Se subraya en los pasados días que tenemos que arribar a una “nueva normalidad” post pandémica para encarar el futuro. La idea no es original, puesto que ya había sido usada en otros países para las posibles salidas a los aislamientos sociales masivos, ya sea impuestos o voluntarios. La usaron, por ejemplo, Sánchez en España, Merkel en Alemania, o Piñera en Chile y AMLO en México; tan sólo para citar casos en continentes distintos. Ya antes, estaba en boca de empresarios y analistas de futuros, divisas y mercados.
Vistos semejantes anuncios, cabe preguntarse: ¿qué quiere decir “normalidad”? ¿Qué implica anunciar una normalidad que es “nueva”? esto, porque podemos entender “normalidad”, al menos de dos maneras. Por un lado se alude a lo que es corriente, usual, convencional o común, y por otro, normalidad se refiere a seguir lo que ordenan las normas, es decir, lo que está normativizado o normalizado. Es ese segundo aspecto el que resulta clave para las políticas públicas y los gobiernos ante esta pandemia y las que se produzcan en el futuro.
Y podemos decir que si se alude a la normalidad desde el poder público, se habla casi necesariamente de obediencia a las normas, que son obligatorias por definición, aún en países remisos históricamente al cumplimiento general de las normas, como es el caso de México. La obediencia alude necesariamente al positivismo, y podemos recordar al respecto la conocida frase del escudo y bandera brasileños: “orden y progreso” o su equivalente porfiriano en el México de los llamados “científicos”. Así, la influencia de aquellos positivistas (liberales, se dirá) llegó casi intacta a nuestros días, donde lo normal es la libre empresa, pero no necesariamente las libertades públicas. La normalidad entonces es concebida como una cualidad necesaria y positiva que evitará caer en lo que se dice “anormal”, es decir, lo raro, radical, caótico o patológico; donde se dice, la política y la organización del Estado deberían asegurar y garantizar lo que es entendido como “crecimiento económico”. Pero para que dicho crecimiento se produzca, es preciso asegurar la obediencia y el acatamiento a las leyes y normas por parte de las mayorías sociales. Justo como en el caso de la pandemia.
Luego, no sobra preguntarnos hasta donde la “nueva normalidad” de la productividad y expansión capitalista se va a imponer a la fuerza en el futuro. Porque si bien hasta ahora prevalece una visión liberal de respeto a la libertad individual, al menos en México, misma que por cierto no hemos visto en otros países, en teoría más democráticos que el nuestro; la normalidad que se anuncia como “nueva” es más de lo mismo, por ejemplo, el ejército haciendo “normalmente” tareas de seguridad pública ante la creciente violación de derechos humanos en el país, o bien la permisión oficial “normalizada” del abuso en los precios de los alimentos y bienes de primera necesidad de parte de los privados, como hemos visto en esta crisis, o también en la defensa sesgada, condicionada y “normalizada” de la libertad de prensa en ciertos casos, hablamos de una normalidad que no necesariamente tiene nada de positiva o de nueva.
Entonces, si como se repite desde muchos sectores progresistas, no podemos y no debemos regresar a la antigua normalidad, puesto que en ella vivía instalada la crisis y la peor inequidad social, en la que pocos ganan mucho y las mayorías ganan poco; entonces es lícito preguntarnos colectivamente: ¿queremos seguir en esa vieja normalidad que se pretende renovar? Porque resulta que como hemos visto en muchos países, bajo la pandemia se puede usar el miedo al contagio o a los desórdenes públicos para mantener muchas de esas pasadas condiciones de inseguridad o inequidad social y económica, agregándoles ahora más y mejores mecanismos de obediencia, control y acatamiento.
En ese sentido, la novedad debería estar en explorar colectivamente alternativas no solamente incómodas, sino también aquellas que resultan inconcebibles bajo las actuales “normalidades”. Transición energética definitiva y radical, por citar un caso relevante. Ya sea a la derecha o a la izquierda, también están los que admiran los controles sociales totales, como los de China, con su monitoreo pandémico. Unos y otros confunden las necesidades de la salud pública con la aspiración totalitaria de un estado de vigilancia y coacción absoluta, que asegure la obediencia total.
@efpasillas