Movimiento Ambiental de Aguascalientes, A. C.
La pandemia del Covid-19 nos ha dejado lecciones ambientales que no debemos desatender. Nuestra civilización se hallaba ya en un punto crítico antes de la aparición de la emergencia sanitaria. Tanto a escala global como en distintas partes del mundo, una convergencia de problemáticas ambientales, sociales, políticas y económicas hacían cada vez más evidente lo que la pandemia dejó en claro de una vez por todas: la humanidad se está acabando el planeta y la gran mayoría ni siquiera lo estamos disfrutando.
La Nueva Normalidad, cualquiera que sea, no puede significar el camino o la aspiración a volver a la parcial e hipotecada comodidad de la antigua normalidad. Deber ser una normalidad justa, equitativa y a la altura de los retos ambientales que se nos van acumulando. El ya gastado discurso de la “competitividad” sólo se ha traducido en regulaciones ambientales débiles que fomentan la contaminación y daño a nuestros ecosistemas, al tiempo que, como se ha visto, construyeron un andamiaje económico insostenible a costa del incremento del sector informal en la economía y la precarización del trabajo. Es momento de actuar con decisión: hay que apagar el fuego y restaurar la casa, pero no se puede ignorar y dejar tal cual la instalación que causó el siniestro en primer lugar.
Energía
Es urgente transitar firme y sólidamente hacia esquemas de energías limpias que sean a la vez seguros y justos para las comunidades y adecuados a las regiones en donde sean desplegados. La participación ciudadana y la gobernanza son vitales para evitar, por un lado, la tentación de las soluciones parciales y cortoplacistas de los combustibles fósiles; por otro, serán fundamentales para asegurar que los nuevos modelos no impacten negativamente a las comunidades y a los ecosistemas, evitando sustituir así una injusticia ambiental por otra.
Contaminación
Ya no podemos permitir la degradación de nuestro ambiente y la vulneración de nuestro derecho al mismo ante el miedo de “perder competitividad”. Necesitamos políticas públicas fuertes en lo local y alineadas en lo internacional que prevengan la injusta externalización de los costos socioambientales, lo cual pasa irremediablemente por contar con instancias de procuración y protección ambiental con personal y equipo suficientes, así como la firme voluntad para defender los ecosistemas, incluso de sus superiores gubernamentales. México ha sido desde hace años un triste ejemplo de buenas leyes con raquíticos presupuestos y discursos demagógicos que las hacen inaplicables.
Ecosistemas
La humanidad debe invertir en la protección y restauración de los ecosistemas, ¡ya! La tiránica y opresiva relación que tenemos con el resto del mundo natural es lo que causó la pandemia en primer lugar. No sólo nos conviene dedicar comprometidos esfuerzos y recursos a la recuperación y conservación de ecosistemas y cuencas, sino que es también una deuda histórica que tenemos con el planeta. La deuda, sin embargo, es diferenciada: el Norte Global, que ha medrado gracias a la extracción despótica de las riquezas humanas y naturales mediante el colonialismo y el neocolonialismo, es quien debe aportar más ya que, adicionalmente, el Sur Global es más vulnerable ante esta y otras contingencias globales, como la Emergencia Climática en gestación. Y ello va alineado con el siguiente punto.
Alimentación
Los sistemas de producción de alimentos no solamente están afectando negativamente al ambiente, sino que están auspiciando, como es el caso del Covid-19, la aparición progresiva de enfermedades zoonóticas. El consumo excesivo e innecesario de carne y otros productos de origen animal por parte de las naciones y sociedades “desarrolladas” no sólo fomenta el insustentable y cruel maltrato de la biodiversidad, sino que requiere del desmonte e incendio de bosques y junglas para cultivar los insumos que tal industria requiere. A eso hay que adicionar la exigencia de volúmenes de suministros que presionan para elevar la cantidad de prácticas transgénicas, agrotóxicas y de extracción de agua que provocan la inseguridad hídrica de regiones enteras, por un lado, y por otro, la inmensa cantidad de contaminantes que genera (gases de efecto invernadero incluidos) que dañan aguas, suelos, atmósfera y biodiversidad. Cada vez se apilan más artículos y documentos que urgen a una transición adecuada, justa y diferenciada hacia regímenes basados en alimentos de origen vegetal, cuyas huellas hídrica y de carbono, en particular, y ambiental en general, tienden a ser inmensamente menores a las de origen animal.
Economía
Los paradigmas del crecimiento y el desarrollo, abanderados por indicadores como el Producto Interno Bruto, son ya obsoletos. No corresponden ni al planeta en el que vivimos ni a los retos que enfrentamos. Engendraron, como se ha señalado, un afán de “competitividad” que favorece a la especulación y es caldo de cultivo para el empleo informal, el precario y el subempleo, con todas las injusticias sociales y efectos negativos a largo plazo que conllevan. Desde ocurrencias populistas al estilo “tele, bocho y changarro” hasta la moda del “emprendedurismo”, hemos sufrido estrategias que, con el interés de generar rápidamente cifras presumibles pero provisionales, malgastaron bonos demográficos nacionales enteros y oportunidades de riqueza históricas que hubieran sido materializables mediante políticas públicas de largo plazo. El consumismo y la cultura del descarte no diferencian entre “recursos naturales” y “recursos humanos” cuando se trata de ocuparlos como meros fines, provocando así una crisis socioambiental civilizatoria tan sólo en el ramo del consumo doméstico.
Justicia social
Como escribió el Papa Francisco en su ahora profética Encíclica Laudato Si’, “no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental”. En plena contingencia hemos visto que el mensaje no ha llegado; la sensibilidad y empatía, indispensables para una Nueva Normalidad justa, solidaria y equitativa, siguen siendo un sueño. Son pocos los sectores que han despertado una reflexión: la mayoría están entre el hartazgo por el confinamiento y la necesidad de canalizar su malestar contra el primer sector vulnerable que se encuentren.
La hipótesis que encumbraba al humano como “animal racional” ha quedado destrozada a las sombras del pánico por el papel higiénico, la viralización de noticias falsas, el incremento en cifras de violencia doméstica de género, los cubrebocas tirados en las calles y las playas, y los recurrentes incidentes de violencia racista; tristemente, todas esas lamentables situaciones se han suscitado alrededor del mundo pues son manifestaciones del mismo problema raíz: el pensamiento egoísta de desprecio, discriminación y desconsideración. El bien común y la cosa pública no se pueden construir cuando lo que impera es el afán, la violencia y el consumismo que sólo ve por un grupo, una clase, un género o una especie, sin importarle que se pisoteen los derechos, aun el de la vida, del resto.
La idea de una Nueva Normalidad abre una puerta de esperanza, pero también otra de peligro. Es muy apetecible cegarse ante los problemas, los acarreados del pasado y los que emergen en el presente, para reclinarse a buscar una cómoda vuelta a la injusta e insustentable normalidad en que vivíamos. Pero también es muy pertinente levantarse a reflexionar conjuntamente y plantear alternativas; de ahí que pululen a diario y en todo el mundo seminarios, webinars y conferencias en línea que orientan y urgen a cambios civilizatorios sustantivos y necesarios. El clamor de la Tierra y de los sectores vulnerables es tan fuerte que ya no puede ser obviado. La humanidad no puede aspirar a apagar ese grito con los audífonos del privilegio tocando a todo volumen la playlist de la indiferencia. Ensordecerse así voluntariamente, le haría perder la última llamada del tren que lleva en el rótulo “la justicia y la equidad”. Y es el único tren que va hacia el futuro.