Georgia: La batalla que viene - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Primero fueron los gritos de júbilo; luego los sonidos de los cláxones, pero el clímax llegó con el golpeteo de cacerolas desde las ventanas y el tañer de campanas en las calles de Washington DC. La fiesta se desató de manera súbita, en pocos minutos.

Eran las 11:30 de la mañana del sábado 7. Los principales medios de comunicación acababan de anunciar el triunfo de Joe Biden en la contienda presidencial. Miles de personas de la ciudad que lo votó en un 93% convergían hacia la Casa Blanca para celebrarlo. Una hora antes el presidente Donald Trump había reiterado su victoria “por mucho”.

Después del mediodía llegó la reacción del Comité Senatorial Republicano Nacional: “El Senado es la última línea de defensa”, decía su mensaje en la red social Twitter, llamando a mantener la actual mayoría del partido en la cámara alta, todavía por definirse.

La geografía de ese nuevo frente electoral podía atisbarse en la solapa de algunos empleados demócratas en pleno festejo: una estampa con un melocotón, símbolo de Georgia, el estado sureño, la batalla que viene por el poder legislativo.

Las maquinarias de ambos partidos ya se enfocan en lo que podría definir el éxito o fracaso del siguiente mandatario: en Georgia quedan por decidirse dos puestos al Senado, en una cámara controlada por los republicanos con una tenue mayoría de 50 senadores, contra 48 de los demócratas.

Dos victorias demócratas forzarían un empate. El voto definitivo para el desempate recae en el puesto de vicepresidente que detentará Kamala Harris, una vez ratificada la victoria. La ventaja le permitiría al nuevo presidente cumplir con su agenda y elegir a su gabinete sin obstáculos. De ganar el partido republicano, su líder en el Senado, Mitch McConnell, retendría el poder que hizo posible varias de las principales victorias de Trump. Tendría la capacidad de constreñir las políticas y las nominaciones de Biden, así como lo hizo durante el segundo mandato de Barack Obama.

El día de las elecciones, el balance de poder era de 53 senadores contra 47, a favor de los republicanos.

El voto fue mucho más reñido de lo esperado. Ahí donde Trump ganó, también ganó su partido. Los demócratas sumaron dos victorias clave: un puesto en Colorado y otro en Arizona, el que ocupaba el difunto senador republicano John McCain, uno de los escasos críticos del presidente. La excepción fue el estado de Maine donde, pese un voto contrario a Trump, se sostuvo la republicana moderada Susan Collins. También hubo una derrota demócrata, predecible, en Alabama.

 


Y luego vino Georgia.

El retiro del senador republicano Johnny Isakson el año pasado forzó una “elección especial” adicional a la ya programada, que hizo que por primera vez estuvieran en contienda los dos puestos senatoriales del estado el mismo año.

En la elección presidencial, una ventaja mínima a favor de Biden provocó que se dictara un recuento de los votos, que sigue en curso. Algo parecido ocurrió en las dos campañas del Senado: en la contienda prevista para este año el actual senador republicano David Purdue aventajó a su contrincante demócrata, Jon Ossof, por 49.7% contra 48%. La legislación del estado dicta que toda victoria por menos de 50% del voto exige una repetición de la elección, entre los dos candidatos con más escrutinios.

En la “elección especial” ocurrió algo inaudito: se presentaron dos candidatos republicanos y el voto por su partido quedó dividido. La actual interina republicana, Kelly Loeffler, quedó con 25.9%, contra 19.9% de Doug Collins, el preferido de Trump. Esto permitió que el candidato demócrata, el reverendo Raphael Warnock, encabezara la contienda con 32.9% del voto. De nuevo, el margen inferior a la mitad de los sufragios forzó a una segunda votación, ahora entre Loeffler y Warnock.

Un proceso electoral complicado por la pandemia, definido por la polarización y prolongado por la polémica, se extenderá por siete semanas más.

Un solo estado del sur, de 5 millones de habitantes, determinará el futuro del Congreso: Georgia, que no había votado por un presidente demócrata desde 1992 y por un senador de ese partido desde el 2000, toma un rol de parteaguas que hasta hace algunos años pocos le hubieran augurado.

“Creo que con estas dos elecciones la historia está en marcha en Georgia”, declaró el candidato demócrata Jon Ossof el viernes 6 a la cadena CNN. Delineó los factores que han convertido un estado tradicionalmente republicano en una moneda al aire: “estamos construyendo una coalición multigeneracional y multirracial en este estado, basándonos en el trabajo realizado en los últimos 10 años por Stacey Abrams y otros, para registrar y organizar a los votantes”.

El nombre de Stacey Abrams, abogada graduada de Yale y autora de novelas románticas (bajo el pseudónimo de Selena Montgomery), es el primero que muchos analistas mencionan para explicar el crecimiento del voto demócrata. Se le designa como el factor que en pocos años convirtió un cambio demográfico a lo largo del estado en un potencial cambio político.

Una derrota de Abrams, en 2018, alertó al país de que Georgia estaba cambiando. Como la primera candidata afroamericana a gobernadora del estado, ese año Abrams movilizó un electorado ausente de contiendas anteriores, y en una elección polémica quedó a tan sólo 55 mil votos del republicano Brian Kemp. Su rival fungía como secretario de Estado y era, por ende, el encargado de organizar una elección en la cual él mismo competía. Los esfuerzos de Abrams desde entonces por registrar votantes y aumentar la base demócrata han sido señalados como una de las claves de la ventaja de Biden en el estado.

Pese a ello, los republicanos siguen teniendo la ventaja en ambas contiendas. A diferencia de lo ocurrido en la reñida elección presidencial, sus candidatos tuvieron una mayor proporción del voto.

“El camino al socialismo no pasará por Georgia”, exclamó Loeffler en un evento el miércoles 11.

Queda por ver cómo impactará en la contienda la narrativa de fraude electoral impulsada desde la Casa Blanca. La estrategia de atizar el descontento podría movilizar a los votantes republicanos en Georgia, aunque existe un riesgo: que al socavar su confianza en el voto libre y justo se socave también su deseo por retornar a las urnas en enero.

También podrían influir en las elecciones del Senado la inversión económica masiva por parte de ambos partidos y el desfile de figuras políticas que ya comenzó, al cual podrían sumarse figuras como Barack y Michelle Obama, y el propio Donald Trump. Es posible que el todavía presidente intente convertir la elección en Georgia en el último triunfo de su legado político.


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