¿Qué dejaron las precampañas? - LJA Aguascalientes
22/11/2024

no de los signos de salud que presenta la todavía incipiente democracia mexicana, tiene que ver con la forma en que los partidos eligen a sus candidatos.  Aunque todavía no podríamos hablar de transparencia, ni de un involucramiento de los ciudadanos en los procesos internos, es innegable que en la última década se han dado muestras de avance.

Las campañas internas en los partidos políticos, bautizadas en el lenguaje idiosincrático de nuestra cultura política como “precampañas”, ahora son un motivo real de debate y deliberación públicas. Los partidos, por otra parte, han aprendido el valor que tiene dicho proceso previo a la designación de candidatos, entendiendo que gran parte del sentido de una elección se define en esa fase del proceso. En buena medida, la lección la aprendimos todos en cabeza ajena, cuando el PRI comenzó a perder gubernaturas y alcaldías por errores evidentes de sus procedimientos electivos internos.

En el actual proceso electoral para definir a los próximos diputados federales de la nación, prácticamente han concluido las precampañas; y lo digo así porque, aunque concluyeron formalmente el 31 de marzo, el aplazamiento otorgado por el IFE para la integración de las listas de representación proporcional, amplía los tiempos para los últimos “amarres” y enroques que deben efectuar los partidos y los gobiernos. 

Así, es un buen momento para hacer un primer corte de análisis del proceso electoral, y en ese sentido, el dato más significativo es el saldo positivo que dejó marzo para el PAN.  

Acción Nacional ha demostrado, tras nueve meses en el ejercicio de gobierno, que ha desarrollado ya una estructura clientelar efectiva en términos electorales. Dicha forma de proselitismo político está asentada sobre las mismas bases (en términos de cultura política, no así de ideología) del régimen autoritario que persistió en México durante el siglo veinte. 

Aunado a eso, el grupo político en el poder, es decir el calderonismo, ha demostrado que, a pesar de su juventud, tiene una formación política mucho más “hecha” que la de la clase foxista que le precedió. Al calderonismo lo define una formación sustentada en una ideología elitista, al estilo de Ortega y Gasset, que bien definió Macario Schettino en El Universal (El ideario de Calderón, 24/IX/2007) así como una tradición política forjada en el modus operandi del Yunque, que retrata profesionalmente Álvaro Delgado, en su libro El engaño. Prédiga y práctica del PAN. Una especie de porrismo ilustrado que ha saltado a la luz pública con más intensidad, recientemente, tras la exposición mediática de Germán Martínez Cázares, pero que ya había sido revelado en toda su extensión durante el 2006, con la complicidad del PRI, que sale hoy, de manera cínica, a poner en duda un triunfo que ellos legitimaron a lo largo de los últimos 30 meses. 

Pero más allá de ese debate que está fuera de tiempo y forma, lo relevante es que en marzo Martínez Cázares y Calderón demostraron que saben operar de manera efectiva, y que entienden las reglas que dejaron al PRI perpetuarse siete décadas. San Luis Potosí, Jalisco, Nuevo León y hasta el caso local de Aguascalientes, son un buen ejemplo. Se incluyeron a todos los actores en la soluciones del juego; desde los poderes fácticos, los gobernantes de Acción Nacional y hasta líderes de opinión. 

Caso contrario a lo que sucedió en el PRI, partido en el que Beatriz Paredes priorizó jugar por el liderazgo de la Cámara con un equipo de candidatos hecho a la medida. Como en el caso del PAN, también Aguascalientes es claro ejemplo de ese tipo de decisiones. No obstante, los gobernadores sí fueron satisfechos en la mayoría de sus demandas de candidaturas, al igual que operadores experimentados, como el secretario general del tricolor, Jesús Murillo Karam. 

Sin embargo, se antoja difícil que se concrete lo que en un principio era una posibilidad real, de ganar la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. En Nuevo León, es casi imposible que el PRI gane, ante el desgaste del gobernador de dicho partido y la buena reputación del candidato panista, Fernando Elizondo; en  Jalisco, aunque los pronósticos son optimistas, la estrategia blanquiazul de colocar a candidatos más vinculados con Ramírez Acuña que con Emilio González, quien es el que ha estado más acosado por la opinión pública, pudiera permitirle al PAN estar en la competencia, pese a escisiciones como la de Fernando Garza; en el DF, el PRI está perdido; en el Edomex, la elección no será un día de campo, como se piensa en medio de la vorágine mediática que provoca el fenómeno de Peña Nieto.  


Por ello, de entre los estados considerados “grandes”, el PRI sólo podría obtener una ventaja extraordinaria de Coahuila y Veracruz, estados en los que los gobernadores ejercen un control casi total sobre el partido, y prácticamente sobre las instituciones políticas. Aunque el PRI parte como favorito, el manejo de campaña del tema de la seguridad ha sido desastroso, y el de la economía, más bien mediocre. 

Por último, está el tema del PRD, al cual la precampaña no le favoreció como se empezaba a ver tras los repuntes que tuvo su imagen en enero y febrero. Elecciones rodeadas de impugnaciones; el secuestro de las corrientes a los espacios de decisión; falta de claridad en una política programática y el desvinculamiento de la base social que llevó a AMLO a los resultados que obtuvo en 2006, son algunas de las razones de este estancamiento.  

Ahí, el único caso que se cuece aparte es Marcelo Ebrard, quien gobernando la entidad más vinculada a la inseguridad en las últimas décadas, ha salido bien librado del vendaval que ha significado la irrupción del crimen organizado. Además, Ebrard ha demostrado ser hábil en la relación con los poderes fácticos, desde los sindicatos hasta las televisoras, especialmente Televisa, empresa con la que ha cuajado una estrategia quizá menos potente que la de Peña Nieto, pero sí muy intensa. 

Ebrard se ha asumido como el jefe político del DF con mayor poder en los últimos años. Ni siquiera López Obrador logró, en su momento, arrebatarle la pobladísima delegación de Iztapalapa a Nueva Izquierda. Y si lo ha hecho así, es porque ha sido lo suficientemente inteligente (o cínico) para respetar las parcelas de las corrientes perredistas en la Ciudad de México, lo que ha propiciado, incluso, una división inusitada en el equipo de Jesús Ortega, tras el sentimiento de agravio que ha entrado en el grupo que lidera el senador René Arce, y que precisamente tenía su gran trinchera en Iztapalapa. 

En conclusión, aunque el escenario de 2009 debería de ser, en teoría, totalmente favorable a una opción de cambio en el modelo económico y en el modelo socio/jurídico que se implementan desde el Estado, la política ha matado coyuntura. El PAN, envalentonado; al PRI lo nubló arrancar con tanta ventaja; y el PRD, como el resto de la izquierda mexicana, extraviados en el “repartidero”. Marzo ha sido un mes significativo.

 


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