Las acciones del gobierno frente a la pandemia han sido torpes, lentas, indiferentes y engañosas. Perdimos tiempo vital para responder de manera adecuada y desaprovechamos el aprendizaje internacional. La pandemia llegó tarde a México y nuestro gobierno respondió en muchos sentidos peor que algunos países europeos y asiáticos.
Desde un inicio, el gobierno no juzgó de manera adecuada el riesgo. Con el pretexto de involucrar a la ciudadanía en la solución -una táctica de los nuevos demócratas para deslindar de responsabilidades al gobierno-, se tomó la decisión de no implementar un confinamiento obligatorio. A los demócratas de la nueva y extrema izquierda en el poder, una estrategia que implicara la suspensión momentánea de algunas de nuestras libertades les pareció una medida inviable. De cualquier manera, implementaron un programa voluntario que golpeó la economía del país y que no logró aplanar la famosa y multicitada curva de contagios. Su medida fue inútil. De manera adicional, el gobierno optó por un programa que buscaba monitorear de manera bastante informal el número de contagios en lugar de hacer pruebas masivas. El subsecretario López Gatell se equivocó en grande: el mundo nos enseñó que la manera más eficaz de controlar la expansión de la pandemia consistía en realizar cada vez más pruebas. Por último, el gobierno decidió informar de manera engañosa a la ciudadanía. La conferencia diaria del subsecretario de Salud inició como un concierto de rock en el que los fans aplaudían, y hoy en día es un espectáculo incoherente y repulsivo en el que se nos presentan gráficas ad hoc para apaciguar las dudas ciudadanas que se han vuelto incontestables.
Basta decir que la situación mexicana es gravísima, incluso si tomamos los números que el gobierno mismo señala que son inadecuados. Al menos los contagios se cuentan ya en cientos de miles y los muertos en decenas de miles (que haríamos bien ya en multiplicar al menos por tres). Nuestro país se ha convertido en un gran ejemplo internacional de cómo no deben hacerse las cosas. Los analistas políticos señalan que es una consecuencia del populismo del líder, más preocupado por su decreciente popularidad que por enfrentar la crisis. Quizá la correlación entre Brasil, Estados Unidos y México señala algo más que una mera coincidencia, es cierto. No obstante, pienso que más que sólo una consecuencia populista, la pésima respuesta del gobierno frente a la pandemia se debe a las próximas elecciones de 2021.
La inadecuada respuesta frente a la pandemia es, pienso, más una consecuencia del talante de nuestra clase política que de los gobernantes en turno. El presidente y sus entusiastas están pensando en consolidar una mayoría absoluta en ambas cámaras y ganar terreno en las gubernaturas que se disputarán. Morena no sólo es más de lo mismo en asuntos de corrupción, ineficacia e ineptitud, sino en que conciben lo político únicamente como el territorio donde se disputa por el poder. Su contraparte, la maltrecha oposición, ha comenzado a seguirle el juego al partido en el poder. En lugar de hacer un frente que cambie la narrativa sobre las próximas elecciones a una que ponga en el centro los problemas públicos cruciales del país –la crisis sanitaria y económica, y la seguridad–, han caído en la narrativa electoral. El desplegado firmado por “intelectuales” de renombre es un llamado electoral con el pretexto de salvar la pluralidad y la democracia.
No se me malentienda. Comparto casi en su totalidad el contenido del desplegado. Pienso que nuestro gobierno cada día se parece a uno antidemocrático, antiliberal, poco deliberativo y plural. Coincido: los riesgos autoritarios a dos años de la victoria electoral del presidente se muestran altísimos. No obstante, esperaba más de la oposición que un desplegado con tintes electorales. Es momento de que los temas prioritarios de la agenda pública sean sólo la peor crisis sanitaria y la peor crisis económica en los últimos cien años. A un año de las próximas elecciones, el pensamiento electoral no es más que una muestra de cinismo de nuestra clase política, no sólo del populismo de nuestro presidente y compañía.