no lo percibamos o no hagamos tiempo para la reflexión. El martes 24 de abril, en la nota que ameritó las ocho columnas de este diario, se daba cuenta de una entrevista en la que Ignacio Ruelas Olvera convocaba a transitar a un “Estado de partidos” (la forma amable, o correcta, de llamar a la Partidocracia) a través del fortalecimiento de dichas organizaciones políticas; en lugar de seguir apostando a su debilitamiento paulatino.  
Y es que, quienes provienen de la tradición democrática, como Ruelas, Woldenberg o Córdova, entienden que siempre será preferible un Estado en el que su destino surja del debate público ampliado a un sistema de partidos (pese a sus defectos), en vez de que el futuro de la nación se decida en asambleas que, con menos de 40 asistentes, pueden ser perfectamente representativas de los poderes fácticos de este país.  
A lo ya expuesto, habría que agregar la tradición filosófica kantiana, según la cual, los posicionamientos públicos surgen de un sistema de pertenencias a comunidades epistémicas (o comunidades de ideas). En función de eso, uno milita en el PRI, PAN o PRD, por compartir tesis generales y particulares sobre el desarrollo, la justicia o el progreso.   
Si perseguimos ese tipo definición, entonces, no tenemos que avergonzarnos de ser priístas por Mario Marín, ni de ser panistas por Emilio González, ni de ser perredistas por René Bejarano, porque nuestra pertenencia política no está en función de afinidades personales, sino de identidades epistémicas.   
Así, nos debería preocupar si en la plataforma del partido de nuestra preferencia están los asuntos que a nuestro juicio pueden destrabar la transición interrumpida de este país (sean reformas económicas, políticas o culturales).  
Si estimulamos ese tipo de ejercicios, y promovemos la partidización de la vida pública, emprenderemos la mejor ruta para acabar con lo que solemos llamar Partidocracia: cada vez serán más los ciudadanos que tengan que avalar las decisiones de los partidos políticos, sus programas, sus líneas de acción y su ejercicio de los recursos públicos.  
El camino más fácil, el de la abstención, el de la apatía, el de la individualización de los problemas, es la manera más sencilla de hacerle la tarea a quienes tienen secuestrado al Estado en Latinoamérica y buena parte del mundo: los poderes fácticos. Hay que asumir una postura, y luchar por reivindicar la militancia política. Siempre con respeto de quienes defiendan otras trincheras.


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