2020, llevamos más de cinco meses de encierro voluntario y a pesar de ello más de 60 mil personas han muerto por contagio de coronavirus en México.
En marzo, y con la zozobra en el cuerpo, tenía una urgencia de noticias aunque estuvieran repetidas. La tele siempre encendida, pasar de una red social a otra, ver esta nota, un video, ese explicador, todo lo que ofreciera un dato extra sobre el nuevo virus. Con la repetición de noticias vino en automático la repetición del discurso, mientras uno trataba de sonar tranquilizador, el otro era alarmista, aunque ambos plagados de metáforas bélicas para hablar de nuestro poderío como humanos: vencer al virus, invadir el cuerpo, salir victoriosos, ganar la batalla, la guerra contra el coronavirus; una retórica militar que Susan Sontag repudiaba al hablar de enfermedades, en su caso, el cáncer.
Pero el coronavirus no es cáncer. Este virus se contagia por la cercanía, se queda en nuestras manos, lo transportamos en la ropa, en las monedas, en las bolsas del mandado, lo inhalamos, lo lamemos, lo ingerimos, lo estornudamos, así que la estrategia mundial fue muy clara, solo “acuartelados”, quedándonos en casa, “se vencerá al Covid”, a estas alturas una frase hecha que no significa nada para las más de 60 mil personas que perdieron, que dejaron de respirar, que murieron solos, con miedo.
No estoy muy segura si Sontag retomó en La enfermedad y sus metáforas cómo vencer el miedo a la enfermedad. El presidente López Obrador dijo que no hay que tener miedo a salir, a propósito de reactivar la jodida economía, pero a mí me sigue dando una especie de ansiedad pensar siquiera en los míos enfermos, solos, entubados, agonizando, adoloridos, muertos. Yo paso esta cuarentena con ese temor y con la oportunidad de guardarme, cuando millones no han podido quedarse en casa ni un solo día de pandemia porque si no trabajan, no comen.
Este miedo no es nuevo, una crece con temores reales o imaginarios, el miedo al monstruo debajo de la cama, a transitar la calle a la medianoche, a estar sola, a hacer el ridículo, a morir… Escucho a mucha gente decir que no le teme a la muerte, pero la mera verdad es que yo sí y no me avergüenza decirlo. Me la he pasado diciendo entre risas que yo moriré bajo las llantas de un camión ruta 12, y que me convertiría en una ofrenda al morbo: fotos de mi cuerpo despedazado serían publicadas en las páginas de Tribuna Libre, un periódico amarillista que se daba el gusto de seleccionar las peores, las de cráneos destrozados y vísceras de fuera. Con lo que nunca pude bromear es con la posibilidad de morir ahogada.
Me llena de pavor imaginar que el agua me invada por la garganta y las fosas nasales, que cuando intente inhalar un torrente imparable de agua me inunde.
Morir ahogada es algo así como pariente de morir atragantada, por aquello de la imposibilidad de respirar; metáforas tan asfixiantes como atragantarse con las palabras, tener un nudo en la garganta, la asfixia de quedarse con algo que decir, vienen a mi cabeza si pienso en los motivos de mi miedo, como la ansiedad o tristeza.
ii
El encierro y el riesgo mortal se volvieron el caldo de cultivo perfecto para aumentar la ansiedad social y el pánico, aunque desde mucho antes, la ansiedad provoca que mi garganta se quede a media obturación y me deje sin respirar. Sí, me atraganto. De las últimas veces que pasó, lloraba por una tontería y en medio del hipo, mi garganta se cerró y no pude respirar, sólo alcanzaba a hacer un ruido sordo, entonces, comencé a llorar, pero ahora de desesperación hasta que, sin saber cómo, un huequito de mi tráquea se dilató lentamente para dejar pasar un hilo de aire entre jadeos. En otra ocasión, sin ansiedad, miedo o temor, mi garganta volvió a cerrarse al tragar saliva sin la oportunidad de llenar mis pulmones ni decir adiós, mundo cruel, o pedir ayuda.
