En México se hace gran periodismo, lo hacen los reporteros que investigan y se arriesgan, los que no se detienen ante las amenazas, los que tienen una ética a prueba de balas o cañonazos de dinero, todos los días podemos leer sus historias; en el gremio se les reconoce por su tenacidad, porque cuentan lo que necesitamos escuchar y revelan lo que requiere nuestra atención. Esos periodistas cumplen con su labor en uno de los peores países del mundo para ejercer el oficio, son violentados, agredidos, asesinados, como si ellos fueran el enemigo; los gobiernos no les garantizan sus derechos básicos, sus lectores no somos suficientemente solidarios con ellos y sus empleadores, con el pretexto de la crisis del modelo de negocios, los mantienen trabajando en condiciones deleznables.
En el país sobran ejemplos de periodistas no de medios, a esos que se atreven a contar las historias necesarias, los empresarios no les otorgan las herramientas y apoyos necesarios para cumplir con su tarea y, con ello, colocarnos ante el reflejo de la realidad para aprender y participar de ella, transformarla. El conocimiento que adquirimos como lectores del trabajo de esos periodistas es uno de los elementos esenciales para ejercer la ciudadanía.
Son esos periodistas los que hacen gran periodismo, a pesar y más allá de las plataformas en que divulguen su trabajo, lo que aportan a través del ejercicio crítico es enriquecedor sin importar el medio por el que se divulgue. Un trabajo periodístico de excelencia se reconoce sin distinguir si se publica en los llamados medios tradicionales, emergentes, independientes o digitales… cualquier apellido que se quiera colocar al espacio donde se accede a ellos.
La confusión entre el oficio y la empresa, la crisis del modelo de negocios de los dueños de los medios, han derivado en empobrecer la oferta informativa para atender el morbo de la masa, ante la incapacidad de encontrar formas de hacerse de lectores, se hace a un lado la función social que cumple el periodismo y se rinde a la palabra mágica de “monetizar”, ganar audiencia y dinero a costa de perder juicio crítico.
Con la consigna de atraer a la audiencia, a los medios no les importa rendirse a lo banal y vulgar, a la difusión de cultura basura y el morbo con el pretexto de que eso es lo que satisface el gusto popular, con una idea de lo popular que desestima el debate entre la alta cultura y la cultura popular, no se detiene en esas distinciones, a propósito las malinterpreta, no se trata de lo light contra lo denso, lo clásico como oposición a lo pop, o la contracultura versus el establishment, no, se simplifica y se apuesta al entretenimiento entendido como distracción: videos de perritos, revelaciones de famosos, violaciones a la intimidad, opiniones antes que información… incluso se le cambia el nombre para no detenerse a pensarle mucho, ahora los medios difunden contenido, esa palabra que puede absorberlo todo sin hacer distinciones, sobre todo, amparándose con que al público, lo que le guste.
Son graves las implicaciones de esta rendición de la función social de los medios a sólo ser un distractor, la más peligrosa es la invisibilizar los problemas que como sociedad debemos afrontar. Anular los matices y dejar sólo lo grotesco, lo vulgar, aquello que capta de inmediato nuestra atención, pero anula la capacidad de análisis, inhibe la capacidad de establecer un diálogo pues sólo llegamos armados a la conversación con prejuicios, dispuestos a la descalificación superficial.
No somos únicamente receptores, no podemos quedarnos satisfechos con la función de replicadores.
Coda. “Quien escribe para obtener lo superfluo como si escribiese para obtener lo necesario, escribe aun peor que si solo escribiese para obtener lo necesario”, un aforismo de Fernando Pessoa que viene al caso.
@aldan