La vivienda con frecuencia suele pensarse más como un objeto arquitectónico que provee refugio del exterior que como una plataforma mediante la cual las personas pueden acceder a mejores oportunidades de desarrollo. No obstante, la vivienda no es sólo una estructura física, o techos y muros, sino un medio que puede facilitar el acceso a mejores oportunidades de salud, educación, empleo, e incluso a mayores niveles de satisfacción. En ese sentido, existe la necesidad de transitar de una visión meramente arquitectónica de la vivienda a otra más integral, que entienda a la vivienda desde un enfoque multidimensional, incluyendo aspectos de salud pública, desarrollo económico e inclusión. Veamos.
La vivienda está estrechamente relacionada con la salud de la población; por ejemplo, en países con tasas elevadas de enfermedades vectoriales, la calidad material de la vivienda es indispensable para prevenir la transmisión de enfermedades como la malaria, dengue, entre otras. En México, un estudio del Banco Mundial (2007) estima que reemplazar pisos de tierra por concreto en la vivienda puede conducir a una reducción del 78 por ciento en enfermedades parasitarias, así como a una disminución del 49 por ciento en enfermedades como la diarrea. El acceso a servicios básicos también es un determinante de la salud, especialmente en relación con agua potable; por ejemplo, en la India, un estudio reciente (2001) estima que la prevalencia de diarrea en niños menores de cinco años es 21 por ciento mayor en viviendas que no cuentan con una conexión directa al agua potable. Más aún, el hacinamiento en la vivienda también está asociado con una mayor transmisión de enfermedades como la tuberculosis, pues una menor superficie habitable resulta en una mayor cercanía física entre los habitantes y limita la ventilación, lo que a su vez acelera la transmisión de enfermedades.
Los servicios básicos en la vivienda también están relacionados con el desempeño educativo de la población en edad escolar; por ejemplo, un estudio (2013) en Bangladesh estima que la adopción de sistemas fotovoltaicos en viviendas en comunidades que anteriormente no contaba electricidad, ha aumentado el tiempo de estudio durante horarios nocturnos, lo que a su vez ha mejorado el rendimiento académico. Igualmente, el hacinamiento en la vivienda puede influir en el desempeño educativo, pues más personas en un espacio reducido suele crear entornos caóticos o ruidosos que interfieren con la calidad del estudio; en Francia, por ejemplo, se estima que 59 por ciento de los adolescentes que viven en viviendas con más de una persona por habitación presentan retrasos en su desempeño escolar, lo cual es 30 por ciento mayor que para quienes habitan en viviendas con sólo una persona por habitación (2005). Igualmente, la ubicación de la vivienda influye en el acceso a una oferta más amplia de instituciones educativas, pues mayores desplazamientos generalmente resultan en costos de transporte más elevados y tiempos de recorrido más largos, lo cual con frecuencia restringe las posibilidades de las personas de asistir escuelas o universidades más lejanas.
La calidad de la vivienda también es una plataforma que puede facilitar el acceso a mejor oportunidades económicas; por ejemplo, en la India, un estudio (2016) sugiere que el acceso a electricidad en la vivienda está asociado a un aumento de 17 por ciento en el ingreso mensual, pues las personas pueden dedicar más tiempo a actividades productivas. Igualmente, en Nicaragua, se ha encontrado que el acceso electricidad en la vivienda ha incrementado el empleo de las mujeres en más del 23 por ciento, e incentiva que las mujeres trabajen fuera del hogar (2013). Asimismo, la ubicación de la vivienda suele ser un factor altamente importante en el acceso a empleos, especialmente para la población de menores ingresos, pues la vivienda distante, en la periferia de las ciudades, implica que las personas deben desplazarse mayores distancias para acceder a una mayor oferta laboral que generalmente se encuentra en zonas céntricas, lo que a su vez tiende a incrementar el gasto en transporte. Por ejemplo, en Goiana, Brasil; Barranquilla, Colombia; y Puebla, México, el precio promedio de una vivienda en la periferia puede ser hasta 40 por ciento menor que en el centro de las ciudades, sin embargo, los habitantes tienden a gastar el doble en transporte y a realizar viajes hasta tres veces más largos (BID 2017).
En conclusión, la vivienda no es sólo una estructura física o un objetivo arquitectónico, sino también una plataforma a través de la cual las personas pueden acceder a una vida mejor y a un desarrollo más integral. Por ello, se requieren políticas públicas y mecanismos de financiamiento más adecuados que permitan proveer una oferta de vivienda de mayor calidad desde un enfoque multidimensional.
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