Movimiento Ambiental de Aguascalientes, A.C.
Uno de los elementos propios de la especie humana es la desmesura. Los seres humanos siempre queremos más, y mientras más tenemos más queremos. “Mucho nunca es suficiente para los humanos”, frase con la que RJ, personaje de la película Vecinos Invasores, describe a los humanos. Sin profundizar en aspectos psicológicos de si esto es un defecto natural o no, lo que podemos constatar es que los niños, desde muy temprana edad, no manifiestan satisfacción con un dulce, generalmente quieren más y, si se puede todos mejor. Esto ocurre cuando no se tuvo el cuidado de esconder la bolsa de los dulces. Los padres, pueden quedar atrapados por el deseo inconsciente del infante y cumplir su capricho, lo cual es una práctica muy actual resultado del abandono infantil, el cual quiere suplirse con dar a los niños todo lo que pidan para que sean “felices” –aunque la verdad es que se hace para que dejen de dar lata. Pero de lo que no se dan cuenta los padres o abuelos o tíos, es que ese modo de complacencia irresponsable no educa al infante, por el contrario los hace ‘inmoderados’, es decir, que no se contenten con tener un dulce, con tomar un vaso de refresco, tener un teléfono celular que funcione, etc. Un adulto responsable, por el contrario, dará al infante dosis mesuradas, para evitar la intoxicación del menor; lo educan a que las cosas deben ser tomadas con medida, sin exceso y explicarles que mucho dulce, sal, grasas son dañinas para el organismo, lo mismo que un volumen muy alto en los dispositivos electrónicos, así como pasar horas en éstos, pues arruinan su vista, su capacidad de interacción con el mundo real.
La falta de responsabilidad de muchos adultos hacia los niños va acompañada o es suplida en la actualidad por dos grandes dispositivos: la televisión y el teléfono celular. Desde que se inventó la televisión y las familias tuvieron acceso a ella en sus casas (por ahí de los años 50’s del siglo pasado) este aparato la hizo de niñera, pues se convirtió y sigue siendo el mejor medio de entretenimiento de los menores, mientras los padres hacen otras actividades. Durante este inocente periodo diario de distracción se entrega a los infantes a una programación poco o nada constructiva, carente de realidad y, sobra decirlo, de cultura. Javier Echeverría (1994), en su libro Telepolis señalaba que: “Hoy en día los niños y niñas son captados por las tele-empresas, que les inculcan una serie de enseñanzas (explícitas o subliminales) que luego marcarán sus comportamientos de manera mucho más profunda que los contenidos aprendidos en los años de asistencia a la escuela”. Esta in-formación mercantilista lo que menos inculca es la mesura; por el contrario, se induce al niñ@ a querer el juguete, la película, la bebida, la botana, etc. inculcando en ést@s desde muy temprana edad al consumismo. El punto negativo de este condicionamiento neuroprogramático deformativo, que inicia en los primeros años de los niñ@s, es que los acompañará a lo largo de toda su vida, es por ello que seguirán viendo los productos que se ofrecen en televisión –por cierto, engañosamente perfectos– como algo que necesitan en su vida. Ese mundo irreal anula el real de manera que cuando “la gente, en efecto, habla, se interesa y discute de aquello que ve en la televisión, pero no suele hablar mucho de aquello que la televisión no dice, porque no le interesa o no le conviene”, señala Gubern Roman (2000) en su libro El eros electrónico. Así que la mayoría de los televidentes no son conscientes de que lo que “la Telepolis busca (son) consumidores productivos, no individuos” (Echeverría, 1994).
En este siglo XXI la televisión ha perdido mucho de su espacio manipulador al ser sustituida por el uso de los teléfonos celulares. Ahora es en ellos en donde la mercadotecnia empresarial introduce los mecanismos señalados con mayor sofisticación para atraer la atención de los zombiconsumidores.
De algunos años a la fecha se ha escrito una cuantiosa cantidad de libros y artículos, así como producido algunos documentales, en los que se ha revelado el modus operadi de varias de las empresas y corporaciones actuales más importantes y que tiene que ver con la esclavitud moderna y la contaminación. En estos trabajos se enfatizó en primer lugar el trato injusto e inhumano que padecen los empleados en estas instituciones como son: amplias jornadas de trabajo sin días de descanso ni vacaciones, salarios muy bajos, explotación infantil, abuso sexual contra de mujeres. En segundo lugar, se ha evidenciado como los métodos de producción empleados por las empresas para fabricar sus productos, está basado en el abuso indiscriminado de recursos naturales (agua, petróleo, carbón, gas, madera) así como en la generación de desechos (gases tóxicos en la atmósfera, contaminación de acuíferos, ríos y mares).
Los retos que debemos afrontar en el mundo contemporáneo son paradójicos, o al menos eso es lo que nos hacen creer los medios de comunicación, los empresarios y la clase política. Si la sociedad quiere contar con más empleos entonces deben crearse constantemente más empresas que ofrezcan fuentes de trabajo. Para que la empresa se sostenga tiene que contar con consumidores. Si hay consumidores la empresa puede expandirse y ofrecer más empleos. Si hay empleo hay una buena recaudación y este es un indicativo PIB. Si alguna parte del sistema falla, entonces, no hay crecimiento en el PIB, no hay apoyo a empresarios, no hay fuentes de empleo y el sistema “se desmorona”. Esto no es más que un círculo vicioso de producción lineal, mismo que está comprobado no puede sostenerse indefinidamente. Lo que necesitamos es implementar nuevos modelos económicos de decrecimiento que sean más inteligentes y sostenibles.
Una manera de controlar el desmesurado deseo de consumir es estar mejor informado, saber cómo se elaboran las mercancías, cuál es su origen y algo muy importante en la actualidad, saber cuál será su final, y no me refiero al bote o al camión de la basura, incluso ni tan siquiera al tiradero municipal o rellenos sanitarios, sino a la descomposición o degradación final de estos y su impacto ambiental. Aunque el mejor camino es ‘dejar de consumir como niños malcriados’.