De todo corazón, de nuevo/ Bajo presión  - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Escribo sobre las razones por las que no creo en los dictados del corazón, avanzo en la escritura, busco y pierdo el tiempo porque invariablemente me ocurre como en “Vete de mí” interpretada por Bola de Nieve y siempre es “mejor el verso aquel que no podemos recordar”. A medida que avanzo, me doy cuenta que estoy diciendo lo mismo una y otra vez… encuentro la referencia, lo que quiero decir lo escribí hace casi una década, así que reelaboro, reescribo, me cito a mí mismo:

Seguir los dictados del corazón, en la vida pública, no debería ser motivo de discurso, nada más ramplón que un suspirante a cargo público aduciendo que quiere llegar a la silla, curul o puesto para hacer las cosas de todo corazón.

Basta un somero vistazo a la poesía nacional para notar el influjo del corazón, más allá de las funciones corporales que cumple, se le atribuyen todos los poderes y personalidades, Sor Juana pide una tregua a los celos del amante, cree que nada se podrá lograr a través de la conversación y acude a la víscera: “como en tu rostro y tus acciones vía/ que con palabras no te persuadía,/ que el corazón me vieses deseaba;/y Amor, que mis intentos ayudaba,/ venció lo que imposible parecía:”. Salvador Díaz Mirón dota al órgano de unas cualidades melómanas envidiables: “Mi corazón percibe, sueña y presume. / Y como envuelta en oro tejido en gasa, / la tristeza de Verdi suspira y pasa/ en la cadencia fina como un perfume.”

Para López Velarde, el corazón no sólo está en el centro del pecho, es el eje por el que pasa la vida entera de los hombres, todas las pasiones, dolores, tristezas y alegrías, para el jerezano es el son que hay que atender, el diapasón del que surge la nota múltiple del estrépito de los que fueron y los que son; puede ser retrógrado porque “ama desde hoy la temerosa fecha/ en que surgiste con aquel vestido/ de luto y aquel rostro de ebriedad”; es oscurantista y clama “a la buena voluntad del mal agüero”; nada a contracorriente las fatigas del vivir y florecer; es un forastero al que se le pide olvidar “el acierto nativo de aquella señorita/ que oía y desoía tu pregón embustero”; el corazón es “leal, se amerita en la sombra./ Es la mitra y la válvula… Yo me lo arrancaría/ para llevarlo en triunfo a conocer el día, / la estola de violetas en los hombros del alba, / el cíngulo morado de los atardeceres, / los astros, y el perímetro jovial de las mujeres.”

Eso es poesía, el uso del corazón en el discurso público invariablemente se reduce a algo muy simplón, sólo implica ganas, valor, ansias, voluntad, circunscritas las anteriores a su primer impulso, no razonamiento, instinto, pues.

Todo proceso electoral comienza con el puño de suspirantes listos para, a la menor provocación, dar a conocer, informar dicen, a la sociedad sus aspiraciones y motivos. La plaga de declarantes de forma infalible cae en los mismos lugares comunes, quieren un hueso para servir a México. Por supuesto, siempre dicen contar con un proyecto, un programa, un plan maestro, tan bien armado, tan enfocado a resolver todos los problemas que sólo pueden simplificarlo en ejes temáticos.

Desconfía del que te promete la felicidad si no te explica los métodos para alcanzarla, es más, sospecha de cualquiera que jure que traerá la felicidad si antes no ha sido capaz de definirla. De otra manera, al llegar al cargo pasarán varios meses en la elaboración de un diagnóstico, ahora sí definitivo, de los problemas a resolver.

Atender los dictados del corazón, con todo y que se le envuelva con el propósito del bien común, al menos para la vida pública, no debería ser razón. Nada más ramplón que un suspirante a cargo público aduciendo que quiere llegar a la silla, curul o puesto para hacer las cosas de todo corazón. Desconfía del ignorante que muestra el pecho, abajo del chaleco sólo está su ambición.

Coda. “Y justamente en ese momento, cuando Johnny estaba como perdido en su alegría, de golpe dejó de tocar y soltándole un puñetazo a no sé quién dijo: ‘Esto lo estoy tocando mañana’, y los muchachos se quedaron cortados, apenas dos o tres siguiendo unos compases, como un tren que tarda en frenar, y Johnny se golpeaba la frente y repetía: ‘Esto ya lo toqué mañana, es horrible, Miles, esto ya lo toqué mañana’, y no lo podían hacer salir de eso”, describe Julio Cortázar a Johnny Carter en El perseguidor, y a mi déjà vu al reescribir lo que ya había escrito.


 

@aldan


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Edilberto Aldán
Edilberto Aldán

Director editorial de La Jornada Aguascalientes
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