El verdadero artista no tiene orgullo. Ve desafortunadamente que el arte no tiene límites. Tiene una vaga conciencia de lo lejos que está de alcanzar su objetivo; y mientras que otros quizás puedan admirarlo, él, se lamenta de que aún no ha llegado al punto en que solo su mejor genio le ilumina el camino como un sol distante.
Ludwig van Beethoven. 17 de julio de 1812.
El pasado lunes tuve la oportunidad de tener una muy amena charla -así me lo pareció- con el maestro José Areán, director titular de la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes, y por supuesto, nuestra plática giró en torno a la temporada que inicia hoy viernes 31 de enero a las 20:00 horas en el Teatro Aguascalientes, todavía la casa de nuestra máxima entidad musical y que se extiende hasta el último viernes de febrero, una temporada en donde el hilo conductor es la música del genio de Bonn Ludwig van Beethoven con motivo de la celebración de los 250 años de su nacimiento el 16 de diciembre de 1770 en la ciudad de Bonn, Alemania, esa es la razón por la que este año 2020 se le ha llamado el Año Beethoven.
Y así fue que después del ensayo con la Sinfónica el pasado lunes 27 de enero, el maestro Areán me recibió en el vestíbulo del Teatro Aguascalientes y estuvimos platicando un buen rato -por cierto, agradezco la generosidad del maestro Areán al dedicarme este tiempo-, lógicamente el tema fue el programa que abre la actividad la noche de hoy viernes 31 de enero, un programa muy interesante con la ejecución del Triple concierto para violín, violoncello y piano y la celebérrima Sinfonía Quinta de Beethoven, un programa completo que disfrutaremos esta noche y bajo la dirección del maestro José Areán, pero no es mi intención hablar en este Banquete sobre los detalles de la temporada o del concierto de esta noche, sino de la importancia que representa para la música en particular y para el arte en general, la obra de uno de los más grandes creadores en la historia del arte, ¿el más grande quizás?
Beethoven representa para la música en particular, para el arte en general e incluso para la vida humana algo que va más allá de la música, Beethoven rebasa por mucho las pretensiones del lenguaje musical, trasciende todo y lleva sus inquietudes, sus impulsos, sus ambiciones sus inconformidades hasta sus últimas y más radicales consecuencias.
Si lo analizamos desde el punto de vista estrictamente musical habremos de señalar que se trata de uno de los más importantes sinfonistas en la siempre inconclusa historia de la música, sin contar, por supuesto con sus colaboraciones en el lenguaje concertante, su célebre capacidad como virtuoso en el arte de la improvisación y su inconmensurable trabajo en la composición del cuarteto de cuerda, ya hemos comentado en más de una ocasión que sus últimos seis cuartetos para cuerda son considerados como lo más grande de su obra, pero incluso, para algunos musicólogos y estudiosos de la música de Beethoven, estos cuartetos representan el punto más alto, la cumbre del pensamiento musical y artístico en general.
Si atendemos a sus innovaciones y colaboraciones en la sinfonía como lenguaje musical, diremos que es el que cierra el ciclo del clasicismo y abre el período romántico, este momento, nos dicen los que saben, lo encontramos en la composición de la tercera sinfonía, la Heroica, o Eroica si somos puristas y lo decimos en italiano, cuando el maestro suprimió el inamovible menuette del tercer movimiento de la sinfonía y colocar en su lugar un scherzo, aunque en honor a la verdad, este movimiento ya lo había hecho, o por lo menos insinuado desde su primera sinfonía, si bien vemos en la estructura de la misma el infaltable menuette del tercer movimiento, en realidad se trata de un scherzo disfrazado, un menuette mentiroso y corre el velo definitivamente para la tercera sinfonía.
Pero más allá de estas innovaciones que en su momento fueron consideradas como un atrevimiento, todo el peso de las inquietudes internas, todos sus ideales, sus proyectos, sus ambiciones, todo aquello en lo que creía el gran genio de Bonn se desbocaba en sus partituras como un torbellino, como un tornado que arrasa con todo a su paso, el maestro encuentra en la música el vehículo ideal para exponer sus convicciones y proponer sus ideales, pero no debemos ignorar el excelso tratamiento que Beethoven hace de la música, la música por sí misma sin alguna otra pretensión, la música por la música, música pura que ya es, per se, una declaración de principios y una sólida definición de la personalidad del atormentado genio de Bonn, por eso quizás encontramos en su música esa incontenible fuerza que al mismo tiempo es rebeldía pero también redención, tiene poderes curativos al transformar el dolor en arte al derramar todo ese sufrimiento ocasionado por su sordera cada vez más evidente y por sentirse aislado e incomprendido en una sociedad materialista y superficial, en el pentagrama de una partitura. En Beethoven aplica con una fidelidad incorruptible aquella frase de Nietzsche que encontramos en su obra maestra Así hablaba Zaratustra que dice lo siguiente: “¿Cuál fue la fuerza que liberó a Prometeo de su buitre y transformó el mito en heraldo de la sabiduría dionisíaca? La fuerza hercúlea de la música”. En Beethoven se cumplen todos los ideales del arte romántico, por ejemplo, la lucha incansable por alcanzar aquello que se sabe inalcanzable, y no obstante, entendemos que la lucha es digna, vale la pena librar la batalla.