Julio 8 de 2020, el presidente Donald Trump dijo “En los Estados Unidos, las contribuciones extraordinarias de los mexicanos se sienten en todas las industrias, las comunidades y en todos los lugares de nuestra nación, del comercio a la ciencia y en todos lados. El pueblo mexicano es valioso”; en 2016, durante su campaña presidencial, este mismo personaje afirmó que México estaba enviando a personas con muchos problemas, “traen drogas, son violadores y algunos, creo, son buenas personas”. Por ese cambio en una declaración pública, valió la pena el primer viaje internacional de Andrés Manuel López Obrador.
Previo a esta declaración de Trump, en la declaración conjunta, López Obrador apreció que el presidente de los Estados Unidos no haya intentado vulnerar la soberanía nacional, “no ha pretendido tratarnos como colonia, sino que, por el contrario, ha honrado nuestra condición de nación independiente. Por eso estoy aquí, para expresar al pueblo de Estados Unidos que su presidente se ha comportado hacia nosotros con gentileza y respeto. Nos ha tratado como lo que somos: un país y un pueblo digno, libre, democrático y soberano”, poder decir eso en el jardín de la Casa Blanca también hace valer la pena el viaje.
No hay derrota ni victoria en el encuentro de López Obrador y Trump, es un sencillo acto protocolario, diplomacia, intercambio de cortesías, que no se hayan humillado, que no se ofendieran, es lo menos que se puede esperar de quien se desempeña como presidente de una nación. Y ya. Ahora a los hechos, a mantener la relación bilateral, a proteger a los migrantes, a hacer funcionar el tratado comercial, la sangre que reclaman los unos y los otros, sólo provendrá del minucioso e inútil análisis de los discursos, esas miradas que buscan confirmar sus predicciones en las palabras de los políticos.
A eso también se refirió el presidente López Obrador: “Algunos pensaban que nuestras diferencias ideológicas habrían de llevarnos de manera inevitable al enfrentamiento. Afortunadamente, ese mal augurio no se cumplió y considero que hacia el futuro no habrá motivo ni necesidad de romper nuestras buenas relaciones políticas ni la amistad entre nuestros gobiernos”. Good job! respondió Trump al final de la intervención del mexicano; de nuevo, punto final.
De nada y a nadie sirven las minuciosas observaciones que revelan el secreto detrás de la corbata que utilizó López Obrador, la interpretación de los gestos con la que se quiere aparentar un conocimiento que no se tiene, se intenta demostrar, a toro pasado, sobre las dotes proféticas.
El reconocimiento de Donald Trump a los mexicanos hay que hacerlo valer en el trato cotidiano que se dé a nuestros connacionales en el futuro, no como querían algunos, a punta de golpes; a López Obrador hay que reconocerle que hizo su trabajo como presidente en una gira internacional, eso y ya. ¿Para qué colgarle milagros?
Mal hacen los seguidores de López Obrador en la alabanza exagerada, no fue un gran discurso el del presidente mexicano, fue una declaración digna de su cargo. Mal hacen también sus adversarios al reclamar el viaje porque sirve a las intenciones de Donald Trump, deberían saber que en tiempos de campaña todo se vale y sólo el candidato es responsable de sus declaraciones, si Trump mañana niega el reconocimiento a los mexicanos, lo hará para su propio beneficio, se supone que en la búsqueda del poder todo se vale, incluso recoger en un libro todos los alegatos contra el presidente de los Estados Unidos y ya en el poder, no decírselo en su cara.
Coda. En Lend me your ears. Great speeches in history, William Safire describe las diez claves para considerar una intervención como gran discurso, entre ellas forma, pulso, ocasión y propósito, sobre este último escribe: “Fíjate en la palabra ‘propósito’. Un discurso se debe hacer por una buena razón. Ningún discurso que merezca la pena se hace para que no suene, para colmar el ego de quien lo pronuncia, o para halagar o atemorizar a la audiencia. Fidel Castro ofrece ese tipo de discursos, que llegan a durar siete horas. Un gran discurso se hace para un propósito elevado: para inspirar, para ennoblecer, para instruir, para arengar, para liderar”. La de López Obrador fue una digna declaración diplomática, no un gran discurso.
@aldan