Para sí mismo: Autorretratos escultóricos de José Luis Cuevas  - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Temporalmente la ciudad, en concreto la Plaza de Armas y sus alrededores, han funcionado como marco para exposiciones individuales e itinerantes de arte contemporáneo en la calle. Entre ellas destaca la muestra de Juan Soriano realizada en el año 2000, cuyo tema giró en torno a un bestiario creado desde su imaginería. 

Esta muestra estuvo compuesta por diez esculturas monumentales, que se veían más como ampliaciones de obra de taller o de caballete, que como arte público en el sentido actual del concepto, sin ninguna preocupación de integración de sitio específico, no obstante poseían la cualidad de la ubicuidad y una excelente factura, brindando un aliento y una pausa para el deleite y disfrute de los habitantes de la urbe, además de modificar a su tiempo placenteramente el espacio público. Acción aquella que en sí misma, representó un homenaje a su prolija y consolidada trayectoria, exhibida en su turno en esta entidad para conmemorar el 425 aniversario de la fundación de la ciudad capital y los ochenta años de vida del artista.

Otra exposición expuesta hace algunos lustros en ese entorno, fue del mismo Cuevas, en las calles de Allende y Moctezuma, bajo similares condiciones de formato y abordaje del espacio público que la correspondiente a la obra de Soriano.

En sintonía con ese antecedente, la actual muestra que se exhibe en esas inmediaciones, en la Plaza de la República, en el corredor del Teatro Morelos, con el título de Escultura Monumental Autorretrato en Bronce de José Luis Cuevas, presentada por el Instituto Cultural de Aguascalientes, toma distancia de la monumentalidad en el sentido de la conmemoración e igualmente por la escala, ya que en realidad la academia le denomina de gran formato por la dimensión, que no por la relevancia ante el alcance estético y humano que esta exposición integrada por ocho piezas, proyecta.

Esta muestra se vincula de manera natural al entorno y al contexto para dotarle de un significante al lugar y propone a la vez genuinamente hacer ciudad, compartir arte entre los ciudadanos que literalmente por miles y a diario transitan por ahí; exposición que participa como elemento de un proceso de regeneración urbana inclusivo, podríamos decir inmaterial y que logra por otro lado, la revitalización semiótica de ese entorno citadino.

La obra de José Luis Cuevas ha sido primordialmente bidimensional mediante el género artístico de la estampa y el dibujo, por lo tanto es gráfica en esencia. Su incursión a la tridimensionalidad fue un tanto tardía, tocando su entrada a la monumentalidad a través de La Giganta, (1992), la cual es una escultura exenta reproducida en bronce con una dimensión de 8 metros de altura y que se encuentra al centro del patio del museo que lleva su nombre en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

Identificado con la Generación de la Ruptura dentro del arte mexicano, cuestionó mediante su artículo La cortina de nopal (1956), la política cultural del gobierno mexicano, la oficialidad del movimiento muralista ya desgastado, discrepando de todo aquello que se identificase con expresiones de tintes retóricos nacionalistas que fueron esenciales a la Escuela Mexicana en la búsqueda histórica de una identidad propia cimentada en las culturas originarias; en tanto el entorno mundial era marcado por las incursiones expansionistas de los Estados Unidos de Norteamérica, mediante el saqueo y expoliación de los recursos naturales y humanos, las intervenciones militares y de extermino que libró en gran parte del orbe, aunado a los golpes de estado, guerras de liberación nacional, en una lucha que se dio por décadas en la arena económica-política de la Guerra Fría, por el reparto del mundo entre los países capitalistas y socialistas, estando en el centro de este escenario, las naciones pertenecientes al Tercer Mundo, verbigracia nosotros.


Cuevas, deseaba en suma una renovación del arte mexicano, a lo que el pontífice sobreviviente de la Escuela, David Alfaro Siqueiros, replicaba con la enunciación de “No hay más ruta que la nuestra”, fórmula que va más allá simplemente de una postura dogmática plástica, ya que involucraba en definitiva una posicionamiento político y social. Cuevas, proponía ver más allá, asomarse a la escena mundial del arte, mirada que era obstaculizada por esa cortina y la escasa promoción de los artistas emergentes del momento. 

En ese contexto global, es alentada aquella producción entre los artistas jóvenes de los llamados eufemísticamente países en vías de desarrollo, que es ajena a los valores de carácter social, sembrando con ello el individualismo y la libertad de elección como ejes de la realización personal, retribuidos mediante la subvención económica por medio de becas otorgadas vía fundaciones por las grandes compañías transnacionales monopólicas capitalistas principalmente petroleras y de las comunicaciones, para el trazo de los nuevos senderos del arte, mientras tanto México se encontraba en un boom, en franco crecimiento económico sostenido, El Milagro Mexicano, que le incorporaba a la modernidad para dejar esa visión rural de retraso en todos los órdenes de la vida nacional, ante el mundo.

En este concierto y si podríamos referirnos al concepto de lo que pretendidamente se considera universal, pertenece en realidad a una noción hegemónica de cultura, ya que lo que es válido para un grupo humano como elemento cultural propio, adquirido o refuncionalizando, para otras culturas no lo es.

Encontramos en la obra del histriónico José Luis Cuevas al personaje controvertido que actuó durante su vida, incluso manifestó que de no haber sido artista visual o escritor, hubiese sido actor, no un farsante, siendo sincero en sus papeles, en su individualismo exacerbado, subrayando precisamente esos valores que a través de su obra lo identifican con la libertad de elección, de creación y la universalidad.

