A manera de un útil nexo mnemotécnico, recupero las ideas del corolario de mi entrega anterior, para ligar el tema que hoy nos ocupa respecto de la tensión creciente que se gesta en la conversación pública sostenida por los principales interlocutores de la escena política mexicana. Me referí al desmantelamiento sistemático de las principales iniciativas de la sociedad civil y la desvinculación gubernamental intencionada –desde la presidencia- respecto del aparato empresarial del país, lo que produce un equilibrio inestable de la misma Cosa Pública, de ésta nuestra querida Re-Pública, por más que las palabras empleadas la semana de la visita “de trabajo” de Andrés Manuel López Obrador a Donald Trump, fueran melifluas y promisorias.
Ahora, se abre un nuevo frente, pues surge un grupo distinto de interlocutores que integran las filas formadoras de opinión, y que portan, mediante su quehacer cotidiano de intelectuales y académicos, el derecho de la libre expresión pública de las ideas. Al conjuntar sus voces y darles forma a la manera de un manifiesto, cuyo pronunciamiento no gustó al poder constituido y prueba de ello son sus respectivas palabras emitidas que distan mucho de ser comedidas, diplomáticas y conciliadoras, al convertirse en descalificativas, acusadoras y de flamígeros dedos índices para señalamiento de traiciones, de voces desautorizadas, y por decir lo menos de enemigos del régimen en construcción de la 4ª T, al etiquetarlos como voceros supuestamente “derrotados moralmente” por haber callado -en el pasado inmediato anterior- frente a la corrupción e impunidad de los regímenes previos, etc., etc.
Es así como sube hoy a la escena política el desplegado que firman connotados intelectuales, analistas y periodistas bajo el título: “Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia”. Del que da debida cuenta, en este mismo diario, en su columna Desplegados/bajo presión (16/07/2020), Edilberto Aldán. De su publicación se hacen responsables Roger Bartra y Francisco Valdés Ugalde, y cuyo texto avalan 30 firmantes de reconocido prestigio intelectual y académico. “Es imperativo corregir el rumbo y recuperar el pluralismo político y el equilibrio de poderes que caracterizan a la democracia constitucional”, señala el texto firmado por Héctor Aguilar Camín, Roger Bartra, Enrique Krauze, Soledad Loeza, Ángeles Mastretta, Jean Meyer, Jesús Reyes Heroles, Enrique Serna, Guillermo Sheridan y José Woldenberg, entre otras personalidades. (Fuente: El Financiero. https://bit.ly/2DLnjep).
Su principal invectiva consiste en que: – Morena amplió el número de representaciones legislativas en la Cámara baja con base en la “compra de representantes electos de otros partidos”, continuó el comunicado. Con estas acciones se asfixió el “pluralismo” de la representación en aras de someter el Poder Legislativo a los dictados del Ejecutivo (Fuente: Pulso Político. Por SinEmbargo.mx- Miércoles, 15 julio 2020. 12:26 p.m. https://bit.ly/2OuAZwA).
Para empezar, este posicionamiento público viene a llenar aunque sea en parte, esa connotada “ausencia de oposición política” ante el régimen actuante, que viene caracterizándose desde la contundente derrota infligida a los partidos políticos contendientes contra Morena, en la pasada elección presidencial. Recordemos el hartazgo ciudadano ante la violencia institucionalizada, la corrupción profunda de la cosa-pública y la descarada impunidad de los transgresores de la Ley, la negación facciosa y operante del Estado de Derecho, el estado sistémico de In-Justicia y su más que fallido sistema de procuración e impartición de Justicia; un principio elemental de buen gobierno, de orden y respeto Constitucional esencial. Factores que no se confunden con la insistente imposición omnímoda de la voluntad de un régimen que está resultando a todas luces, tan arbitrario como incompetente y padrino del desastre económico y del alto riesgo a la salud de todo un pueblo. Contra lo cual cabe la convocatoria a la coalición ciudadana, precisamente en defensa de la democracia.
Efectivamente, pasamos al régimen de casi un solo hombre, con la instauración de la sedicente 4ª Transformación de la Nación, al ser arrasados del mapa político los principales opositores, bajo la marejada del movimiento triunfante. Sin embargo, la adjudicación de esta proeza a sus supuestos méritos vanguardistas y democráticos es una mera ilusión diletante o deleitable a sus ojos, porque esconde precisamente eso que se denuncia: su “deriva autoritaria”. Está claro que no se quiere la participación libre y autónoma de la sociedad civil, sino su sometimiento indiscriminado a la voluntad, patentemente, de un solo hombre que dicta omnímodamente desde Palacio su poder de gobernar. Y aquí entramos en materia.
