Seguro has escuchado la palabra. Se usa con frecuencia. Y con frecuencia se usa mal. La mayoría de las veces como sinónimo de falso, y esto es un error. ‘Falaz’ no es un adjetivo que califique oraciones sueltas, como enunciados declarativos, los cuales pueden ser verdaderos o falsos. “Está lloviendo” es una oración declarativa. Si cuando se pronuncia está lloviendo es verdadera, si no es falsa. Mientras escribo estas líneas llueve, así que, si digo ahora mismo a una persona esa oración, es verdadera. Piensa en otra oración: “Hoy es el día más caluroso del año”. También es una oración susceptible de verdad o falsedad. Si la digo hoy a una persona, es una oración falsa. Nadie debería decir que es falaz al proferirla, sólo dirían que digo algo falso. La verdad y la falsedad son propiedades que califican enunciados declarativos. Otros enunciados, cuando no son declarativos, no pueden ser calificados de verdaderos o falsos. Piensa en una oración imperativa o interrogativa. “¡Cierra la puerta!”, o “¿qué hora es?”, no pueden calificarse de oraciones verdaderas o falsas. Hay oraciones imperativas razonables o no, o preguntas pertinentes o fuera de lugar, pero no hay órdenes ni preguntas verdaderas o falsas. Nuestro uso de los conceptos ‘verdad’ y ‘falsedad’ suelen usarse mal, como un genérico para hablar de algo positivo o negativo. Pero, en estricto sentido, sólo son propiedades de las oraciones declarativas.
De la misma manera, no cabe el uso de verdad o falsedad para evaluar argumentos. Calificar de ‘falaz’ algo sólo aplica para los argumentos. Un argumento es un conjunto de oraciones declarativas, donde una o unas, las premisas, apoyan a otra, la conclusión. Este apoyo tiene que ver con la verdad. Las premisas suelen llamarse “razones” a veces. Y es un uso más simple e intuitivo. Si creo algo, puedo tener buenas o malas razones para creerlo. Incluso puedo carecer de razones en absoluto. Los psicólogos llaman a esto “pensamiento desiderativo”. Esto sucede cuando las personas creen cosas porque simplemente desean creerlas y carecen de razones en su favor, sean buenas o malas. Pero en otra enorme cantidad de ocasiones las personas disponen de razones para creer aquello que creen. Esas razones, al ser oraciones declarativas, pueden ser verdaderas o falsas. Calificamos si una razón es buena o no de dos modos distintos. Por un lado, podemos decir que las razones que apoyan una creencia son verdaderas o falsas. Pero también podemos decir que no tienen que ver en absoluto con aquello que tratan de defender. Piensa en un argumento caricaturesco como el siguiente: “Pienso que Trump ganará las elecciones porque hoy mi café me quedó delicioso”. El ‘porque’ de la oración anterior indica que a continuación se enuncia la razón por la cual creo la primera parte de la oración, a saber, que Trump ganará las elecciones de este año. Resulta que esta razón es irrelevante para defender la creencia que tengo. Así, es un mal argumento. Pero no todos los malos argumentos son falaces.
La relación de apoyo que se da entre premisas (o razones) y la conclusión (o la creencia que defiendo mediante dichas razones) sirve, en ocasiones, para que nuestros interlocutores acepten nuestro punto de vista, que se refleja en la conclusión. Hay relaciones de apoyo buenas y malas. Y su bondad o maldad depende no de que nuestros interlocutores se convenzan, sino de que las premisas transfieran su verdad a la conclusión. Un argumento es bueno cuando la conclusión es verdadera o al menos plausible gracias a las premisas que lo apoyan. Es malo cuando no sucede así. Cuando un argumento es malo, pero muy convincente, suele decirse que es falaz. Así, una falacia –aunque quienes se dedican a la comunicación siguen discutiéndolo–, es un argumento malo (en cualquiera de los sentidos que mencioné), pero convincente. El ejemplo clásico es la denominada falacia ad hominem, que descalifica a la persona que esgrime un argumento y no al argumento mismo. Ridiculizar o atacar a la persona y no al argumento suele ser un recurso muy convincente, pero como argumento es malo. Hay muchos tipos de falacias y muchas clasificaciones. Pero, a pesar de las complicaciones, una falacia en general es un argumento malo pero que suele gozar del apoyo de nuestros interlocutores. Los argumentos falaces abundan en medios de comunicación, discusiones de sobremesa, incluso en la comunidad científica y en la academia. Una educación crítica debería brindarle herramientas a la ciudadanía para detectar estos argumentos que, aunque convincentes, son malos y nos llevan por el mal camino cuando hemos de preguntarnos qué debemos creer.