Al otro lado de la avenida - LJA Aguascalientes
23/11/2024

"Ahí están tus niñas”, me dice la marida cuando por las noches tocan la puerta. Y sí, son ellas: tres niñas que desde hace meses, de lunes a viernes, me preguntan si me ayudan yendo a tirar mi basura al contenedor. Ellas ya saben que les voy a decir que no, pero igual se quedan esperando a que les dé algo, así es desde la primera vez, cuando a la negativa respondieron con un “si no nos das propinita, regálanos algo, dinero”. La mayor no debe tener más de ocho años, es ella quien recibe los dulces o la fruta que les doy, luego las encamina hacia la siguiente puerta, a ofrecer la misma ayuda, a recibirlo que les quieran dar. Es tarde, demasiado, no deberían estar en la calle a esas horas, no deberían ir de puerta en puerta, no deberían estar solas.

Vienen del otro lado de la avenida que divide el fraccionamiento en que vivo del barrio peligroso a donde apuntan los policías para explicar el incremento de la inseguridad, al menos los patrulleros que acudieron a casa cuando entraron a robar así lo hicieron, “es que los cholos de allá son bravos, jefe”; en ese otro lado de la avenida debe habitar quien hace dos semanas intentó abrir la puerta del auto con un desarmador y, quizá la prisa, lo único que logró fue dejarnos un espacio por donde se cuela el agua cuando llueve, también allá debe vivir un personaje mucho más hábil, que a pesar de la alarma, pudo llevarse el auto estéreo, desinstalándolo con una pericia que señala el hueco limpio en el tablero.

Para llegar a mi puerta, las niñas cruzan la avenida donde cada doscientos metros hay un contenedor de basura, ahí las he visto, buscando entre la basura algo que sirva para animar el juego, es posible que un día vean que recoger cartón, aluminio, vidrio y venderlo es una forma de ganarse la vida, entonces dejarán de jugar en el contenedor para convertirse en uno de los tantos pepenadores a los que esas cajas metálicas reciben con la boca abierta, su aliento de roedores y cucarachas.

Vienen del otro lado, donde está el enorme hotel de paso, ese frente al cual, de madrugada, tres putas se pasean ofreciendo sus servicios (no son putas, Don, me aclaró un taxista, son putos, vestidas que les dicen, y se rió con el sonido que da la costumbre o la complicidad), el mismo hotel donde citan a sus clientes Desiré que es una dama cachonda para un macho insatisfecho, o Soraya y sus gatitas quienes ofrecen trato complaciente, higiénico y placer extremo, o bien Alisha, gordita de piel terciopelo, tímida pero a quien le gusta el arte del amor, como indican los anuncios en el periódico.

Las niñas a las que regalo algo por las noches, para recibirlo tiene que cruzar la avenida donde está un expendio de drogas, al menos eso dijo otro taxista cuando discutíamos acerca de la inseguridad y argumentaba en mi contra que seguro ya estaba acostumbrado a vivir así, porque a dos cuadras estaba una de casa a donde acuden los necesitados de un perico. Cuando le pregunté el lugar exacto me miró incrédulo: ¿a poco de veras no sabe dónde? Desde ese momento imagino que esa casa está en la misma cuadra donde todas las noches acampa una pandilla de jóvenes a quienes sin pruebas acuso de pintar las bardas con ininteligibles letreros de los que sólo alcanzo a comprender que el fraccionamiento donde vivo es territorio vigilado por Aztlán 13 (o algo así), un grupo al que no puedo dejar de mirar con resentimiento, seguro de que uno de ellos fue el que saltó la barda, por segunda vez, para robarse mi bicicleta y dejar un mojón en medio del patio.

Sé que las niñas cruzan la terregosa avenida por la noche, ya sin luz, que no necesitan iluminación alguna, conocen bien el camino, pasan las tardes ahí, jugando en el sillón viejo que está junto a una camioneta destartalada e inservible que alguien decidió instalar como mala imitación de la casa club que otros fraccionamientos tienen, incluso han adornado el árbol seco para que les de sombra, la propaganda electoral les funciona como toldo, ahí se sienta los fines de semana una familia, beben cerveza, preparan comida en un anafre, establecen que espacio público significa que le pertenece al primero que se lo agandalle.

Cuando las niñas tocan la puerta, sé que es tarde para que tres menores de edad anden en la calle porque está a punto de finalizar el noticiero de televisión, ya he escuchado o visto (todos los días) que entre las notas informativas se cuela la voz del gobernador o el presidente o el legislador para enumerar con precisión las acciones que se han implementado (les gusta la palabreja) para asegurar el futuro y rumbo del país, se engola el tono al hablar del fomento de los valores que permiten integrar a las familias, las cantidades siempre superlativas con que se destacan los apoyos brindados en materia de seguridad social, vivienda o el cuidado de la niñez mexicana. El tono de boletín gubernamental se cuela entre notas que dan cuentan de la rapiña con que los partidos políticos, sus dirigentes, se reparten el pastel.

Hace unos días, otra vez de noche, tocaron a la puerta. “Ahí están tus niñas”, me dijo la marida, mientras me acercaba la cesta de dulces. No eran ellas, eran dos niños, otros, también ofrecieron ayudarme a tirar mi basura. Seguro que también vienen del otro lado de la avenida.  Les dije que no, que ya lo había hecho, los despaché con un dulce entre las manos. Cuando cerré la puerta supe que había mentido, que no hemos tirado la basura.

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Director editorial de La Jornada Aguascalientes
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