oy es el último de la Feria del Libro de Aguascalientes, desde el sábado pasado el Museo Descubre ha sido un sitio de oportunidades y contrastes. Con oportunidades no sólo me refiero a lo obvio: el largo listado de actividades incluidas en el programa, espectáculos musicales, presentaciones editoriales, conferencias, encuentros, talleres, seminarios; tampoco a lo evidente: los puestos con centenares de libros que de otra manera sería difícil conseguir en una ciudad donde escasean las librerías, o la posibilidad de encontrar libros a precios inverosímiles, verdaderas ofertas que rematan a 30 ó 50 pesos volúmenes que en el precio de lista rebasan los 500 pesos; sino a cómo la oferta cultural transforma un espacio y facilita el intercambio de ideas, la conversación.
Sí, los efectos de la crisis son evidentes en el número de visitantes, ni hablar de los compradores, y a pesar de ello es evidente la necesidad de los asistentes de establecer un diálogo, hablar de lo que ocurre en su ciudad, en el estado, de lo que están haciéndoles sus gobernantes, de lo que han dejado de hacer sus representantes. El motivo principal de las charlas gira alrededor de los libros, de los autores que se presentan, pero basta extender sólo un poco el tiempo de conversación para que el tema vaya cambiando y entonces uno escuche propuestas acerca de cómo mejorar la calidad de vida, opiniones sustentadas, que van más allá de la queja o el conformismo.
El escucha atento podría obtener de esas conversaciones propuestas
concretas para buscar soluciones a los problemas diarios. El pequeño
optimista que todos llevamos dentro se solaza ante la profusión de
ideas. Mientras los juanitos ocupan las primeras planas, cuando los
guanabís discuten a golpes de lona cómo asegurar la candidatura o los
imbéciles usan el 2 de octubre no se olvida para agredir al otro, en la
Feria del Libro pareciera que hay esperanza, unos cuantos están
proponiendo, se muestran ciudadanos.
Resulta inevitable preguntar cómo es que no se saca provecho del
bullidero de ideas, es entonces cuando invade el ánimo pesimista y la
mirada descubre que quienes toman las decisiones no están ahí. Las
mujeres y hombres que asisten a la Feria del Libro, no son los mismos
que aparecen en las columnas políticas, los que pagan la fotografía en
que aparecen “conviviendo con la comunidad y atendiendo sus
inquietudes”.
Oscurece el ánimo festivo con que se observan las manifestaciones de
ciudadanía que los funcionarios de gobierno no están ahí, tampoco los
diputados, mucho menos los candidatos, como no hay oportunidad de besar
niños, estrechar solidarios algunas manos o echarse un aburridor
discurso, ¿para qué ir?.
Embebidos en escuchar su propia voz (engolada), la ausencia de
quienes toman las decisiones es una muestra de su incapacidad de
asumirse público, de atender la opinión de otros, ¿alguien ha visto a
alguno de los candidatos en una lectura de poesía, en la presentación
de un libro, en los conciertos de jazz?, no, no les hace falta, intuyen
(o les dicta el equipo de asesores) que es poco redituable, que la
campaña se hace a periodicazos e inserciones.
Para incrementar el pesimismo, no sólo los candidatos a gobernar
están ausentes, también aquellos que en el café se postulan a dirigir
el Instituto de Cultura, no es que hagan falta, pero algo dice de ese
promotor cultural, escritor o artista su desinterés por la expresión
del otro, es más fácil alimentar el ego y despotricar o lloriquear
desde la cantina que buscar el diálogo, al fin que para parecer
intelectual basta fingirlo.
Hace uno días escuchaba con sorpresa a un politiquito enumerar las
cualidades que debe tener un aspirante a cargo público, se regodeaba en
el lugar común de describir a un elefante: cola corta, colmillo largo,
piel dura y buena memoria. En contraste, en la Feria del Libro, durante
las presentaciones y conferencias, en las conversaciones, presencié la
emoción de la joven que tomaba notas mientras el escritor hablaba, del
señor que atendía la respuesta a su pregunta, la mujer que escuchaba la
lectura de poesía, los asistentes a la presentación de un primer libro,
los niños rodeados de libros y haciendo las preguntas más inteligentes,
todos ellos convertidos en público. Eso alimenta el optimismo, la
posibilidad de que algún día, los que deciden dejen de pensar en ser
animales y sean capaces de convertirse en público, para así iniciar el
diálogo. n
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