- Los animales silvestres no son mascotas, se deben dejar en libertad y evitar matarlos
Cacomixtles, tlacuaches, aguilillas, halcones, conejos, ardillas, mariposas, escarabajos y murciélagos, entre otros animales silvestres, son ejemplos de especies que se han adaptado al entorno urbano, afirmó Gabriela Jiménez Casas, del Programa de Difusión del Instituto de Ecología (IE) de la UNAM.
Esos seres vivos se han acostumbrado a la gente, al clima, al ruido, las construcciones y vehículos, y a veces buscan su alimento en botes de basura. Comen sobre todo frutas, verduras y hasta ratones pequeños, precisó.
En el territorio que ahora ocupa la Ciudad de México y su zona conurbada existieron grandes reservas naturales, que fueron invadidas por el hombre, que redujo o exterminó algunas especies, mientras que otras migraron al cambiar las condiciones de su ecosistema. Sin embargo, “es sorprendente la capacidad de algunos animales que se han adaptado al entorno urbano”, dijo.
Pero este proceso no reside en su simpatía; debido a que la invasión de su hábitat es paulatina, se han adecuado poco a poco a esos cambios, y encuentran alimento y cobijo de manera fácil y rápida porque muchas veces son proporcionados, de manera deliberada o no, por la propia gente, mediante sus desperdicios de comida.
Se ha dado un proceso de aprendizaje en ambos lados: humanos-animales, animales-humanos. Se han conocido y habituado a la presencia del otro, hasta que la convivencia se vuelve una costumbre.
“El mejor ejemplo en esta convivencia es la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel (REPSA) y el campus universitario, donde los gorriones y las ardillas hasta se puede decir que son descarados y frescos para ‘robar’ el alimento de los alumnos”, comentó.
La bióloga exhortó a no dañar la fauna silvestre que se acerque a nuestros hogares o lugares de trabajo, “no hay que temerle, porque es inofensiva”. También recomendó no alimentarla, porque no son mascotas, y como cualquier otro animal pueden transmitir enfermedades.
En el entorno urbano debemos aprender a convivir con la fauna y la flora, dejarlas en su sitio, pues las reservas naturales prohíben el reingreso de animales y plantas que han sido ‘contaminados’ en otros ambientes. “Pueden alterar el equilibrio local; cuando sale un animal no sabemos si pescó alguna infección o adquirió hábitos dañinos para la fauna local”, explicó: “Cuando animales y plantas conviven son felices porque hay equilibrio, a esto se le llama ‘capacidad de carga del ecosistema’, pero nosotros tenemos la costumbre de romper esa estabilidad, somos bastante dañinos”.
La Repsa, paisaje natural que resiste la modernidad
Un ejemplo de conservación es la Repsa, que resguarda la UNAM. Está constituida por 237 hectáreas de un ecosistema denominado matorral xerófilo de palo loco (Senecio praecox, ahora llamado Pittocaulon praecox), determinado por el botánico polaco Jerzy Rzedowski, al realizar un estudio de caracterización de la zona en 1954 y darse cuenta que era la especie dominante.
Después, con la evolución natural del pedregal su composición botánica cambió, pero sigue usándose ese nombre, o simplemente “pedregal”, término también considerado como ecosistema. Una de sus riquezas reside en representar un paisaje natural que subsistió a la transformación del Valle de México.
Actualmente funge como aula ecológica, única en el mundo por ubicarse dentro de una universidad. Su biodiversidad es enorme, ya que conviven aproximadamente mil 553 especies nativas y 317 exóticas.
La Repsa fue declarada el 3 de octubre de 1983 zona ecológica inafectable. Actualmente, su riqueza se conforma por hongos y líquenes (cinco por ciento); plantas (28 por ciento); animales invertebrados (54) como milpiés, ciempiés, escolopendras, crustáceos, arañas, tarántulas, escorpiones e insectos; así como vertebrados (13) como ranas, salamandras, lagartijas y serpientes, mamíferos y aves. Además, abarca la tercera parte del campus universitario y es patrimonio natural de la Universidad Nacional y de los mexicanos.
Jiménez Casas recordó que la riqueza del Pedregal de San Ángel se debe a la erupción el volcán Xitle, hace casi mil 670 años. Entonces la lava arrasó con la vida que había, pero al solidificarse, la acción del agua y el viento generaron erosiones por donde se filtraron semillas que propiciaron la germinación de plantas.
“Al paso del tiempo se convertirá en un bosque de pino-encino, como el que se localiza a la altura del décimo kilómetro de la carretera al Ajusco, donde seguirá evolucionando la vida, porque al haber plantas llega gran variedad de animales”, concluyó la académica.
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