Pero su mirada no se despega de tu pantalón.
Y echas a andar por la ciudad, y atraviesas un nuevo canal.
Huyes del rojo y azul del neón,
vas en busca de algo que huela distinto al amor.
Gang Bang – Nacho Vegas
Desde 1999 se celebra, cada 23 de septiembre, el Día Internacional de la Visibilidad Bisexual. Esta efeméride está encaminada como una forma de reconocer la validez y la normalidad de una orientación poco publicitada dentro de la agenda de los derechos civiles de las comunidades de la diversidad sexual, y menos aún aceptada en las sociedades con una férrea súper estructura heteronormada y binaria, en las que la diversidad sexual es todavía objeto de discriminación o de censura, sea tácita o abierta.
Para partir de un glosario común, podemos entender a la bisexualidad desde la definición que propone el proyecto Libres e Iguales (Free and Equal) de la Organización de las Naciones Unidas, como la “atracción emocional, romántica o sexual hacia personas de cualquier sexo. Para algunos bisexuales, el grado y la forma en que se sienten atraídos hacia personas de diferentes sexos pueden cambiar a lo largo de su vida”. De aquí se desprenden dos rasgos importantes: no es algo estrictamente sujeto a la atracción sexual, y tampoco es algo inmutable en la experiencia vital de las personas.
Dicho pues, la bisexualidad es tanto una orientación como una práctica. Ya sabemos, la orientación es el cúmulo de preferencias, anhelos, e inclinaciones de las personas en sus relaciones erótico-afectivas; mientras que la práctica es lo que –de hecho– pueden o eligen llevar a cabo. La cultura, las leyes, las tradiciones, y las distintas formas de violencia simbólica o explícita contra las expresiones de la diversidad sexual han propiciado que no siempre coincidan la orientación y la práctica, limitando así el derecho humano universal a la identidad plena y a la realización personal y comunitaria.
Así, desde la década de 1950, con el revolucionario arribo a los artículos científicos que supuso en occidente la publicación de la escala del biólogo Alfred Kinsey sobre los grados de comportamientos sexuales (la conocida Escala Kinsey, en la que se construye un espectro del 0 a 6, donde 0 es exclusivamente heterosexual y 6 es homosexual), se comenzó a popularizar el conocimiento sobre la amplia gama de orientaciones y preferencias sexuales, entre las que se destacó tanto la falta de exclusividad heterosexual como la falta de exclusividad homosexual.
Esto contradice la idea de una polarización binaria en las orientaciones, y consolida una visión integral en la que las personas, a lo largo de su vida, transitan en un espectro de gradientes como una forma natural y normal de relacionarse sexo afectivamente. De este modo, según el estudio Invisible Majority: The Disparities Facing Bisexual People and How To Remedy Them, de la asociación Movement Advancement Project, MAP (un think tank de investigación análisis y publicación de artículos destinados a buscar la equidad de derechos para los colectivos LGBT) de toda la población LGBT del mundo, cerca del 51% es primordialmente bisexual.
Si la realidad va en este sentido ¿por qué es necesario el esfuerzo en visibilizar a la bisexualidad? Básicamente por las taras culturales de muchas sociedades que, además de que aún discriminan a la diversidad, no entienden de la naturaleza humana en función de sus orientaciones y prácticas. Peor aún, porque también en los colectivos de la diversidad sexual todavía se ve a la población bisexual como “homosexuales de paso o de escalón”, o “personas confundidas en su orientación”, lo que limita a este sector poblacional en el pleno ejercicio de su identidad y su sexualidad.
Que la bisexualidad se visibilice, y se inserte de lleno en las formas de relación erótico afectiva entre las personas, puede tener beneficios comunitarios tales como una erosión en las ideas y conductas tóxicas de la masculinidad; un debilitamiento en la heteronorma que restringe la realización personal de individuos y comunidades; un avance en la deconstrucción del género como instrumento de opresión; el abatimiento de los constructos culturales sexistas; y –en general– el poder propiciar una experiencia de vida plena, sin prejuicios chatos, para la población que a lo largo de su vida puede o no fluctuar en el nutrido espectro de las orientaciones humanas.
@_alan_santacruz
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