Ya para cuando tú, estimado lector, estés leyendo estas palabras es muy probable que se haya aprobado el presupuesto de egresos del gobierno estatal para 2009. Ya en esta semana estaremos disfrutando las fiestas de fin de año dejando atrás las preocupaciones. Dejando atrás los informes, las comparecencias y las discusiones con lo cual, los integrantes de la sexagésima Legislatura estatal se formaron el criterio para enmendar, modificar y autorizar la propuesta del ejecutivo. Fue interesante ver en esta ocasión, al menos de cara al público y los medios de comunicación, más debate social y más debate parlamentario.
Vemos cifras en los informes de cuánto se gastó en tal o cual cosa; cuánto se entregó, cuánto se compró, cuántas visitas e inauguraciones se hicieron, cuántos eventos, discursos, abrazos y despensas se repartieron con una enorme sonrisa de complacencia por parte de quien maneja el recurso público. También hicieron encuestas y sondeos para ver cuáles son las demandas más sentidas tiene el humilde y noble pueblo, con el fin de salir a decir lo que la gente quiere oír; a dar, inaugurar o repartir las cosas y las obras que quien gobierna se digna a llevar rodeado de diligentes empleados –con sueldo gubernamental- que cuidan y pulen la imagen pública. El pueblo se ha quejado de falta de oportunidades de empleo, de carencia económica, de inseguridad, pero las cifras en los informes vienen a acallar contundentemente la extendida imagen de que no hay resultados. Se llenan los informes de estadísticas, grandes números que imponen su contundencia a quienes quisieran ver resultados sensibles. Hay además maravillosas frases como por ejemplo, la del titular del ejecutivo ante personal de SEDESO y comités ciudadanos: “la pobreza y el rezago educativo, son situaciones que se pueden cambiar; no son realidades permanentes, sino oportunidades para seguir adelante y convertir las situaciones que nos limitan en nuevas oportunidades para una vida mejor”.
Es una inobjetable verdad, ser pobre y sin educación representa una enorme oportunidad para impulsarnos a mejorar. La imagen que despiertan las palabras de quienes nos gobiernan, suplen cualquier esperanza de mejora con el sentimentalismo que nos deja sin aliento y con una lágrima asomando por la comisura del ojo izquierdo. Aunque hay algunos pobres y sin educación que han mejorado su condición a través de la delincuencia, no importa. No importa ser pobre y sin educación, al contrario, serlo es una gran oportunidad. Lo importante es que nos quedamos convencidos de los enormes esfuerzos que hacen nuestros asalariados y “aguinaldeados” gobernantes.
En los programas de combate a la pobreza, también las cifras hacen su mágica transformación: se realizaron tantos eventos, tantas entregas, tantos donativos, se tomaron fotos los encargados del gobierno con quienes recibieron los apoyos. Todo muy bonito y sentimental; tanto que hasta se justifica el lujo de los eventos y el despliegue de poder que se realiza para informar sobre las nobles y esforzadas acciones gubernamentales. Pero, ¿acaso se reporta cuántas personas pobres de las que se atendieron dejaron, gracias a los programas, su condición de pobres? Entre las cifras que danzan frente a los ojos de los gobernados se puede ver cuántas personas entraron en los programas, pero ¿hay alguna cifra que indique qué proporción del total de pobres que existen fueron atendidos?, ¿qué es de los pobres no atendidos? ¿Hay cifras que reporten mejor poder adquisitivo familiar entre las dos terceras partes de la población ocupada que recibe por ello menos de tres salarios mínimos? ¿Hay un comparativo del ingreso promedio por persona ocupada entre quien trabaja en el servicio público y quien trabaja en el sector privado? ¿Hay menores cifras relativas a la delincuencia o son sólo menor cantidad de actos delictivos reportados?
Pero ya hay presupuesto para gastar el próximo año. Se van a comprar muchas despensas, y se van a realizar obras públicas, se invertirá en caminos, calles y sueldos de gobernantes. Quedan casi dos años por delante. No hay respuesta al reclamo de “Si no pueden, ¡renuncien!” ya serán los resultados en las urnas los que darán el veredicto si pudieron o no. Y aún entonces, ya será cosa pasada, “de lo bailado, ni quien lo quite”. ■