El Culto a la personalidad/ Memoria de espejos rotos  - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Here come the world, with the look in its eye.

Future uncertain but certainly slight

Look at the faces listen to the bells

It’s hard to believe we need a place called hell

Devil inside – INXS

 

En política, hacia la mitad del siglo pasado, irrumpió el nuevo cuño de un concepto para definir un fenómeno que ha existido desde el origen del ejercicio del poder político, pero que se le dio denominación hasta 1956, al hacer una revisión del régimen de José Stalin. Este concepto es el del Culto a la personalidad. Su cuño se lo debemos al entonces Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Krushchev, quien lo mencionó en su discurso durante el XX Congreso de su partido. En ese discurso, conocido como Acerca del Culto a la Personalidad y sus Consecuencias, Krushchev pasó revista a los crímenes del régimen de Stalin. El discurso completo de Nikita Krushchev en español está disponible en https://www.marxists.org/espanol/khrushchev/1956/febrero25.htm. A partir de ahí, ese término del Culto a la personalidad comenzó a utilizarse para referirse a la adulación y devoción excesiva, hacia un líder carismático, particularmente hacia caudillos, jefes de estado, presidentes, o dictadores. Los regímenes totalitarios han sido fecundos es este culto hacia sus líderes supremos.

Este culto tiene la finalidad de reforzar la posición política del líder, de hacerle incuestionable, y de fomentar en la población el sentimiento de seguridad de que el líder no se equivoca, en detrimento de la voluntad popular y de las decisiones colectivas de la ciudadanía participativa. De hecho, en el Culto a la personalidad, el líder supremo se hace pasar como depositario o representante unipersonal de la voluntad del pueblo. sin embargo, este modelo no es exclusivo de los regímenes absolutistas o autoritarios; también las repúblicas democráticas pueden padecerlo. En estas repúblicas, el Culto a la personalidad es frenado por el efectivo contrapeso político necesario ejercido por las instituciones que conforman el Estado. Cuando este balance y contrapeso institucional falla, el Jefe de Estado (electo democráticamente por voto directo, o por la elección de un parlamento) se da pie a que el Culto a la personalidad del mandatario coopte cada vez más espacios, y se corra el riesgo de que, incluso en una democracia nominal, ocurra el gobierno personalista, con toda la amenaza a la construcción de ciudadanía democrática que esto implica.

El Culto a la personalidad tiene algunas características visibles, entre éstas: la exagerada devoción y adulación hacia el líder. El caudillo es mimetizado con la figura del pueblo al que gobierna. Se sobreestima el carisma y el liderazgo del caudillo, y se minimiza o nulifica cualquier otro liderazgo, incluso si es de su misma fuerza política. Por extensión, cualquier acierto de gobierno es mérito del caudillo. Como en la propaganda de Goebbels, existe un “enemigo único y común” que justifica el rol histórico del líder. Las expresiones del caudillo se reciben sin crítica alguna entre sus militantes, y quién cuestiona al líder se le ve como traidor. Así, a los críticos del caudillo se les persigue o se les censura, o se les señala social y mediáticamente. De este modo, se fomenta una tendencia a propagar la noción de que los problemas o errores de ninguna forma son responsabilidad directa del líder, y ésta se traslada a sus colaboradores o a sus adversarios. 


Permitir que el Culto a la personalidad incube en las democracias es un peligro para la vida civil, para la división de poderes, para la república, y en general para el Estado de Derecho. Cuando estas características aparecen en una democracia, es momento de privilegiar la construcción de ciudadanía, de fortalecer a la sociedad civil, así como de impulsar y defender a los órganos autónomos que brindan contrapeso al ejecutivo; de otro modo, se corre el riesgo de incubar el Huevo de la Serpiente que implica el autoritarismo. Hannah Arendt, en su libro Eichmann en Jerusalén, Un informe sobre la banalidad del mal, afirma que: “El sujeto ideal para un gobierno totalitario no es el nazi convencido ni el comunista convencido, sino el individuo para quien la distinción entre hechos y ficción, y la distinción entre lo verdadero y lo falso, han dejado de existir”. Como se puede ver, estamos en riesgo.

 

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@_alan_santacruz

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