El largo periodo por el que se ha extendido la pandemia ha provocado que asumamos como verdades absolutas ideas que antes hubiésemos cuestionado de inmediato, la necesidad de volver a nuestros hábitos, costumbres y rituales implican que nos lancemos hacia una nueva normalidad sin cuestionar en qué consiste esa novedad y si la normalidad que se anhela se parece en algo a nuestro pasado inmediato.
Empujados por la desesperación, estamos aceptando cualquier cosa que se nos envuelva en la palabra normalidad, sin atrevernos a cuestionarla, pues al final resulta más sencillo adaptarnos a lo que aparezca antes que seguir en esta aparente inmovilidad donde los deseos de volver a nosotros mismos se confunden con las realidades que vivíamos.
La pasividad con que vayamos aceptando las formas que se nos imponen como parte de la nueva normalidad, sin cuestionar, sin analizar, sin proponer. tendrá como consecuencia un largo periodo de incertidumbres, en el que nos veremos obligados a lidiar con los resultados de una evaluación inconclusa y en permanente cambio, ¿es el camino correcto, es lo que necesitamos, esto es lo que queríamos ser?
En el ámbito político, a este aceptar las viejas formas sin chistar sólo porque son las que tenemos a la mano para lidiar con la nueva normalidad, nos llevará a cometer el error de repetir las mismas conclusiones que hoy tienen al país en una polarización constante e inútil.
Frente a una lentísima, por no decir fallida transformación, en vez de exigir a los partidos políticos que funcionen como representantes de causas y movimientos, les estamos permitiendo que pierdan el tiempo en erigir figuras que se opongan al presidente Andrés Manuel López Obrador, que actúen hacia el futuro con una idea de nación sustentada en proyectos y propuestas, se les permite medrar con las mismas reglas del juego, ese que proviene de un sistema de partido único en el que hacer política equivalía a politiquería, acuerdos secretos y el dinero como motor de las acciones de los funcionarios.
En medio de la pandemia, sin soluciones a la vista, al que se suma el recrudecimiento de los índices de violencia y la impunidad, mientras arden las calles y las relaciones al interior de los hogares, se incrementa la violencia de género, en el ámbito político estamos distraídos por un grupo de fanáticos que pelean entre ellos por tener la razón.
Cuando nuestro interés debería estar centrado en cómo solucionar las demandas de los sectores más vulnerables, la réplica de un acto de protesta de López Obrador, la manifestación que cerró largo tiempo la avenida Reforma, distrae la atención; ávidos de conflicto, pero no de su solución, se le otorga a la manifestación del Frente Nacional AntiAMLO la misma validez. Este grupo de personas que se disfrazan de ciudadanos son peligrosos, porque sus intereses vulneran la idea que tenemos de democracia, porque es ridículo evadir las reglas del juego democrático calificando de dictador al presidente. No son una revolución, no son legítimas sus propuestas y se están victimizando de la misma forma en que los seguidores de la Cuarta Transformación jugaban sus cartas cuando eran oposición.
Nuestro sistema democrático no requiere mártires ni víctimas.
Coda. Unos versos de Fernando Pessoa que publicó como Álvaro de Campos, “Aniversario”:
En el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños,
tenía yo la gran salud de no entender cosa alguna,
de ser inteligente en medio de la familia,
y de no tener las esperanzas que los demás tenían por mí.
Cuando llegué a tener esperanzas ya no supe tener esperanzas.
Cuando llegué a mirar la vida, perdí el sentido de la vida.
Sí, lo que supuse que fui para mí,
lo que fui de corazón y parentesco,
lo que fui de atardeceres de media provincia,
lo que fui de que me amaran y ser yo el niño.
Lo que fui —¡Ay, Dios mío!—, lo que sólo hoy sé que fui…
¡Qué lejos!…
(Ni lo encuentro…)
¡El tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños!
@aldan