Todo un reto se nos avecina en los próximos días con las medidas impuestas en relación con el contacto social por el avance del Covid-19 en territorio nacional, en esta situación inédita, donde se nos limita el libre tránsito en las calles y evitar en la medida de lo posible las aglomeraciones de personas en los ámbitos social, laboral, público y privado.
Más allá de las indicaciones básicas de higiene, como lavarnos las manos, desinfectar superficies o aumentar defensas corporales a partir de la buena alimentación, las medidas de aislamiento son las más drásticas, quizás por no tener un antecedente inmediato, o por no tener la infraestructura necesaria. Pensemos en que nuestras viviendas se encuentran diseñadas para dormir y convivir apenas unas horas, ya no digamos días enteros. En estos días, pues, nos enfrentaremos a un ámbito social que, por muchos factores habíamos dejado de lado, y paradójicamente es nuestro círculo más cercano. Me refiero al ámbito familiar.
Todos crecimos pensando en un modelo nuclear de familia: padre madre e hijos, y ello no es gratuito: películas, caricaturas, novelas, telenovelas, desde nuestra niñez, nos inculcaron ese modelo. Las estadísticas nos muestran que para 1976, el 71% de las familias mexicanas se componían de esta manera. Tal cifra ha disminuido al 65% en nuestros días, en donde estamos ante una reconfiguración del concepto, de tal manera que las “familias” unipersonales (es decir, personas viviendo solas) han incrementado su proporción del 4% al 9% en el mismo periodo, aún todavía muy por debajo del porcentaje que representan en otros países; muy por el contrario, lo característico de nuestra sociedad es la familia extensa: 20% de nuestros hogares son de familia nuclear más parientes que viven en el mismo techo, abuelos, sobre todo.
Las familias, luego de los esfuerzos gubernamentales de planificación familiar en la década de los 80 (aún recuerdo los comerciales de televisión con la frase “pocos hijos para darles mucho”) redujeron su fecundidad: en la década de los 70 del Siglo XX el promedio de hijos de 8, bajó en 2010, a un promedio de 1.7. Es decir, nuestra familia típica en estos días es de papá y mamá, dos hijos (máximo), y en algunos casos, abuelos y tíos.
Por otro lado, el espacio donde habitamos apenas es suficiente para satisfacer las necesidades más básicas, por eso lo complementamos con espacios sociales tratando de compensarlo. Nuestra vivienda, para ser decorosa según la doctrina, debe poseer cuatro componentes: 1. Brindarnos protección o abrigo; 2. Ser funcionales en cuanto a descanso, sustento, reproducción y socialización; 3. Elementos decorativos que trascienden la sobrevivencia y la existencia y actúan como indicador de relaciones y conciencia social; y sobrevivencia y la existencia y actúan como indicador de relaciones y conciencia social; y 4. El acto de consumo que determina su adquisición. Si la vivienda no permite, por ejemplo, la socialización, se suple con el parque público, la casa club, el club deportivo.
Viendo lo anterior, resulta necesario comprender que la dignidad o el decoro asociado a la vivienda resultan conceptos muy relativos, dadas nuestra cultura, las nuevas tendencias, lo tradicional de nuestras familias o hasta el mercado inmobiliario.
Surge entonces el inconveniente de desarrollar nuestra vida, durante algunos días pues, en un espacio que no cuenta con la estructura necesaria para hacer frente a la necesidad de socializar de un determinado número de habitantes en un reducido contexto, acotado en apenas algunos metros cuadrados.
Hacia dónde quiero llevar esta reflexión: este complejo momento, tendrá que poner a prueba el contacto que tenemos con la familia. Como individuos sociopolíticos, es un hecho que mostramos una faceta de nuestra personalidad a la sociedad, sin embargo, no estamos acostumbrados a socializar al interior de nuestros hogares, pues el ritmo de vida nos ha hecho entender la interacción hacia el exterior.
Ante la inminencia de medidas de confinación, se nos muestra una oportunidad para la convivencia familiar y el desarrollo de valores en un ejercicio de introspección. Es cierto que el espacio de las viviendas resulta insuficiente para una interacción holgada, pues como quedó asentado anteriormente, espacios reducidos de vivienda y un numeroso grupo familiar provocan hacinamiento que, a la larga, deriva en otro tipo de problemas.
La oportunidad es la de ejercer la democracia como forma de vida. Vamos ejerciendo valores al interior de la familia. Que esta convivencia forzada nos remita a una forma de contacto en la que la participación (de todos en las labores del hogar), el respeto (a los tiempos de actividades productivas y lúdicas), o la tolerancia (en las distintas formas de ver la vida) sean las que rijan nuestra vida en esta cuarentena.
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