La democracia mexicana dejó de ser el cliente cautivo de las televisoras, quienes se embolsaban la mayor parte del presupuesto destinado a los partidos políticos para la realización de sus campañas electorales. Esta es la principal razón del por qué el duopolio que controla el negocio de la televisión en nuestro país se vengó de la nueva Reforma Electoral que prohíbe a los partidos y candidatos comprar espacios publicitarios en radio y televisión, por lo que deben utilizar aquellos a los que tiene derecho el Estado en los medios de comunicación durante las precampañas y campañas, aspecto que desató un nuevo debate nacional por la transmisión el pasado domingo de la propaganda electoral que cortó varios minutos las emisiones de eventos como el Súper Tazón y los partidos de la liga mexicana de fútbol, que motivaron sendas disculpas de los comentaristas deportivos con el perverso propósito de generar un repudio contra los causantes de las sacrílegas interrupciones propagandísticas ajenas al espectáculo sagrado del fútbol en sus distintas modalidades.
Esta actitud de las televisoras, hermanadas en su teletonesca venganza, significó la más elocuente respuesta a la Reforma Electoral que el Congreso de la Unión aprobó en 2007, privándolas con ello de millonarios ingresos, a pesar de que en dicha legislación no se incrementaron los tiempos del Estado ni se obligaron a los concesionarios de radio y televisión a sacrificar sus programas o ceder su tiempo comercial para transmitir los promocionales de los partidos políticos y del IFE.
Todos sabemos que las televisoras nunca han estado comprometidas con la democracia, ni han estado abiertas a las voces e ideas de todos los actores sociales y políticos. Su inconformidad por la Reforma Electoral es un asunto de dinero y sus supuestas preocupaciones por la prohibición para difundir mensajes “susceptibles de influir en las preferencias electorales que podrían dar paso a la censura periodística” respondieron más a su colaboracionismo y complicidad con los poderes fácticos, para imponer candidatos a modo y gobiernos usurpadores, que en asumir su compromiso con la democracia. Nada les importó la guerra sucia que desataron, como la instrumentada en 2006 contra Andrés Manuel López Obrador, a quien lo exhibieron como un “Peligro para México”, con los mismos mecanismos propagandísticos del nazismo alemán puestos en práctica por Josef Goebbels, ministro de ducación y propaganda de Hitler, cuyos principios sirvieron a la mafia de los pinos y sus compinches para culminar con la usurpación: Toda propaganda debe apelar a los sentimientos • Los slogans deben ser simples y entendibles • La gente entiende poco y olvida mucho • Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida • Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad • Se debe vincular al enemigo a una persona o a una idea con un símbolo negativo para provocar su rechazo con base en ese símbolo y no de acuerdo con la verdad • Los argumentos y programas deben adaptarse de acuerdo con los prejuicios, estereotipos y mitos prevalecientes en la cultura e imaginario populares, para ser fácilmente aceptados. Esta propaganda fue un arma decisiva para los promotores del Gobierno usurpador.
Debilitar la influencia política de Emilio Azacarraga Jean y Ricardo Salinas Pliego es un avance democrático. Evitar que los empresarios de este país tengan más influencia que los electores es un avance democrático. Impedir que los gobernadores usen el dinero de los ciudadanos para autopromocionarse es un avance democrático, aunque falte mucho, mucho por hacer.