Como si se lo hubieran propuesto, quienes manejan el aparato gubernamental federal, han acumulado en unos pocos años una gama de acciones que ha ido demeritando de manera rápida pero contundente, el bienestar de la mayoría de la población. La incongruente operación política en la Cámara de Diputados ha dejado a panistas y priístas como pareja de novios mal avenida. Echándose la culpa mutuamente de la aprobación de un paquete fiscal que a nadie gusta, el Senado se prepara para echar abajo los acuerdos, como una reacción primaria de supervivencia electoral. Sin embargo, ante hechos consumados y sin margen de maniobra, la única salida, en caso de no dejar el paquete fiscal como lo aprobaron los diputados, sería regresar a la propuesta del 2% de impuesto al consumo. Con alto costo político que recaerá más en el dividido PRI que en el sometido PAN, el daño infligido en el patrimonio de la población llega a un peligroso límite y los partidos se descubren manipulados por algo indefinible.
Se les propuso el aumento de impuestos. En ningún momento se consideró la opción de gravar la especulación financiera, las ganancias en bolsa, la eliminación de los regímenes especiales de tributación para cubrir el faltante de las finanzas públicas. Pero tampoco les pareció necesario reducir el alto costo, de aproximadamente 45 mil millones de dólares, que implica en este momento sostener el tipo de cambio ni dar cuenta de cómo se dilapidó el excedente petrolero de más de 200 mil millones de dólares en menos de seis años. El “voy derecho y no me quito …” se adueñó del espacio que correspondería a la transparencia y rendición de cuentas y apretar las condiciones económicas de la población –doctrina del shock- sustituyó al comparativamente benévolo “pan y circo”.
En el marco de sólo unos días se estresó al máximo a la población con el famoso 2% al consumo, se eliminó la compañía de Luz y Fuerza del Centro y se dio carta blanca a la siembra de productos genéticamente modificados que reportará enormes ganancias adicionales a quienes ya controlan nuestra soberanía alimentaria desde hace dos décadas. En pocos años se ha modificado radicalmente el proyecto nacional sin consenso social de por medio. La política de seguridad enmarcada en el ASPAN, la costosa -en dinero y vidas humanas- guerra contra el crimen organizado, la militarización del país, los decretos que limitan las libertades civiles, la extracción de la riqueza biológica vía el proyecto de carreteras y telecomunicaciones del Plan Puebla-Panamá, la firma del TLCAN…. Si no se entiende que todo lo anterior se identifica con una estrategia de largo alcance, poco se entiende el porqué llevar al límite de tolerancia la angustia de los habitantes del país.
La visión retrospectiva evidencia el enorme rosario de prebendas gubernamentales que desde hace años engalana a los detentadores de los poderes fácticos globales y sus secuaces domésticos, a través del control de los medios masivos, la industria farmacéutica, los energéticos, los alimentos y la banca. He ahí el meollo del asunto.
Quien no ve la política de largo alcance, se desgarra las vestiduras por el “atentado contra la clase trabajadora”. Quien no distingue a los amos de los servidores, se desvive por culpar al gobierno de falta de sensibilidad y visión.
La angustia, el miedo por la pérdida de seguridad, el temor a perder el patrimonio y el coraje por la impotencia sólo inciden en la pérdida de energía vital del conjunto poblacional. Resulta así más manipulable; se cortan los circuitos de identificación y armonía de los individuos con su universo más amplio posible a fuerza de pretender la protección de su pequeñez material.
Este fenómeno que vive la población mexicana se repite en todo el orbe. Cabalgando sobre el neoliberalismo, el control de los anhelos de la humanidad es denunciado ya por visionarios que recomiendan como única posible defensa la no-colaboración (no compliance).
Una nueva y verdaderamente poderosa manera de enfrentar –y vencer- a los que parecen invencibles paladines del bienestar a través del dominio del otro, el consumismo y la depredación, es simplemente no seguirles el juego. Incluso ignorar. El seguir su juego, es evidente ahora en nuestro país, significa caer en el temor, en la angustia. El reto, sin embargo, no es simple. Hemos sido programados para seguir unas reglas que resulta muy difícil romper, aunque seguirlas amenace nuestra integridad y libertad.
Sin embargo, quienes promueven esta vía sugieren seguirla por etapas. El primer paso sería dejar de usar los servicios bancarios y dejar de consumir productos elaborados por los grandes consorcios transnacionales. En la medida de que se perciba esa especie de triunfo personal de lograrlo, los siguientes pasos serán más sencillos y podrá comprenderse el valor de las acciones y el poder del pensamiento colectivo ordenado y dirigido a propósitos superiores.