La pandemia le llegó a un Sistema Educativo Nacional (SEN) conformado por más de 36 millones de estudiantes y más de 2 millones de docentes, que se encuentran distribuidos en un total de 265,277 escuelas. Es un sistema en su mayor parte público (85.5% de la matrícula) que aún mantiene importantes brechas en cuanto a la provisión de los aprendizajes requeridos, altos niveles de rezago educativo (16.9% de la población que no ha terminado la educación obligatoria o no asiste a un centro de educación formal) y en el cual un porcentaje importante de estudiantes termina por abandonar sus trayectorias educativas (la tasa de abandono escolar en media superior asciende al 13%).
Y es que frente a Covid-19 las condiciones para aprender en casa no estaban dadas. Previo a la emergencia, solo el 74% de los estudiantes mexicanos contaba con un espacio propicio para estudiar en casa, cifra inferior a lo alcanzado en los países de la OCDE, en donde, en promedio, el 90% de los estudiantes cuenta con un lugar propicio para el estudio. El 57% de los estudiantes en México contaba con una computadora para trabajar en casa, mientras que en los países de la OCDE este indicador asciende al 89%. El 68% de los estudiantes mexicanos tenía acceso a internet en el hogar, cifra inferior al 96% registrado para este grupo de países desarrollados; pero, además, preocupa que este indicador empeora dramáticamente en los hogares con mayor desventaja socioeconómica, en donde el acceso es de apenas el 29%. Se agrega a estos obstáculos que el gasto educativo del gobierno federal, previo a la pandemia, ascendía a apenas el 3% del Producto Interno Bruto, cifra lejana al 6% que se recomienda para lograr un financiamiento sostenible a la educación.
El regreso a las aulas
Los costos de la pandemia en el sector educativo se expresan tanto por el lado de la demanda educativa, como por el lado de la oferta. Por el lado de la demanda, la caída en la actividad económica tiene efectos directos en los ingresos de los hogares, que al reducirse dejan menos espacio para que las familias puedan continuar invirtiendo en insumos educativos (libros, aprendizajes extraescolares, útiles). Al mismo tiempo, esta presión en los ingresos de los hogares puede derivar en un aumento en la migración de estudiantes del sector privado al sector público, lo cual tensiona las responsabilidades del Estado para aumentar los cupos y readecuar las condiciones físicas y pedagógicas para recibir a más estudiantes.
Por el lado de la oferta, vale recordar que la actividad económica global se ha detenido, con lo cual se anticipa una caída a nivel global del 3%, mientras que para el caso de México se proyecta una caída aun más dramática superior al 6%, aproximadamente. Derivado de esta caída en la actividad productiva se prevé que los recursos destinados a la educación sufrirán también una disminución de entre el 2% y el 4%, de acuerdo con publicaciones recientes. Esta disminución en el monto de los recursos destinados a la educación impactará directamente en los salarios de los docentes a través de recortes o diferimientos en los pagos correspondientes.
El regreso a las actividades escolares cuenta pues con dos grandes desafíos que desde ya requieren de una estrategia de acción desde la política educativa: 1) recuperar los aprendizajes perdidos, sobre todo en los estudiantes con mayor desventaja social y económica, y 2) evitar que las brechas de desigualdad aumenten.
De acuerdo con la evidencia existente, las pérdidas de aprendizaje, producto de 12 semanas sin escuelas, pueden ser de alrededor del 6% -en términos de desviación estándar-, pérdidas que para efectos de política pública resultan significativas y urgentes de anticipar, identificar y atender.
Los nuevos requerimientos de aprender en casa tienen una repercusión negativa importante en términos de desigualdad. Los estudiantes provenientes de los hogares más pobres, tal como ya se anticipaba, son también aquellos que enfrentan más desventaja en cuanto a acceso a condiciones físicas ideales para aprender, acceso a internet en casa y acceso a dispositivos tecnológicos.
Sumado a ello, es también en estos hogares en donde se identifica, en mayor medida, una falta de tiempo, interés y conocimiento por parte de los padres, todas características necesarias para que los estudiantes puedan aprender desde el hogar. Asimismo, se destaca que estas brechas pueden aumentar debido a que, a raíz del confinamiento, se pierde la función que desarrollan los profesores en la motivación y acompañamiento a los estudiantes con mayores desventajas académicas y que están en riesgo constante de abandonar el sistema.
