Dalí y el niño geopolítico/ Sobre hombros de gigantes  - LJA Aguascalientes
22/11/2024

En otras ocasiones he expuesto que el ser humano desde sus orígenes ha tratado de expresar y transmitir sus pensamientos, ideas o concepciones del mundo, con la finalidad de producir conductas de acuerdo a la comprensión del mensaje. El arte es un ejemplo de esa expresión: un producto cultural, una creación humana que expresa una visión del cosmos en el que vive y se desenvuelve, a través de la belleza y lo emotivo. En palabras de Picasso, el arte es una mentira que nos hace caer en la cuenta de la verdad, o como dijo Alan Moore, a través de Vendetta, el artista utiliza la mentira para decir la verdad, y el político para ocultarla. Aunque también el arte ha sido empleado para imponer ideologías, construir realidades alternas a las objetivas, y justificar o mantener las desigualdades sociales.

En esta temporada en que se concreta la “democracia” estadounidense, quiero hablar sobre el simbolismo de la pintura Niño geopolítico mirando el nacimiento del hombre nuevo, de Salvador Dalí. André Breton afirmó que el arte debía expresarse “sin el control de la razón, más allá de toda preocupación estética y moral”, y que “las búsquedas surrealistas presentan una notable analogía de intenciones con las búsquedas alquímicas”. Gracias a estas ideas el arte se vuelve simbólico y profundo: para comprender su significado, en efecto, es necesario superar las apariencias y penetrar en sus aspectos más ocultos.

La pintura Niño geopolítico mirando el nacimiento del hombre nuevo (Museo Dalí en St. Petersburgo, Florida), fue pintada entre 1940 y 1943 por Salvador Dalí en su estancia en Estados Unidos; es decir, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial; en ella muestra a un hombre naciendo de un huevo en un lugar desértico, observado en primer plano por una aparente mujer y un niño, y otras 3 personas que están al fondo de la pintura. 

Desde una visión política pudiera decirse que expresa poder, control y dominación de las libertades: se da el nacimiento de un nuevo orden político, el nuevo hombre surge de los Estados Unidos en forma adulta y madura, y con su mano izquierda se apodera de Europa, con sus piernas patea a América Latina, y ese apoderamiento derrama sangre al crearse, al imponerse. También se observa como en África, el continente del origen, aparece un rostro afligido, que derrama una lágrima al darse cuenta que el ser humano se ha transformado en un destructor y ha olvidado su humanidad, y exprime lo poco que queda de la energía terrenal. A la derecha se observa una figura andrógina que señala un área en el mundo en el que surgen los conflictos más graves desde hace tiempo: los conflictos árabes-cristianos-judaicos, religiosos, de tierras, de agua y de petróleo, hacia donde se dirige la mano del hombre nuevo. Este mundo es contemplado con temor por un niño, que somos los viejos, el viejo orden, la vieja sociedad, que observa cómo queda a un lado del nuevo orden, un nuevo mundo que va a ser atrapado con un paño, una red mundial que lo entrelazará en un nuevo sistema de control, de poder y sometimiento; lo interesante es que esta pintura refleja lo que ocurre en nuestra actualidad, a pesar de haber sido creada entre 1940 y 1943.

En una visión valorativa la pintura refleja la renovación, una nueva era de luz, un nuevo nacer. Si estamos en punto medio frente a la pintura, y hacia arriba dirigimos el norte, constataremos que el efecto de la luz que se utiliza, proviene del oriente, y es la que ilumina toda la composición. La pintura tiene al desierto como fondo, una nueva era que está recomenzando de la nada, de las cenizas de algo que existió, del polvo, de la arena; coronada por algunas montañas hacia lo espiritual.

En el centro notamos un globo terráqueo; el huevo es un símbolo solar, de creación y de vida; el lugar donde se produce el nacimiento de un ser humano, un símbolo del alma. De ahí surge el nuevo hombre, un hombre maduro, al que se le da alimento, es decir, al que se le transmite el conocimiento para lograr su perfeccionamiento espiritual; ese nuevo hombre forma una tríada en movimiento con su brazo izquierdo, su pierna derecha, y la sangre que corre por abajo. 

Vemos una aparente mujer, Gea, con signos físicos andróginos o la unión de lo masculino y femenino, el equilibrio, como del uno se crea el dos y se genera la vida; este ser equilibrado señala en el mundo, un lugar que propagó un conocimiento total, esa sabiduría plena; también esta mujer tiene un semblante triste, cansado, tal vez por la falta de comprensión del ser humano de su verdadero fin de perfección. El niño que está con el ser andrógino, son aquellas personas que no están listas para entender el cambio, los que aún beben leche por su inmadurez, los que tienen un conocimiento simple, infantil, diverso al hombre que nace adulto, maduro, con un conocimiento verdadero. 

Finalmente, a lo lejos, en el occidente están dos personas que observan el nacimiento; estas personas están juntas y cubiertas de capas de color rojo y azul (cielo, tierra, fuego y agua); también, casi al nororiente, se observa una piedra cúbica que se proyecta hacia el cielo en forma de obelisco, la proyección de lo terrenal a lo celestial, y de lo celestial a lo terrenal, lo que también se refleja en una figura, al parecer humana, que se ve sobre el brazo del ser andrógino; esta figura tiene su brazo izquierdo hacia el cielo, y el derecho hacia la tierra, la relación de equilibrio entre arriba y abajo.

Con esto podemos ver que Dalí plasmó su visión de los sucesos en la evolución humana, el término de una era y la llegada de un nuevo cíclico en la que esperaba ver “La desaparición de las violencias sanguinarias” A final de cuentas Dalí nos muestra que, independientemente de las condiciones culturales o geográficas, donde un hombre ve la luz, ese es el lugar en donde nace. Quien quiera ver que vea.


 


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