Creo, no obstante, en su perfil humanista, que toma distancia de las posturas ideológicas de izquierda o de derecha, que nombra mediante el expresionismo frases para enfatizar lo erótico, la desdicha, lo existencial y las pasiones de un mundo atroz que evoca con gran fuerza y carga expresiva, pero con una economía en el empleo del color, en una tormenta lapidaria que recuerda a los expresionista alemanes como Otto Dix, al noruego Edvard Munch o el pintor belga James Ensor; y aunque parezca contradictorio, se observan vasos comunicantes entre su obra y la de José Clemente Orozco, en particular con las escenas dibujísticas de los cuadros de los tugurios y lupanares de los barrios marginales de México.

Cuevas manifestó su rechazo a las dictaduras de derecha y de igual manera a las de izquierda, ya que consideraba insufrible vivir en cualquier tipo de estos regímenes, al tiempo que decía irónicamente y a manera de juego, que atacaba el cosmopolitismo de imitación. Así, era perseguido por las huellas de los pasos de Honoré Daumier y Henri Toulouse-Lautrec. Pero por otro extremo, considera más influencia en su obra de parte de la literatura que de la pintura, ya que se apreciaba más cercano a los escritores con quienes colaboró ilustrando libros y revistas.

Expresionista ajeno al convencionalismo que supone la dócil factura y lectura de la obra de representación realista, se acuna en franca contundencia con las imágenes delirantes de Francisco de Goya y Lucientes. Las obras de Cuevas expresan una visión de la vida contemporánea a través de personajes icónicos que habitan un universo en el que coexisten los desvalidos, los dementes, los desdichados, los pordioseros o las prostitutas; en general personajes antropomorfos extraños, torturados y prisioneros dentro de su propia morfología, que se ensanchan, encogen o alargan, que responden más a una anatómica disección interna y pasional, del ser y del alma, más que afiliarse al canon de Vitrubio que arropa desde la academia a seres humanos de proporciones ideales, divinas y perfectas, para encontrarse en unión, entre otros, con el Marqués de Sade, Kafka o Dostoievski: “…ya que todos para mí son el mismo personaje, o más bien, constituyen una especie de coro, un conjunto de voces en los que he oído el eco de mis temores, angustias y esperanzas.” Comentaba Cuevas en conversaciones a la poeta, feminista y crítica de arte Alaíde Foppa.

El artista de los moribundos y del horror, fue para sus detractores, contradictorio, controversial, arrogante y boquiflojo, personaje que se encumbraba en la cima de la sociedad de consumo y del espectáculo publicitándose y comercializando su imagen al estilo Andy Warhol, cuyos coleccionistas, críticos de arte y público, ávidos de reconocimiento, le siguieron al igual que periodistas y políticos en turno.

Quien hace un autorretrato busca en el fondo trascender en el tiempo, en la memoria, ser recordado, no ser olvidado, pero Cuevas afirmaba que era más importante el ser valorado en vida: “…realizo mis autorretratos para mí mismo, para hacer un archivo viviente de mí mismo. No lo hago para perdurar, no. Soy el único mexicano que lucha por la afirmación del yo en el presente, no en el futuro”. (Ídem.).

Al borde de una hipotética muerte y obsesionado por ella, ésta le acechó desde niño, dibuja aterrado su interminable agonía, siendo uno de sus primeros autorretratos infantiles en el que su corazón se encuentra contenido en un frasco; referencia que cita él mismo en la conversación con Alaíde, a causa de un padecimiento de insuficiencia cardiaca. Continúa narrando que los autorretratos y las fotografías que se hace a diario, los realiza para dejar un testimonio del paso de los días sobre él mismo, midiendo el tiempo trascurrido en su rostro, ya que siempre consideró que moriría prematuramente debido a que su calendario de vida tenía menos hojas y que hacia el amor cuatro veces al día, para comprobar la capacidad y resistencia de ese órgano vital quebrantado.

José Luis Cuevas fue galardonado en múltiples foros internacionales, artista de la escena del arte contemporáneo mexicano, que entre luces y sombras abrió camino a las nuevas generaciones de artistas y que en estos días posa para un autorretrato del alma en el espacio público más trascendente históricamente de nuestra ciudad.

En la actualidad el arte es volátil, sus conceptos y procedimientos dan cabida a corrientes y contracorrientes con base en la transformación de los lenguajes artísticos del mundo globalizado y del mercado, siendo su finalidad el dinamitar las nociones clásicas de los movimientos que le anteceden. No obstante en ese sino fugaz, el arte en la actualidad propone una experiencia vital que acerca el arte a la vida y la vida al arte, lo hace terrenal en el espacio público abierto a diferencia de la hermética caja blanca, al museo o la galería, que no poseen el alcance que brinda la cotidianidad y el devenir de la vida que corre como ríos de gente por los barrios, las calles y las plazas de la ciudad. 

Así en el espacio público se ratifica la apertura hacia formas de expresión artística contemporánea, con las cuales la población ha establecido contacto ya en consecutivas muestras anteriores a través de la escultura, que han transmutado la monumentalidad de la Plaza generando territorios amables, lugares de apropiación y pertenencia para la exhibición del arte que va al encuentro de la gente y que se reafirma en la vocación por la apertura y activación de espacios para la socialización de la experiencia estética, educativa y cultural, dirigida a un numeroso y heterogéneo conglomerado de personas. 

Es a partir de esta política cultural que las expresiones artísticas y culturales encuentran cabida bajo una renovada concepción que no sólo ve en el arte algo que se lleva a la calle o que coloca simplemente objetos artísticos en el espacio público, sino que muestra el interés por que el arte y la cultura puedan ser un valor que se integre a la vida diaria de la gente, como un proyecto que abona al desarrollo espiritual y al fomento de una cultura de paz y la concordia entre los habitantes de nuestro estado. 

Invierno de 2020.

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