I hate to say it, I hate to say it,
but it’s probably me…
It is probably me – Sting
El discurso de odio es una forma de incitar a la vejación, la discriminación, la dominación, la humillación, segregación, rapiña, o violencia contra individuos o grupos específicos. Determinantemente, para que exista discurso de odio, los grupos o individuos destinatarios del mensaje deben haber sido, a lo largo de la historia o en contextos determinados, víctimas –justamente- de vejación, discriminación, dominación, humillación, segregación, rapiña, o violencia.
Así, el discurso de odio sólo aplica contra población vulnerada previamente, sea por condición de raza, sexo, expresión de género, orientación sexual, origen étnico y cultural, condición migratoria, clase social, y demás características que esa población no puede elegir de manera intrínseca, o que se escapan a su esfera volitiva. Además, este discurso de odio parte de un ejercicio de poder asimétrico; de quienes poseen cierto grado de dominio, sobre quienes no lo poseen. El discurso de odio es, entonces, un mensaje vejatorio dado desde posiciones de poder, con la finalidad intencionada de lastimar la dignidad o la integridad de individuos o grupos que, por su condición, han padecido prejuicio, o violencia previa, y de carácter estructural.
En virtud de lo anterior, la visibilización del discurso de odio ha puesto a los imbéciles en una vitrina en la que fácilmente se les expone como lo que son: racistas, misóginos, xenófobos, machistas, homófobos, clasistas, etcétera. Y es evidente que no les gusta, por lo que pretenden cobijarse en el amparo de la libertad de expresión. Eso nos plantea un debate interesante, justo ahora en este contexto actual, en el que distintos grupos vulnerados (particularmente mujeres, comunidad LGBTTTI, poblaciones originarias, o fracciones del proletariado) han levantado la voz y arrecian sus expresiones de protesta contra estas vejaciones. En este contexto, los grupos privilegiados (o con aspiraciones de privilegio) han visto constreñida su acostumbrada capacidad para incitar a la asimetría del poder desde el discurso de odio, y han apelado a la abstracción de la libre expresión de las ideas. Dicho de otro modo, quienes poseen el privilegio ven en la equidad la posibilidad de perder ese privilegio, y discursivamente lo traducen como si ellos fuesen las víctimas de la violencia. Por eso sus mensajes pululan y cunden, porque tienen un sentido de violentar a las poblaciones violentadas como si fuese en defensa de sus privilegios.
Sin embargo, como se mencionaba al inicio, es determinante que para la existencia del discurso de odio exista asimetría en el ejercicio del poder, y que esta asimetría se ejerza de “arriba” hacia “abajo”; por el contrario, cuando se ejerce de “abajo” hacia “arriba”, no es otra cosa que la resistencia política expresándose en contra de la injusticia. Por eso, cuando el sector privilegiado (o con aspiraciones de privilegios) dice como queja que “ya no se puede ser políticamente incorrecto”, es una falacia. Lo más “políticamente correcto” es justamente lo que cristaliza las relaciones desiguales de poder. Lo “incorrecto” es -precisamente- lo que cuestiona esa inequidad en la distribución del poder, no lo que alienta las desigualdades o la continuidad de las vejaciones a los vulnerados.
Por ejemplo, en la comedia y el humor es muy visible este fenómeno: no es que no se pueda ya hacer chistes de nada, sino que los chistes misóginos, homófobos, clasistas, racistas, xenófobos, ahora tienen ese nombre. Por supuesto, siempre será más fácil reírse de los desposeídos y de los violentados, pero no es ni lo más ético ni lo más inteligente. Si se quiere hacer “humor políticamente incorrecto” hay que hacer chistes contra los poderosos, contra los abusadores, contra quienes detentan los privilegios del poder. Es decir, hay que hacer resistencia política contra la dominación, no fomentarla.
Por eso, es una estupidez la idea de que existe “racismo inverso”, “heterofobia”, “hembrismo”, y demás idioteces propias de quien sabe que la equidad es una amenaza a sus privilegios de clase, raza, etnia, género, o política. Y es por esto que el discurso de odio debe ser señalado, combatido, proscrito; porque hacerlo no es un atentado contra la libertad de expresión, sino una protección sobre la integridad y la dignidad de los individuos o grupos a los que histórica y estructuralmente hemos vulnerado, sea por acción, por omisión, o complicidad. El contexto actual nos brinda la preciosa oportunidad para revisarnos, examinar nuestros discursos, y tener la posibilidad de posicionarnos del lado de la verdad, de la justicia, de la inteligencia, y de la ética.
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