Los profes tambien lloran (en la pandemia)/ Así es esto  - LJA Aguascalientes
16/11/2024

O más bien debería de decir: también lloramos. Esta pandemia nos ha hecho sufrir también a los profes, y es que, como los alumnos: se nos va el internet, nos falla la compu, y claro, a veces decimos también tonterías. Y es que han pululado las noticias de profesores que terminan grabados haciendo alguna conducta que atenta contra los alumnos. Y sí, viene primero el linchamiento mediático y después el laboral. No quiero decir que las malas conductas no ameriten sanciones, pero, como toda materia que implique quitar derechos, hay que valorar no sólo lo que dijo, sino cómo lo dijo y el espacio en que lo dijo, máxime que, como los alumnos, también sufrimos de estrés.

El estrés de mi pizarrón: me desespera no poder escribir en un pizarrón, sé que hay herramientas en las distintas plataformas, pero insisto: el machar la mano de gis, ahora de plumón, el llenar con mi ininteligible letra mi pizarrón hasta dejarlo barroco ¡churrigueresco! es un placer que todos, la mayoría, de los maestros comprenderán perfectamente. Por cierto, las normas no escritas señalan que, al terminar la clase, debes dejar siempre tu pizarrón limpio, para el siguiente profesor (¡Arderán en el infierno de los profes los que no lo hacen!). Cuando añoro mi pizarrón, pienso en Sabina y grito: “¿Quién me ha robado el mes de abril? ¿Cómo pudo sucederme así? ¿Alguien sabe?”

El estrés de mi internet. A veces se me va el internet, y comienzan los mensajes en cascada: “¿Dónde está el profe?” “No me deja entrar” “No escucho nada” la vorágine altera los chats y pone a todos nerviosos (incluidos a los directivos que comienzan a llamarme o mensajearme). Cuando restablezco mi señal sólo atino a decirles: “Calmantes montes, alicantes pintos, pájaros cantantes y elefantes voladores” por supuesto no entienden este viejo refrán (la mayoría de mis alumnos son jóvenes universitarios) y sólo les insisto que esta pandemia nos ha enseñado, al menos en las clases, a ser más tolerantes.

El estrés de los controles. Nuestra falta de costumbre de hacer el home office, genera que los jefes nos impongan toda clase de controles: pasar lista, trazar planeaciones, subir fotografías, generar evidencia, mínimos números de tareas, checar en la plataforma, subir actividades a plataforma y un largo y burocrático etcétera que, cuando no se cumple, provoca el correo, la llamada, el Whatsapp, para cumplir a cabalidad ¡Cuál si eso garantizara la calidad de la educación!

El estrés de los alumnos. Los grupos de Whats, los teléfonos celulares, generan esa posibilidad maravillosa y terrible: la interacción directa entre el profesor y el alumno. Maravillosa porque permite una educación más cercana, más directa, como debería de ser, una enseñanza de tú a tú. Terrible, porque me han llegado mensajes a las dos de la madrugada: “profe, no puedo subir la tarea ¿se la mando por aquí?”.

El estrés de la cámara apagada. Necesito ver cara a cara a mis alumnos, saber que están poniendo atención, que les gusta la clase, porque para mí la docencia es un placer, no un trabajo, así que la primera instrucción es mantener la cámara prendida. Eppur si muove, y al menor descuido ya están todas las cámaras apagadas y yo en mi perorata sobre el poder del estado y los diques que se le imponen a través de los “derechos humanos”… silencio, pregunto y continúa ese silencio profundo y aterrador, entonces inquiero con voz de Thalía y lo que se haya metido el día de ese vídeo viral: ¿me escuchan, me oyen, me sienten?

Si parafraseáramos a Jacobs, el profesor es el enemigo y no debería ser así, valorar en su justa dimensión y proceder, no con normas de excepción, sino como a cualquier ciudadano que sufre en el encierro. Queridos alumnos, amados colegas, estimados jefes, comprendamos que la pandemia va a durar más meses (nadie sabe cuántos) en esa medida seamos empáticos, pues el único objetivo de todos es la educación.

 

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