Somos tan frágiles, un virus nos volvió a recordar que en un dos por tres podría extinguirse la mitad de la población del mundo.
Ese virus inflama el tejido pulmonar, causa dificultad para respirar y puede obstruir los vasos sanguíneos, por lo que el intercambio de oxígeno por dióxido de carbono podría no funcionar correctamente y una especie de ahogo sería inminente, lo que daría paso a requerir un ventilador para hacer trabajar el corazón y los pulmones.
Comparar el “síndrome de dificultad respiratoria aguda” que provoca el Covid con mi especie de ahogamiento resultaría completamente frívolo, si no los uniera la muerte. Nada de esta nueva enfermedad es igual a mi sensación de asfixia, la mía en la garganta, la de miles como una presión en el pecho.
Todo esto de la dificultad para respirar por el Covid lo pensé en los 20 segundos en los que tenía cerrada la garganta y veía los ojos del dueño de mis quincenas también muy abiertos y muy asustados. Me imaginé a mí misma tirada en el suelo ahogada con los labios morados, aterrorizada, con una extrema urgencia de llenar mis pulmones de aire, y todavía tuve tiempo de pensar lo ridícula que iba a verme en tiempos de Covid-19 atragantada con mi propia saliva, con mi propia ansiedad, con mi falta de aire, con mi fragilidad.
iii
En su estudio de la evolución, Darwin observó en nuestra especie que nuestro tracto vocal tuvo que adaptarse con el propósito de la respiración y la alimentación. Resulta que, apunta el científico cognitivo y lingüista, Steven Pinker, la interrupción o continuación del aire en nuestro aparato articulador hace que emitamos consonantes como /b p k/ o /s z f/; es decir, cada uno de los sonidos que producimos está moldeado por diferentes articuladores, el paladar, la lengua, etcétera. Darwin descubrió que a través del curso de la evolución humana la laringe descendió por la garganta para mejorar la eficiencia del lenguaje, así que cualquier partícula de alimento que pase por esa abertura podría causar la muerte por atragantamiento. Sí, aumentar las posibilidades de mover la lengua de arriba a abajo o de atrás hacia delante para tener un rango amplio de sonidos aumentó el riesgo de morirnos atragantados.
Si la Madre Evolución le dio una ventaja al lenguaje, tal vez fue porque supuso muchas ventajas para sobrevivir a través de las palabras y no le importó el riesgo de ahogamiento.
Qué loco, miles de personas han muerto por atragantamiento a causa de un “diseño deficiente y mal adaptado del tracto vocal humano”, dice Pinker, quien sostiene la hipótesis de que nuestra garganta es vulnerable por un “compromiso” hecho para que pudiéramos hablar. Suena más loco si repito las metáforas de arriba como atragantarse con las palabras, sentir que me ahogaba si no se lo decía, tener un nudo en la garganta.
iv
Y pues aquí seguimos, en semáforo rojo o naranja, según el contentillo y la militancia de los gobiernos que juegan con el miedo de las personas, con el temor de morir ahogados, adoloridos, entubados, solos en la cama de un hospital o ante la mirada atónita, muy abierta y muy asustada, de los que amamos, nosotros, con los labios morados, aterrorizados, con una extrema urgencia de llenar los pulmones de aire, atragantados de ansiedad, nunca más conscientes de nuestra humana fragilidad.
Todavía hay muchos asustados mirando en las noticias que más de 60 mil personas en México “perdieron la batalla” contra el Covid, siendo que todos los días de nuestras vidas, según Pinker, según Darwin, podríamos morir en un duelo entre el hablar y el comer, ahogados.
Eso y esta cita de Susan Sontag: “En una época era el médico quien libraba la bellum contra morbum, la guerra contra la enfermedad; ahora es la sociedad entera”.
@negramagallanes