En la novela “1984” de George Orwell, el Gran Hermano (Big Brother) lograba el control social y su poder político con Ministerios (unidades operativas) sustentadas en el discurso la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, y la ignorancia es la fuerza.
La guerra es la paz: era necesario mantener la constante lucha contra los “enemigos” del Estado y la sociedad, por lo que se mantenía un insistente ataque para conservar la paz de la comunidad. La libertad es la esclavitud: disminuir garantías y derechos de las personas, con el pretexto ser necesario imponer extremados límites a las libertades para salvaguardar la seguridad pública y lograr tranquilidad social; el Estado daba seguridad si las personas le cedían sus derechos. La ignorancia es la fuerza: el control social de la “verdad” mediante la construcción de realidades y dar sólo la información necesaria para que sintieran que el Gran Hermano cumplía con sus obligaciones con el pueblo; es decir, entre menos conocimiento tenían, entre más realidades distintas se construían, la ignorancia social era la mejor herramienta para el control.
En la actualidad, como la mayoría de los críticos lo apoyan, la novela debería de cambiar de nombre e irse actualizando, en este momento a “2020”, pues Orwell tenía razón: la ignorancia sigue siendo la fuerza. Las sociedades cuentan con mecanismos destinados a lograr la conformidad de las personas, sometiéndolas a requerimientos del grupo, para asegurar su continuidad frente al comportamiento individual irregular. Éstas instancias funcionan cuando convierten al individuo en un sujeto adaptado que acepta lo que la sociedad impone, o lo someten violentamente para lograrlo.
El discurso político es un medio de control; una expresión de ideología dirigida a la sociedad, con la finalidad de que se den las conductas favorables para quien lo emite, y así detentar el poder, al lograr el consenso mediante información que llegue a aceptarse como válida y obligatoria para una adecuada convivencia. El discurso político puede ser una técnica para favorecer a la comunidad, o para imponer la voluntad del poderoso, e impedir que otros individuos perciban sus verdaderos intereses.
Cada modelo político produce los medios que necesita para cumplir con los fines del poder; una de esas estrategias puede darse a través de la construcción de la realidad; por medio de la interacción de la comunicación y el lenguaje se construyen supuestos que buscan influir y determinar las acciones de las personas en donde se desenvuelven; la forma de entendimiento de la comunicación es lo que crea esa realidad. La historia revela que en ocasiones, para evitar que la población se dé cuenta que parte del poder es empleado para favorecer intereses individuales, que la riqueza no es distribuida equitativamente, que no se destinan los recursos suficientes para satisfacer las necesidades de todos, ni para fortalecer los valores y la seguridad ciudadana; se crean distracciones folclóricas o fantasiosas, historias falsas, agravando situaciones que carecen de relevancia, u ocultando información, con la finalidad de que la población se sienta tranquila y evite observar esa realidad.
Por eso no faltan discursos que presumen haber realizado modificaciones legales para endurecer penas de cárcel, incrementar las existentes, y limitar al máximo los derechos y garantías de los “delincuentes”, argumentando que lograrán reducir la delincuencia y la inseguridad. Lo que no informan tales discursos es que no se tiene sustento objetivo y real, de que las modificaciones legales disminuyan la delincuencia, y para ello es suficiente ver el día a día. Tampoco faltan los discursos que, en el momento que se da el reclamo y rechazo social por la falta de cumplimiento de sus deberes, crean historias de que en un breve tiempo se han resuelto todos los problemas de los últimos años, a pesar de que la problemática siga latente. Así mismo, no faltan los discursos que en vez de reconocer errores propios y tratar de repararlos, amenazan con exhibir públicamente a personas que ellos consideran responsables de los males que aquejan a la sociedad, sin ni siquiera existir una declaración, conforme a derecho, de su culpabilidad. Tampoco falta el discurso político que trata de una manera al económicamente poderoso, y de otra forma al desposeído; pues lo que en el rico es alegría, en el pobre es enfermedad.
Así, surgen versiones del robo de líquido en las rodillas, del sembrado de males, o se desvía la atención en políticos de antaño; se continúa una campaña de estigmatización y rechazo a todo lo que no piense como uno, y se difunden rumores de inmediato, sin tener sustento de su veracidad. Se satura de información de lo que ocurre en otros lugares, para distraer de los problemas de nuestro entorno. Se difunde ampliamente que la inseguridad y los delitos siguen incrementándose, por lo que es necesaria la inflación o incremento del sistema penal; en ese discurso, se escandaliza por el desabasto del alcohol, mientras otros no tienen nada que comer.
Y así, la realidad sigue su marcha en forma paralela, pues la “Matrix” ayuda a que la gente se sienta alejada y distante de lo que ocurre en verdad, para evitar reclamos y disgustos. La cuestión es que ese pan y circo no es tema reciente: anteriormente los gladiadores se enfrentaban en el coliseo romano; hoy, luchan a dos de tres caídas sin límite de tiempo; y la sociedad prefiere seguir en brazos de Morfeo, conectada a la fantasía, que vivir la realidad y exigir, respetuosamente y por medios jurídicos, lo que les es debido.
Lo irónico de lo narrado es que todo puede leerse en la novela de Orwell. ¿Coincidencia o destino? O, como llegó a decir Alan Moore a través de V de Vendetta, “las coincidencias no existen, sólo la ilusión de creer que existen coincidencias…”.