“Ya no nos vamos a callar, las cosas sí van a cambiar. De eso nos encargamos nosotras”. En una manifestación sin precedentes, miles de mujeres tomaron las calles para exigir un alto a la violencia feminicida.
EMEEQUIS/Alejandra Crail, Patricia Tapia y Vanessa Cisneros
Un águila parada sobre un nopal sostiene entre sus garras a una mujer bañada en sangre. La imagen está plasmada en una enorme manta que es sostenida por mujeres de todas las edades; está acompañada de una frase que sentencia: “México feminicida”.
El feminicidio es el punto final de una cadena de violencia de género que viven miles de mujeres todos los días en este país, un punto final que le quita la vida a 10 mujeres todos los días. Hay violencias que han arrebatado vidas, hay otras que han dejado heridas profundas.
Hoy están aquí, en las faldas del Monumento a la Revolución, las mujeres que prestan voz a las que ya no están, las que gritan a nombre de todas las desaparecidas, las sobrevivientes que han lidiado durante años con las secuelas físicas, emocionales, económicas y psicológicas que les han causado las violencias cometidas en su contra, las solidarias, las sororas. Este 8 de marzo de 2020, dice Rocío, de 37 años, que marcha por primera vez, “hoy somos una y vamos a cambiar la historia”.
“No era paz, era silencio”
“¿En dónde está Pamela?”. “Justicia para Fátima”. “Disculpen las molestias nos están matando”. “Desaparecida”. “Ayúdame a regresar a casa”. “¡Lucha como niña!”. “Hoy grito por ti”. Las frases que acompañan los carteles de las más de 20 mil manifestantes que han llegado a la plancha del Monumento son sólo una muestra de la magnitud del problema.
Los matices de morados son variopintos, tal como lo son los sentimientos: esperanza, rabia, dolor, optimismo, amor. Esta tarde se alza la voz para exigir una vida mejor. Se canta intensamente y las voces crecen conforme se agrupan las integrantes de los diferentes contingentes. La edad no importa, todas las mujeres participan. Tres niñas de no más de 10 años exigen: “Cuando sea grande quiero ser libre”.
Es el Día Internacional de la Mujer, pero dicen, no hay nada que festejar. “Feliz día hasta que no falte ninguna”, se lee en otra pancarta. Las consignas diversas que se gritan ya sobre Paseo de la Reforma terminan unidas en una misma voz que recorre las calles de la ciudad y que planea llegar a cada rincón de este país: “¡Ya basta!”.
Y es que, a decir de las manifestantes, esta marcha es histórica. Fabiola, una joven que recién denunció a su agresor de la infancia –su primo–, lo explica así: “Las mujeres estamos despertando y estamos hablando lo que hemos callado durante años”.
Isela, una madre de 51 años que acompaña por primera vez a su hija a una marcha feminista, reflexiona sobre cómo esa falsa paz en la que parecíamos vivir no era más que el silencio de todas las violencias. “Eso a ellos les hace sentir miedo, sienten miedo de que hablemos, sienten miedo de ser evidenciados, sienten miedo de que digamos la verdad”.
Sólo así, dice, es posible explicar las amenazas que hubo días anteriores a la marcha. Hombres que prometieron organizarse para atacar con ácido a las manifestantes, otros que decían que llevarían abejas para soltarlas en media marcha, diversas amenazas que no amedrentaron a miles de mujeres. “Me da más miedo perder a mi hermana que tu ácido”, respondieron en sus pancartas.
Voté por él, me está decepcionando
Para mujeres como Laura, que es la primera vez que se suma a la causa, el motor es muy claro: marcha con sus hijas para no marchar por ellas.
Por eso una de las principales demandas de las manifestantes es que el gobierno escuche a sus mujeres, que atienda la violencia feminicida, que la acabe y que trabaje para reducir toda la desigualdad que impera entre hombres y mujeres.
“Yo voté por él y me está decepcionando. Me molesta su pasividad, su indiferencia. Tengo hijas y todos los días tengo miedo. Le exijo a nuestro presidente Andrés Manuel que se ponga las pilas, que nos de seguridad”, dice Josefina, de 47 años. El cambio, insiste, debe ser profundo. “Si el gobierno necesita meterse a revisar lo que pasa en casa, que lo haga”.
Una estatua de mujer en la Alameda de la Ciudad de México tiene puesta una pañoleta verde y en su pecho un letrero: “Cada día 34 niñas en México de 10 a 14 años de edad son embarazadas en hechos de violencia sexual, en su mayoría por familiares”.
Justamente son las niñas de nuestro país las que más preocupan, dice un grupo de mujeres que fueron acompañadas con sus hijas, miembros de la colectiva de crianza feminista.
“Las niñas no se tocan”. Sin embargo, las han tocado, las han violentado. Un grupo de “brujas” dedica un pensamiento a las niñas que ya no están. “Con flores y con cantos recuerdo a las niñas guerreras, a las que se fueron: a Valeria, a Lupita, a Jimena, a Paola…”, las presentes desbordan las lágrimas.
Más allá, en el Zócalo, suenan tres petardos lanzado por infiltrados a la marcha, uno de ellos hirió a cuatro mujeres periodistas que reporteaban en la puerta de Palacio Nacional, donde las manifestantes exigían a la autoridad responder con acciones concretas para combatir la violencia contra las mujeres.
Otro de estos ataques ocurría en Eje Central esquina con Madero, donde otro petardo fue lanzado en contra de mujeres que se manifestaban. A la par, hombres vestidos de civil con chícharos en los oídos y radios, tomaban fotografías a las manifestantes para después colocarse en las esquinas de las calles.
Mujeres insignia
A ella le arrebataron a su hija el 3 de mayo de 2017 y, desde el dolor que la acompaña, ha sacado fuerza para luchar por obtener justicia para su hija y las otras mujeres víctimas de violencia feminicida. Hoy Araceli Osorio, madre de Lesvy Berlín Osorio, encabezó el contingente de víctimas y desaparecidas para dirigir un emotivo mensaje y abrazar a las mujeres presentes, pero también para reclamarle al Estado su complicidad, su pasividad e indiferencia.
“Si yo quiero abrazar a Lesvy, sólo basta que abrace a cualquiera de estas mujeres, porque estoy segura que ellas son capaces de prestarme sus cuerpos, sus rostros para que yo pueda darle un abrazo enorme”, dijo, mientras una mujer, llorando, se acercó a prestarle su cuerpo y dejar que Lesvy abrazara así a su madre.
En cada paso no agotó las palabras. “Cada quien se tiene que hacer cargo de sus violencias; también hay instituciones que nos violentan, y esos hombres se tienen que hacer cargo, no nosotros”.
Araceli evoca una demanda de las manifestantes: que los hombres dejen de ser indiferentes, cómplices y que acepten las responsabilidades que les competen.
“No los podemos dejar fuera de esto, ellos necesitan hacer su parte”, reflexiona Maricela, de 75 años, quien está aquí porque reconoce que ha vivido diversas violencias a la largo de su vida y que “aunque en mi matrimonio nunca hubo golpes, sí hubo otras cosas que me dejaron herida”.
Pero de esas heridas, asegura Rosario, saldrán flores. “Mañana que despertemos no vamos a ser las mismas. Vernos todas aquí, hasta las que nunca pensaron estar hoy aquí, demuestra que ya no nos vamos a callar y que, aunque no va a estar fácil, las cosas sí van a cambiar. De eso nos encargaremos todas las que marchamos hoy. Estoy segura”.
@AleCrail | @ptcervantes | @vancg_