La crisis derivada del Covid-19 ha obligado a millones de personas en el mundo a recluirse en sus viviendas para disminuir el número de contagios. No obstante, es oportuno recordar que un porcentaje importante de la población mundial carece precisamente de una vivienda o habita en asentamientos que no cuentan con las condiciones mínimas de habitabilidad –según la ONU, en 2018, más de 1 billón de personas, equivalente a 23.5 por ciento de la población global, residía en asentamientos informales que no cumplían con dichas condiciones. Además, se estima que para el año 2030 aproximadamente 3 billones de personas requerirán una vivienda adecuada y asequible para revertir la situación de precariedad e informalidad en que vive gran parte de la población en los distintos continentes.
La vivienda es más que un objeto arquitectónico que provee resguardo de la intemperie; en efecto, constituye una plataforma más amplia que facilita el acceso a mejores oportunidades de desarrollo humano y prosperidad. En ese sentido, dada la coyuntura sanitaria actual, es importante mencionar que la vivienda puede influir directamente en la salud de las personas, por lo cual, garantizar el acceso a una vivienda que cuente con los servicios básicos e infraestructura necesarios, en especial de agua y saneamiento, y construida con materiales adecuados, es fundamental para alcanzar mejores niveles de salud. Veamos.
El Estudio diagnóstico del derecho a la vivienda y decorosa 2018 del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), indica que en México aproximadamente 7.6 por ciento de la población no cuenta con agua entubada en sus viviendas, mientras 6.8 por ciento no tiene drenaje sanitario. Además, solo 73 por ciento de los hogares con tubería de agua potable en el país cuenta con el servicio de agua diario, en tanto que 13.9 por ciento de los hogares con estas mismas características tienen agua de cuatro a seis días a la semana; mientras 13.1 por ciento de las viviendas no recibe agua más que dos o menos veces a la semana. Similarmente, se estima que la cobertura de población a nivel nacional con acceso a drenaje fue de 91.4 por ciento; sin embargo, en localidades urbanas esta proporción asciende a 96.6 por ciento, mientras que en zonas rurales la cobertura de drenaje alcanza solo 74.2 por ciento.
El acceso a agua limpia en la vivienda es una determinante conocido de salud, ya que puede incidir directamente en la probabilidad de contraer enfermedades infecciones como la diarrea, tifoidea y cólera. En la India, por ejemplo, la prevalencia de diarrea entre niños en hogares con agua entubada es 21 por ciento menor que en niños en hogares sin acceso a este servicio (Jalan et al. 2001). En ese sentido, garantizar el acceso universal a servicios de agua y saneamiento de calidad puede ayudar a mejorar los niveles de salud en el país.
Más aún, el Coneval calcula que 3.3 por ciento de la población de México habita viviendas con piso de tierra; mientras 1.3 por ciento reside en viviendas con techos endebles, y 1.6 por ciento de la población lo hace en viviendas con muros poco resistentes. Pero ¿cómo influye la calidad material de la vivienda la salud de las personas? Una extensa investigación (Cattaneo et al. 2007) encontró que, en México, reemplazar los pisos de tierra con pisos de cemento conduce a una reducción de 78 por ciento en enfermedades parasitarias en niños, además de una reducción de 49 y 81 por ciento en diarrea y anemia, respectivamente. Además, la calidad material de la vivienda puede disminuir la probabilidad de contraer enfermedades transmitidas por vectores, como el dengue o la malaria, al sellar de mejor manera techos, puertas y ventanas para impedir de mosquitos, entre otros vectores.
Más aún, el hacinamiento –que indica que el espacio de una vivienda es insuficiente para sus habitantes cuando viven 2.5 personas o más por dormitorio–, es una condición presente en el 8.4 por ciento de las viviendas habitadas en el país. Existe evidencia acerca de la relación del hacinamiento con el aumento de la probabilidad de contraer enfermedades respiratorias, entre otras, no sólo porque un mayor número de habitantes en un espacio insuficiente limita la disponibilidad y calidad de los servicios básicos, sino también porque propicia un mayor contacto físico entre las personas, y, con ello, aumenta el contagio de enfermedades. En Sao Paulo, Brasil, por ejemplo, un estudio (Cardoso et al. 2004) sugiere que el hacinamiento está asociado a un aumento de 2.5 veces en la incidencia de infecciones respiratorias de vías bajas en los niños, en gran parte por contagios entre los mismos integrantes del hogar.
En conclusión, la salud pública está estrechamente relacionada tanto con el acceso a una vivienda, como con la disponibilidad de servicios básicos y la calidad material de la misma. Por ello, garantizar mejores condiciones de salud en la población también requiere de políticas públicas y mecanismos de financiamiento adecuados que permitan reducir los rezagos de vivienda existentes en el país.
[email protected] / @fgranadosfranco