Desde el inicio mismo del nuevo gobierno, se nos quiso vender el espejismo de un poder fraccionado y di-fraccionado en tantas instancias cuantos órdenes de poder y de gobierno hay. Es decir, la división Tripartita del poder público federal se nos hacía parecer como una responsabilidad separada y dispersa. De modo que sus actores diversos respondieran cada cual a su competencia, y no a un todo homogéneo. Así se presentó Morena y la presidencia de Andrés Manuel López Obrador; pero también prevalecía dicha distinción al interior del aparato del Estado: ya fueran del Poder Legislativo, Judicial o del propio Ejecutivo, que pudiesen actuar divididos a manera de clanes, tribus o camarillas bajo liderazgos subsirvientes distintos.
Tal espejismo, producto delirante de demagogia pura, se pretendía reflejar así por mero interés protagónico de la Presidencia, aunque sabemos que en razón del análisis socio-político, y con base en una metodología científica es preciso que observemos el comportamiento de todos los elementos integrantes como provenientes y pertenecientes a un todo; que si bien puede ser diversificado, su pluralidad queda sometida a matices y de no resistir la prueba de su coherencia esencial, convertiría entonces su conformación en una francamente distópica. Es decir, fuera de la realidad. Y para ello, contamos precisamente con el invaluable recurso que la teoría política ha construido bajo la caracterización crítica de “Bloque histórico” o “bloque en el poder”. Cosa que el lopezobradorismo ha querido negar o evadir desde su inicio. Le es fácil hablar de “los otros” como emisarios de un pasado corrupto, indeseable y nocivo para el pueblo; todos son neoliberales, o corruptos o enemigos del cambio histórico –que él como movimiento social, comporta-. Pero él, en sí, no puede ser calificado como “bloque”, como “un tipo de poder histórico”. Andrés Manuel lo ha dicho: ‘cada quien es responsable de sus actos’.
La importancia de este enfoque analítico radica en su visión integradora, que busca la coherencia de un modelo de gestión de la praxis política de una nación-Estado, independiente, libre y soberana como lo pretende su propio Derecho Positivo, consagrado en Derecho Constitucional, en vigor. Lo contrario, ver las cosas como dispersas, inconexas, desvinculadas entre sí es caer en una visión ingenua, a-histórica, finalmente sin explicación. Por eso nos apremia la urgencia de situarlas bajo la luz de la racionalidad y la búsqueda de sentido, precisamente en cuanto que es –quiéralo o no- una Unidad. Un bloque en el poder.
La tesis fundante de esta categoría analítica consiste en atender a que los miembros que arribaron al poder, mediante comicios universales reconocidos constitucionalmente, declaran por sí una pretendida pertenencia de clase y situación real de clase social que fue aglutinada por un partido y/o movimiento político constituido; esta condición los incluye y los inserta en un “bloque histórico” que, a querer o no, ya forman como gobierno electo e instalado toda vez que han jurado protesta como tal, en apego a las previsiones del Derecho Positivo mexicano.
Bajo este supuesto fundamental, no podemos ni debemos caer en la visión imaginaria y efímera de la distinción determinante entre izquierdas/derechas, entre vanguardistas y conservadores, entre honestos y corruptos; pues cuando esta diferenciación se usa de manera instrumental –dígase discurso reiterado de las “Mañaneras” de Andrés Manuel- seguramente caemos en un maniqueísmo político. Sin embargo, si esta misma diferenciación se utiliza bajo un criterio de identificación empírica-fenomenológica, puede servir como recurso válido para establecer metodológicamente identidades perfectamente diferenciadas y bien matizadas. Categorías que no se confunden con las etiquetas manidas de “buenos y malos”, leales a la causa y traidores, un maniqueísmo puro. O ensayo delirante de polarización dicotómica de toda una Nación o pueblo, como quiera llamársele. Precisamente lo que el desplegado en cita quiere denunciar.
Convengamos, pues, en que la introducción de esta categoría analítica: “bloque en el poder” o “bloque histórico”, nos ayuda, en tanto que lectura científica que proviene del estatuto de las Ciencias Sociales, a desmontar de manera sistemática los componentes de eso que de otra manera nos arroja una imagen caótica, y que hoy por hoy nos impacta desde la escena política mexicana, la que brevemente acabamos de describir. (Refiérase a nota mía: LJA. Opciones y Decisiones. A pausados sorbos de café. Sábado. 07 de Octubre, 2017).
En suma, la impugnación lopezobradorista al desplegado citado induce e incita a la mera polarización de la sociedad entre “leales a la 4T” o sus enemigos; actitud negativa de su identidad como nuevo “bloque en el poder”, para arrojar sin vergüenza alguna el fuego fatuo que solamente encandila; pero que no da razón probada de su intención de dominación exclusiva y excluyente de la escena política, total, mexicana. El mecanismo evidente que usa el presidente para desautorizar es el de la culpabilización social, tema digno de ser tratado por separado, más adelante. Desde aquí de esta óptica es como podremos medir con justeza sus verdaderos alcances sociales y sus consecuencias, esas sí, históricas.