Louise Glück ganó el Premio Nobel de Literatura 2020, de acuerdo a la Academia sueca se le otorgó el reconocimiento “por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual”, si bien la poeta estadounidense no aparecía en las quinielas, apenas se realizó el anunció brotaron en las redes sociales los conocedores de la obra, una marea de aprobadores ensalzando la decisión de la institución.
Anders Olsson, jefe del Comité Nobel señaló que “En la obra de Glück, las voces de Dido, Perséfone y Eurídice –los abandonados, los castigados, los traicionados– son máscaras de un yo en transformación, tan personal como universalmente válido”, una de esas frases que dicen mucho para no decir nada porque no comprometen ningún análisis sobre la obra de la poeta y mucho menos aclaran los motivos para que la Academia sueca se decidiera por ella.
Rescato un tuit del poeta Julián Herbert sobre el comportamiento de la marea de aprobadores que surgió a partir del premio a Louise Glück: “Una poeta notable pero no muy conocida gana el Nobel de literatura, y lo único que Twitter quiere hacer al respecto es hablar de Murakami. Ahí hay una sinécdoque precisa de la estupidez ilustrada que rige esta bonita red social”. Certero, en el blanco.
Como el premio fue otorgado a una mujer, los falsos aliados de las mujeres organizadas no perdieron el tiempo para unirse a la estupidez ilustrada y emplearon, una vez más las redes sociales para proyectarse como los buenos hombres que son, ante la noticia fue gigantesco el número de varones que, incluso confesando su ignorancia sobre la obra de Louise Glück, no dudaron en congratularse y aplaudir a la Academia Sueca por otorgar el Nobel de Literatura a una mujer. Aplaudieron de pie, hicieron la algarabía necesaria para ser anotados en la libreta de los hombres bien intencionados, los que valen la pena. Al publicitar su aprobación se colgaron la medalla que los convierte en defensores de las buenas causas, los correctos, los que asumen que forman parte del bando elegible por las mujeres porque hacen los suficientes méritos como para ser seleccionados.
No está de más recordar que se supone que el Premio Nobel de Literatura se entrega a la calidad de una obra. No está de más insistir en el descrédito en que la Academia sueca ha caído en los años recientes a causa de escándalos relacionados con violencia de género. Los aliados quedabien que se aprestaron a festejar la decisión no están pensando en literatura y sí tienen la mirada puesta en el apoyo facilón a la causa.
A ese grupo de hombres no les importa la erradicación de la violencia de género ni revisar la heteronormatividad o la asfixia que impone el patriarcado, sólo piensan en salvarse, ante la indispensable obligación de reflexionar y cambiar nuestras prácticas en relación con el otro, con las otras, lo único que han sabido explotar los aliados incondicionales es el disfraz, la declaración rápida sobre la revisión de sus masculinidades y, en la realidad, escandalizar sobre la deconstrucción que han hecho, la cual básicamente consiste en colgarse una medalla de buena conducta.
La literatura, el arte, no necesita a estos tipos, la igualdad de condiciones para que las autoras reciben el trato que merecen no pasa por la aprobación ciega, el elogio barato y la exaltación del género por encima de la calidad literaria. A la convivencia diaria, a la lucha de las mujeres organizadas, la defensa de los derechos para todos, hipócritas que se convierten en la policía de los hombres le estorban, en el fondo lo que este grupo de lobos hace al disfrazarse de aliados es usurpar el derecho a elegir de las otras, como si ellas necesitaran un jurado de preselección que guiara sus decisiones.
Coda. En Lunes o martes, el libro de cuentos de Virginia Woolf, una de las historias cuenta el momento en que un grupo de mujeres cae en la cuenta de lo que les ha estado ocurriendo: “mientras nosotras criamos hijos, ellos -así lo asumíamos- ‘criaban’ libros. Hemos poblado el mundo. Y ellos lo han civilizado. Pero ahora que sabemos leer, ¿qué nos detiene de juzgar el estado de las cosas? Antes de traer a otro niño a este mundo, primero debemos preguntarnos en qué consiste vivir en esta época”; los aliados, esos hipócritas, se abrogan el derecho de señalarles hacia dónde dirigir la mirada.
@aldan