It’s the end of the world as we know it
It’s the end of the world as we know it and I feel fine...
It’s the end of the world as we know it – REM
En el contexto de la contingencia sanitaria por la pandemia de la Covid-19, gran parte de la dinámica social, educativa, y cultural de amplias zonas del mundo ha transitado a una “nueva normalidad” hacia los ámbitos virtuales, a distancia, o con limitados accesos presenciales. En términos de la construcción ciudadana, esto implica un grave riesgo por el sesgo de clase que tiene la conectividad virtual en medio de una pandemia. Esto, a la vez, también contrae retos para las instituciones, no siempre bien salvados, para aminorar la brecha de acceso a satisfactores educativos y culturales que son, de suyo, parte de los derechos humanos.
Esta nueva realidad viene no sólo a revelar, sino a agravar, las condiciones de precariedad con las que amplios sectores de la población mundial ya estaban siendo vulnerados en su calidad de vida, en sus posibilidades de desarrollo, y –en términos de construcción ciudadana– en sus posibilidades de integración a la dinámica política que implica la vida en la polis, en la civitas. Si ya la propia dinámica interseccional del capitalismo, la racialidad, el género, y la clase social, habían puesto un abismo de separación entre humanos, evitando la integración colectiva; ahora la pandemia y los mecanismos para sobrellevarla no sólo desnudan esta realidad, sino que además, la profundizan.
Esto, en términos políticos, tiene consecuencias garrafales: al prolongarse una tendencia de segregación como la que vivimos, cada vez menos personas serán capaces de ejercer sus derechos; y, con ello, cada vez menos personas tendrán acceso real al ejercicio del poder. Cuando las personas que tienen acceso real al ejercicio del poder viven en una burbuja de privilegios, en su mente el resto de las personas fuera de la burbuja (es decir, los desposeídos) pierden humanidad y ganan características abstractas como masa popular ingente. Así se gestan las guerras civiles, las revoluciones sociales, las pugnas reivindicativas de carácter violento que difuminan la línea entre justicia y venganza.
Peor aún. Cuando existe un populus ingente, altamente precarizado, y con vulneraciones históricas, nunca faltarán los liderazgos que pretendan conducirlo y manipularlo. Estos liderazgos pueden surgir de dentro del mismo populus y ser fácilmente erradicados, corrompidos, o cooptados; o pueden venir de afuera, del mundo privilegiado y organizado en camarillas que quieren detentar el poder o perpetuarse en él. En la historia de las sociedades, lo más usual es que esos liderazgos sean una mezcla de ambas: miembros de los grupos vulnerados, impulsados por camarillas privilegiadas, con la finalidad de jugar al juego de poner y quitar cúpulas y élites. Hasta aquí, nada nuevo.
Lo nuevo son las formas: la brecha digital, lo elitista del acceso a la educación y demás derechos humanos cuya garantía se ha visto comprometida por la pandemia, y las nuevas burbujas de privilegio interseccional que resultan de esta “nueva normalidad”, hacen que las tensiones sociales históricas se parezcan cada vez más a una distopía en la que la condición apolítica de una sociedad precarizada le impide a esa misma sociedad identificar estructuralmente no sólo los problemas que le aquejan, sino distinguir la cadena de causas y efectos que le tienen anclada a modos de vida indignos e inhumanos. Es decir, ahora mismo hierve el caldo de cultivo de la nueva revolución global.
¿Cómo evitar o postergar el estallido de una nueva revolución global? Fácil, pero no sencillo: atacar los problemas estructurales que históricamente nos han vulnerado. Estos problemas, en términos sucintos, pero no excluyentes, son: el capitalismo, el racismo, el machismo, el clasismo, la religión institucionalizada, el consumismo, el impacto ambiental; pero también, la falta de construcción de ciudadanía crítica y activa, que abata la frivolidad de las agendas públicas, y que conduzca a sus ciudadanos a fortalecer la vía civil para habitar el mundo y relacionarnos con él y entre nosotros. Como esta premisa es difícilmente realizable, estamos a tiempo de ocupar un asiento cómodo para ver cómo sucede ante nosotros el colapso de la civilización.
@_alan_santacruz
/alan.santacruz.9