Yo Leo - LJA Aguascalientes
16/11/2024

Si estaban así antes de que las conociera, habría que preguntarse qué las atrae. Si soy yo quien las hace así, entonces no me queda sino pedir perdón

 (Laura V. Díaz)

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero no es un libro a mitad de camino como querría su autor (“una duplicidad indudable en mí: me siento a la vez médico y naturalista; y me interesan en el mismo grado las enfermedades y las personas”) sino un libro precisamente de, al menos, dos caminos, el clínico y el literario. Leer a Oliver Sacks es leer una historia, no un historial, clínico y un verdadero cuento que, si no fuera porque se sabe de su realidad, clasifica dentro del surrealismo.

En una de las conversaciones con pacientes, son veinte casos los que reseña, se resume perfectamente el espíritu que anima el libro, y toda la “practica” de Oliver Sacks. “Sí, eso dijo. ¿Pero ha visto usted alguna vez una histeria como ésta? Plantéeselo fenomenológicamente…, considere lo que ve como un fenómeno auténtico, en el que su estado corporal y su estado mental no son ficciones, sino un todo psicofísico. ¿Qué es lo que podría dar este cuadro en que tanto la mente como el cuerpo parecen minados? No es que pretenda ponerle a prueba  -añadí-. Estoy tan desconcertado como usted. Jamás había visto ni imaginado una cosa así…”. Todo es parte del paciente, mente y cuerpo, lo visible y lo invisible, lo que pasa y lo que no pasa, la historia y lo que cuenta la historia, ese todo psicofísico.

Frente a otros libros de semejante calado, del anecdotario de guerra de Victor Frankl a los fundamentales y teóricos textos de Fromm, el libro de Sacks se encuentra en una zona que lo convierte en atractivo por su multiplicidad de lecturas. Lo que cuenta está en algún sitio entre líneas o, tal vez, dentro del lector que se ve enfrentado a su propia realidad en la “enfermedad”, así, entre comillas, de quienes son, simplemente, diferentes.

Sacks coincide con Ivy McKenzie al que cita diciendo que “el médico no se ocupa, como el naturalista, de una amplia gama de organismos diversos teóricamente adaptados de un modo común a un entorno común, sino de un solo organismo, el sujeto humano, que lucha por preservar su identidad en circunstancias adversas”. Todos los “protagonistas” de este libro son, antes que casos de manual médico, son humanos, como lo es el lector. Y es ahí donde radica gran parte del interés de un libro nada especializado para lectores interesados en establecer ese diálogo con el otro que es la medicina y, también, la literatura.

Algunos textos breves, minicapítulos dentro de algunas de las divisiones del libro, podrían entrar perfectamente dentro de la Antología del humor negro de André Breton como por ejemplo “Dedo Fantasma”: “Un marinero perdió en un accidente el dedo índice de la mano derecha. Durante cuarenta años le persiguió el fantasma intruso de aquel dedo rígidamente extendido, como estaba cuando lo perdió. Siempre que acercaba la mano a la cara temía que el dedo fantasma le sacase un ojo. Contrajo luego una neuropatía diabética sensorial grave y perdió toda sensación de poseer dedos. El dedo fantasma desapareció también”.

Pero, al fin y al cabo, además de una lectura de “pasión humana y talento literario”, por algo está publicado en Anagrama, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero es un constante recordatorio de que el lector es humano y se debe reconocer “también en esa condición quintaesencial de la enfermedad, [la de que] los animales contraen enfermedades pero sólo el hombre cae radicalmente enfermo”.

De todos los poetas griegos


Es difícil elegir uno. Pero para los días de alegría es bueno tener un poeta que recuerde que la vida no es siempre alegre, que nada dura y que como se ha sido se será. Escribe Kavafis en “La Ciudad” lo siguiente: “Dijiste: ‘Iré a otra ciudad, iré a otro mar. / Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta. / Todo esfuerzo mío es una condena escrita; / y está mi corazón – como un cadáver – sepultado. / Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo. / Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire / oscuras ruinas de mi vida veo aquí, / donde tantos años pasé y destruí y perdí’. // Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares. / La ciudad te seguirá. Vagarás / por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo / y en estas mismas casas encanecerás. / Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-  / no hay barco para ti, no hay camino. / Así como tu vida la arruinaste aquí / en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste”. (Traducción de Miguel Castillo Didier).

Banda sonora

Jose y yo sólo somos enfermos, / pero es que nunca tuve una enfermedad más dulce, / así que por ahora seguiremos. // Jose y yo también / podemos saltar, podemos crecer, / porque ella y yo / sabemos lo que hay que hacer, / sabemos lo que hay que hacer. // Las olas lentamente / se acercan a la orilla. / Y quiero estar con ella / el resto de mi vida. (“Jose y yo”, Los Planetas).


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