Recapacitar(se)/ A lomo de palabra  - LJA Aguascalientes
23/11/2024

La verdad está abierta a todos;

aún no ha sido monopolizada.

Séneca, Carta 33: Sobre la futilidad de aprender máximas.

 

En definitiva, ¿cuál es la meta de la virtud

si no es una vida que fluya con placidez?

Epicteto, Disertaciones, I.4

 

Recapacita


Cada que termina y cada que comienza una semana más de confinamiento, tal vez usted suspire sintiéndose atascado en un impasse. O muy probablemente tú seas de las personas para quienes el ritmo del quehacer y del trabajo ha bajado tan notoriamente que ahora nos resulta irreconocible. O quizá usted perciba que desde hace al menos cuatro meses nuestro día a día va arrastrándose lastimosamente como un despreocupado tlaconete que, en travesía trasatlántica, va cruzando en diagonal la inmensidad de un patio de monótonos mosaicos descoloridos. Como le ha ocurrido a cientos y cientos de millones de seres humanos en un montón de ciudades alrededor del mundo, es posible que para ti se hayan acortado drásticamente todas las distancias. Para buena parte de la población del planeta, el espacio cotidiano se ha achicado; los compromisos y planes, postergado. A estas alturas de la pandemia, el letargo se ha propagado por doquier. 

Nos tocó en suerte vivir una situación paradójica: la lentitud se impuso vertiginosamente. ¡Y ya terminó julio! Los días pasan con desesperante parsimonia, ¡y el año se nos está yendo de volada! Ansiedad y aburrimiento intercalan posiciones.

Más allá de las apariencias y de las impresiones diarias, transitamos por un momento de cabriolas y volteretas, de aceleradísimas trasformaciones. Si los cambios son las marcas del compás del paso del tiempo, en realidad vivimos una vorágine. Y como siempre sucede: es muy difícil que quienes están experimentando grandes mutaciones históricas alcancen a darse cuenta de ello. Con todo, la inconsciencia no es suficiente y la incertidumbre cala: ¿cuándo va a terminar todo esto? La mayoría de la gente con la que converso aún se pregunta cómo será la normalidad después del Covid-19, no cómo está conformándose minuto a minuto la emergente normalidad con el Covid-19.

Además palpita el miedo: si bien 46 mil muertos alcanzan apenitas una proporción porcentual de menos de cuatro centésimas respecto a la población total de México, los contagios y defunciones dejaron de ser fría estadística. Desde hace mucho, las noticias ya también llegan por WhatsApp y telefonazos. Ya intubaron al suegro de Montaño… y una vecina del Rosco ya se murió de coronavirus… y, ¡carajo!, mi cuate JL no hizo caso y ya se lo llevó la pelona… y Ray ya dio positivo… por cierto, ¿supiste que el papá de Erika la libró? ¡Uy, qué bueno!, porque de la secretaría en donde trabaja Juanjo dicen que ya se han muerto varios…

(…)

El miércoles de la semana pasada soñé que un viejo aliado onírico venía a instruirme:

— Recapacita.

  • Sí, tienes razón, es momento de repensar todo –respondía yo.
  • Recapacita y recapacítate.

Desperté a media madrugada: claro, repensar las cosas y capacitarse de nuevo, rejerarquizar habilidades, virtudes… Debí haberle contestado:

  • Reflexionar: cavilar y flexionarse de nuevo.

Recapacítate

Justo acabo de terminar de leer Cómo ser un estoico, de Massimo Pigliucci (Ariel), y viene a cuento. El autor, un biólogo romano afecto a estudiar filosofía grecorromana clásica, sostiene que el estoicismo “se trata de practicar la virtud y la excelencia, y de transitar por el mundo maximizando nuestras capacidades mientras somos conscientes de la dimensión moral de todas nuestras acciones”. Recapacitar y recapacitarse, digo yo —¿o podemos soñar mensajes que no provengan de nosotros mismos, contenidos ajenos?—

El estoicismo, una filosofía eminentemente práctica, tiene hoy un alto grado de actualidad; de filiación socrática, establece que lo más importante para cualquier persona es vivir conforme a su propia naturaleza, y la naturaleza de cualquier humano no es otra que la de ser sociales y razonables. Así, a diferencia de su origen directo, el cinismo ascético de Diógenes, “el estoicismo es principalmente una filosofía del compromiso social que también anima a amar a toda la humanidad y a la naturaleza”. Por lo demás, dicha naturaleza es en principio comprensible para la razón, ya que funciona conforme al Logos.

Aunque en él abundan referencias a otros filósofos estoicos —tanto de la Antigüedad, como Crisipo de Solos, Séneca, Cayo Musonio Rufo y Marco Aurelio, como contemporáneos, como James Stockdale, William Irvine—, el libro de Massimo Pigliucci encuentra su referente principal no en el fundador de la escuela, Zenón de Citio, sino en Epicteto (c. 55-135 d. C.), el filósofo cojo y esclavo, y basa su exposición del estoicismo en las Disertaciones —libro escrito por Arriano de Nicomedia con base en los apuntes que tomaba durante las lecciones de su maestro, Epicteto— y del Enquiridión o Manual.

El objetivo último del estoicismo es vivir una existencia eudaimónica, es decir, una vida feliz, plena, buena para acabar pronto, en la que se consiga la tranquilidad de la mente, la célebre ataraxia griega. ¿Cómo? Mediante el ejercicio de cuatro virtudes. Para lidiar con el deseo (aceptación estoica), el valor y la templanza; para participar en la acción social (filantropía estoica), la justicia, y encima de todas las virtudes, la sabiduría (concienciación estoica).

En medio de la plaga de aburrimiento, ansiedad, incertidumbre y miedo que el 2020 nos ha deparado, creo que convendría perseguir la ataraxia y recapacitar en torno a uno de los principales argumentos del estoicismo clásico: “tenemos una extraña tendencia a preocuparnos y a concentrar nuestras energías precisamente en aquellas cosas que no podemos controlar”. Por cierto, ¿para cuándo estará lista la vacuna?

 

@gcastroibarra


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