Los días transcurren entre el agobiante calor y las letárgicas campañas políticas. Pasan lentas las horas que nos llevan como sociedad inerte, pasmada, hacia un futuro incierto. Surgen eventos que acusan grandes fallas estructurales de nuestro sistema sociopolítico, el terrible incendio en la guardería de Hermosillo tal vez el más grave, pero nadie, al menos ostensiblemente, tiene opciones que ofrecer. La crisis de la economía, nos dice el presidente, ha llegado a su punto más profundo, llama a cerrar filas y no aflojar el paso. ¿El punto más profundo de la historia reciente o simplemente más profundo hasta ahora? ¿Cerrar filas? ¿Alrededor de qué plan, proyecto, persona o esperanza?
El índice de precios y cotizaciones de la Bolsa Mexicana de Valores muestra recuperación que sólo emociona a los villamelones financieros. El análisis fundamental, el de los números duros, denota que los números positivos son efímeros; que anticipan desplome en unas cuantas semanas más. No hay política pública clara que lleve a mejorar las condiciones de vida de la enorme mayoría de la población. Los indicadores de confianza del consumidor, confianza en el presente y en el futuro llegan a su nivel más bajo de su historia.
El 5 de julio se ha convertido en meta, en referente, en ansiada marca en un camino hacia algo. Al menos hay una certidumbre: llegará ese día. Y tal vez entonces, ya sin la presióQn política que impone el relevo y el muy probable cambio en el equilibrio de fuerzas partidistas en el Congreso, traiga algo nuevo. Pero mientras, el letargo.
Pero sí hay algo diferente debajo de esa tremenda lápida que parece haber aplastado los ánimos y esperanzas. Algo vivo se mueve debajo de la amenaza de militarización por la incapacidad de resolver el problema de seguridad. Parece haber algo de vida debajo de la pesada carga que impone día a día el sistema financiero incapaz de contribuir a reducir su insaciable apetito monetario cuando todos los demás sectores se han tenido que contraer. Debajo de los miedos y pesadillas que impone el sistema preponderante como método de control del pensamiento libre.
Se escucha un ¡YA BASTA! mucho tiempo callado, a través de la invitación a anular el voto. Incongruente, sí, pero espontáneo. Incongruente porque mucho nos ha costado a todos construir una democracia. Pero consistente con la tozudez e intransigencia al cambio impuesta desde arriba en 1910, 1928, 1954, 1968, 1971, 1988, 2000 y 2006. En diversos momentos en estos 100 años, la población quiso hacer oír su voz y la respuesta fue la misma, aunque de distinta forma: Sufragio efectivo, no reelección y ¡palo, fraude electoral! Tierra y libertad, y ¡palo, eliminación de caudillos y dictadura de partido! Así hasta en los días de la democracia naciente: Participación ciudadana en la política y ¡palo, partidocracia! Reforma del Estado y ¡palo, cerrazón burocrática y descrédito! Manifestación de la diversidad de pensamiento y ¡palo, un mando rígido y vertical para todos, soportado sólo con el 35 por ciento de los sufragios!
Es la protesta de una generación que no ha visto un México en prosperidad. De un país con muy pobre desempeño en cuanto a crecimiento económico desde 1994, según reporta el FMI, (Latin American and Caribbean Outlook, May 2009). Una generación que en términos de la producción interna (PIB) disponible por persona (CONAPO, República Mexicana: Indicadores demográficos, 1990-2050) ha visto caer su ingreso promedio en 33 por ciento entre 1980 y 2009. Caída que es mucho mayor entre el 90 por ciento de la población que es asalariada o propietaria de un pequeño negocio.
El grito de esa generación, nuestra generación, es un llamado que parece irracional. ¿Pero qué reacción espontánea de rabia contenida es racional? El agotamiento de los caminos hace que la razón sea rebasada por el hartazgo. Mal que bien, el irracional clamor a gritar desde la boleta anulada parece ser lo más racional. Porque al menos para este grito, la sociedad, una parte de ella ya tiene un propósito común, un fin y esperanza compartida: somos más, tenemos una causa compartida, estamos igual de molestos y podemos hacernos visibles. La organización para difundir el propósito de anular ya de por sí es un poder que contrasta contra el muro de la intransigencia de la política económica ineficaz, de la falta de resultados en el combate a la delincuencia, de la oficial protección a la plutocracia minoritaria que depreda a las mayorías y a nuestras riquezas naturales.
En este pesado clima, la luz del ánimo de liberación, el corazón compartido con propósito común, la esperanza del ¡sí se puede! se enfrenta a la bestia. Y surge además la creatividad. No sólo anulemos la boleta, dicen algunas voces, escribamos en ella el mensaje que queremos expresar: alto a la partidocracia, menor gasto en puestos públicos inútiles, transparencia, rendición de cuentas, revocación de mandato…. hay tanto que gritar.