El retorno a las aulas: cómo y en qué condiciones
En la conversación que en tiempo real se tiene sobre la pandemia y los sectores educativos, el regreso a las aulas ya tomó un lugar preponderante. Se propone, por ejemplo, un modelo de atención de tres fases: 1) la mitigación a través del conjunto de medidas de transferencias monetarias, alimentación y enseñanza a distancia que actualmente los gobiernos están desarrollando, 2) gestionar la continuidad a través de campañas de reinscripción enfocadas en los estudiantes con mayor riesgo de abandonar el sistema, y 3) la mejora acelerada del currículum, aspectos pedagógicos, formación y práctica docente, infraestructura e involucramiento de madres y padres.
En términos operativos, resaltan acciones como el aseguramiento del distanciamiento social en las escuelas, elevar los estándares de limpieza y desinfección, asegurar que los estudiantes y maestros lleguen y se mantengan saludables en las escuelas, así como asegurar acceso a baños y sitios para el lavado de manos. Esto, sin duda, requiere de modificaciones y ampliaciones en la infraestructura que obedecen a que las condiciones previas a la pandemia no eran las adecuadas para garantizar la salud de los estudiantes, los maestros, directivos y el personal de la escuela.
Por ejemplo, las nuevas circunstancias urgen a ampliar el espacio por estudiante y profesor dentro de las aulas de clase a un mínimo de 2.25 metros cuadrados, de manera de asegurar una distancia por los cuatro lados de al menos 1 metro. El cumplimiento de este nuevo requerimiento resulta complejo en las condiciones actuales de las aulas mexicanas que solo garantizan un espacio de 1.73 metros cuadrados por estudiante y profesor. En otra perspectiva, para garantizar el espacio necesario, sin ampliación, las escuelas debiesen reducir el número de estudiantes entre un 24% y un 58%, según estas estimaciones.
En cuanto al acceso a agua potable en las escuelas, en México, el 92% tiene acceso; sin embargo, preocupa que en las escuelas en zonas rurales solo el 75% lo tienen. En cuanto a acceso a baños en buen estado, el 72% de las escuelas cuenta con ello; cifra que, de igual forma, se reduce considerablemente en zonas rurales, en donde solo el 58% de las escuelas cuenta con baños en buen estado.
Lo venidero para el sector educativo
El sector educativo enfrenta retos aún mayores a los que enfrentaba previo a esta emergencia sanitaria. La cuestión está en no solo recuperar lo perdido, sino en hacer las cosas mejor que antes, porque de lo contrario los efectos negativos en el largo plazo pasarán la cuenta. Está en juego el aprendizaje, la ampliación de las brechas de desigualdad preexistentes, y los retornos en el largo plazo que la educación genera en la calidad de vida de las personas.
Seguramente, los recursos económicos destinados a la educación se verán afectados, esto combinado con un aumento en la presión por una mayor demanda del servicio, tanto en cuestión de cobertura como de calidad. Entonces las tensiones serán mayores. En estas circunstancias, los actores educativos (docentes, directores, autoridades e investigadores) tienen la responsabilidad de defender la sostenibilidad del financiamiento a la educación, posicionando al sector como la palanca del desarrollo con igualdad que tanto se pregona que pero que tan poco se materializa en acciones de política.
Las circunstancias cambiaron. Por lo tanto, también debe cambiar la escuela para el ciudadano mexicano que queremos. Es una conversación pendiente de años atrás. La pandemia evidencia en tiempo real debilidades en los aprendizajes impulsados desde los sistemas educativos. Son tiempos de promover e impulsar nuevos aprendizajes formales y no formales para todas las edades (“de la cuna a la tumba”) y en todos los contextos (hogar, centro de trabajo, escuela, calle).
En este sentido, urge profundizar en aspectos no cognitivos como la empatía, el cuidado de la salud, la ciudadanía, la cooperación, la tolerancia; se ha vuelto un imperativo crear capacidades para buscar, encontrar, discernir, interpretar y producir nuevos contenidos con la información que circula en internet; así como será necesario equiparar la distribución de habilidades para que todas las personas puedan ser parte de un mundo en donde los centros de trabajo apostarán aún más por la automatización de las tareas, como una forma no solo de acelerar la producción y reducir los costos, sino de reducir el contacto y la interacción entre personas.