Como nunca antes, actualmente se están acumulando escritos, artículos y documentos de análisis que pintan una realidad cada vez más adversa para nuestra viabilidad grupal en lo ecológico, económico, social y político.
El fenómeno se repite con diferentes matices en todo el orbe. En México, el problema económico aflora como el eje de los males; sin embargo, los encargados de la política económica nada parecen poder hacer más allá de los ineludibles y banales discursos sobre la situación.
So pretexto del tercer informe, se llenan espacios minimizando la gravedad de las condiciones económicas y se culpa al extranjero. El mundo de la economía y la política se desmorona, la naturaleza llora y se retuerce de dolor. Pero el gran despliegue mediático continúa ejerciendo, aquí y en todo el planeta, el poder hipnótico para difundir la verdad oficial, la machacona insistencia para sostener el pensamiento único.
Si bien esta estrategia refleja paulatinamente menos efectividad por la existencia de fuentes libres de información y mayor acción de grupos de individuos libres de sujeciones ideológicas, el adormecimiento masivo es aún preponderante. El factor económico es en la actualidad el sostén principal del sistema de control. El pensamiento único, monolítico, estructurado para beneficio de unos cuantos, persiste con la servidumbre del resto de la humanidad, que se mantiene controlado en la ilusión de separación.
Es el enfrentamiento competitivo por la posesión de recursos artificialmente escasos, el que fomenta la avaricia, las guerras, el hambre, el crimen organizado y el consumo depredador ya insostenible.
Es cada vez más evidente que el origen de los males que nos afectan en esta etapa del desarrollo de la humanidad es el propio sistema sobre el que se han construido nuestros acuerdos sociales.
Transcribo una anécdota que recorre desde hace tiempo la red electrónica: “Hace algunos años, en unos juegos para atletas con capacidades diferentes en Seattle, nueve concursantes se reunieron en la línea de salida para correr los 100 metros planos. Al sonido del disparo todos salieron, no exactamente como bólidos, pero con gran entusiasmo de participar en la carrera, llegar a la meta y ganar. Todos menos uno, que tropezó en el asfalto, dio dos maromas y empezó a llorar. Los otros ochos lo oyeron llorar, disminuyeron la velocidad y voltearon hacia atrás. Todos dieron la vuelta y fueron hacia él. Una niña con síndrome de Down, se agachó, le dio un beso en la herida y le dijo ‘esto te va a curar’; entonces, los nueve competidores se tomaron de las manos y juntos caminaron hasta cruzar la meta. Todos en el estadio se pusieron de pie, las porras y aplausos duraron varios minutos. La gente que estuvo presente aún cuenta la historia.”
Circula también un video con la recreación de este hecho. No hay quien, al ver o leer esta historia, deje de sentir intensamente una emoción que recorre el cuerpo. ¿Por qué? Porque dentro de nosotros sabemos que existe un código grabado en nuestra esencia humana. Es el código de la unidad. El campo unificado de la conciencia, llamado por algunos “amor desinteresado y universal”, es el pilar esencial de nuestra identidad como seres evolutivos.
Los acuerdos económicos, incitaciones políticas y sentimentalismos religiosos en la fase actual del ciclo evolutivo han negado consistentemente ese pilar. Es por ello que nuestra civilización está en crisis. No tarda en presentarse, es cuestión de meses, una nueva y terminal crisis financiera-monetaria internacional. La acumulación especulativa de los medios virtuales de pago –el dinero como lo conocemos- ha provocado la depredación ecológica y económica que, de seguir con el paradigma de la separación, continuará sin ofrecer opciones para la recuperación.
Los escritos, artículos y documentos de análisis que definen seriamente las características de la crisis económica actual, coinciden en la conclusión de que en este momento no existen las bases para lograr una recuperación económica. Y la razón de ello es que mientras se mantenga el elemento que provocó la crisis, el rechazo al campo de conciencia unificada, aún si se lograra la recuperación económica, no sería sostenible.
El inconsciente colectivo que hoy provoca una emoción como la generada por lo acontecido en Seattle, el que ante la apretura económica refuerza lazos de unidad, será seguramente el más poderoso instrumento para la creación de nuevos acuerdos sociales. Este campo energético, expresado en trilogías, luz-amor-poder; salud-fuerza-unión; libertad-igualdad-fraternidad, ha constituido el impulso vital que ha construido civilizaciones.
Cuando se pierde, como sucede en la fase actual del ciclo evolutivo, se hace necesario asimilar el aprendizaje, desechar las costumbres económicas, incitaciones políticas y sentimentalismos religiosos de la fase en conclusión y emprender una nueva etapa de evolución. Una etapa donde prevalezca el principio que el poeta León Felipe describió como: “no importa llegar pronto y primero, sino todos juntos y a tiempo”