Mariana Bernárdez
Quisiera decir muchas cosas sobre Carmen, por ejemplo, hablar sobre su risa alegre, su inmenso amor a la vida, la pasión que siente por sus hijos, su profundo sentido del cariño y la amistad, y de los 30 años que tardamos en sentarnos alrededor de una mesa a comer aceitunas, pero ese es otro cuento…
Hoy el encargo es distinto, se trata de hacer presente dos libros suyos 43 y De la palabra cacería, encargo que me ha tenido en vilo porque su poesía es una estancia, se está en la poesía para desprenderse en búsqueda del ser, ¿de infinito?, camino al habla diría Heidegger, y Carmen responde Un hombre/ es también toda la tierra (De la palabra cacería).
Y diría poesía, en la desnudez y la contundencia del vocablo, sin calificativo, porque no quisiera que su horizonte perdiera su enigmático doblez, ése donde la orilla de la denuncia es un regreso hacia lo íntimo y a lo humano; y aquél, donde el número como ejercicio de poder es burlado por el zumbido de las moscas, –pequeñitas, revoltosas, escribiría Antonio Machado-, un zumbar que es un resonar insistente que salva del olvido porque acusa el crimen; y a la par, señala la indiferencia que siembra a su alrededor y con la que se pretende eximir de la culpa y, que en un descuido, derrota al arrebatar el nombre propio; y por ello diría poesía amorosa porque sólo el amor salva del abismo y de lo impronunciable por terrible, y 43, con su rebeldía redime de la borradura para recobrar el rostro singular de la persona.
Ahí están, los mataron, los quemaron, los aventaron/ como quien tira un saco de piedras en la orilla del mundo.// Ahí están, dicen las moscas con su rumor de letanía,/ recitando los nombres, los apellidos,/ la inmensa lista de los que nunca vuelven,/ la obstinada legión de los despiertos.
Poesía de lo humano, lo demasiado humano, (Nietzsche) que al ir tras lo fugitivo reinventa la realidad; ahí la rama rota, allá la huella deslavada, y tras el signo fracturado el cazador también es presa que en su arrojo es acechado. Y brota en su magnificencia el instante, punto de equilibrio donde el arco, la flecha, la presa y el cazador son una unidad sostenida, alumbrándose en esa detención, el poema.
Lenguaje de la transparencia, donde la huida es corola y fuente de sentido, ¿dónde queda lo vivido sino en esa embriaguez de la vida que exige apurar el tiempo y consumar la palabra en la cala de la contemplación?, ¿de dónde soy?, ¿cuál mi pertenencia?, piensa el arquero al tensar la cuerda afilando el alcance de su mirada para ser sorprendido por la de la pieza de caza: No hacen falta los ojos/ para estar ciego.
Carmen reescribe y pule sus poemas hasta volverlos espejo de obsidiana donde se reconoce en su duración; la ruptura en la linealidad temporal responde a los devaneos del rememorar y del recordar: un arte poética o una cacería en pos del despliegue de la palabra interior, inédita, siempre viva, que es arboleda donde los caminos se entraman y enraízan, para transgredir y reconciliar, para tocar la condición del perplejo y su instintivo recogimiento.
Te toco con la fuerza de la mente/ si no nos encontramos ni en los sueños/ porque el amor, a veces, no sucede/ tan impuro, tan humanamente posible/ no sucede, pero es mar, amor,/ sin duda alguna,/ que arrastra y hunde y se funde/y es silencio que quebranta.//
Premura y tensión, ese momento donde lo inmediato revela y confunde, asombra con su nitidez, y con la belleza de su profundidad…, lo que se da a ver exige ser expresado, lo mirado que también nos mira, el ojo que escucha atento la respiración hasta no saberse de quién el latido, demorarse… ¿y cómo decir sobre el desgarramiento que ocurre dentro del cerco del poema cuando la voz del poeta y la palabra alada se disuelven en varios personajes elevándose el poema hacia el ámbito de la tragedia como oficio de la piedad (Zambrano) esa piedad difícil (Maillard) o esa tan necesaria frente al abismo?
Lenguaje concéntrico, lenguaje elixir, lenguaje que se deslengua y se concentra alrededor de un presente continuado, un eje-tronco-árbol que se despliega hacia el cielo, venimos de atrás porque vamos hacia adelante, no sorprende entonces el poema a su abuela Aurelia, ni el devaneo de quien escribe una historia personalísima, donde la mesura derriba la fugacidad, donde la permanencia no es una deriva sino un constante tejer esa múltiple cantata, esa singularidad que confronta al lector del otro lado de la ventana, con esos versos que nos cazan y leo con Carmen el siguiente poema:
Como todas las noches/ empaño los cristales de mi casa / para escuchar el corazón que galopa por el mar de la sangre/ donde se hunden mis penas, el pan, estos propósitos, /hasta quedar sin aliento y con el corazón / mirándome del otro lado de la ventana.