Los años de entreguerras
Tratando de aprender a usar las palabras.
Y cada intento es un nuevo principio
Y un tipo diferente de fracaso,
Porque uno sólo aprende a dominar las palabras
Para decir lo que ya no tiene que decir
O en una forma en que no quiere ya decirlo
Cuatro Cuartetos. T.S. Eliot
1990 fue el año en el que por primera vez en mi vida escuché hablar de la guerra. La Guerra del Golfo. En la misa de los lunes en el patio del colegio escuché al sacerdote pedirle al Señor por la paz mundial. Ahora sé que a mis 8 años no entendía lo que significaba aquello. Pero ¿qué va a pasar, maestra? Que mucha gente va a morir, y si no se detiene también nosotros moriremos. Pero ¿por qué pelean?
Apenas hace unos días de este 2020 bromeamos con la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial. El conflicto entre EU e Irán se vio reducido a memes y parodias en redes sociales. En México tampoco entendemos el concepto de “guerra”, lo que significa la invasión y la masacre; sin embargo, conocemos la “guerra contra el narco”, el crimen organizado contra la población mexicana que ha cobrado tantas víctimas y destrucción como cualquier otra guerra que en el mundo.
Esta manera de vivir y de conceptualizar la información, en este caso específico, en constante guerra, conflicto, pleito, contra naciones o contra el otro, ha impregnado la vida y se refleja en nuestros modos y habla. Percibimos el ataque, nos defendemos, usamos estrategias para alejar al enemigo y nos olvidamos de la paz mundial. Paz mundial. Lo que el sacerdote y cualquier aspirante a señorita México han deseado por años. Pero pedir la paz mundial no ha permeado en nuestra vida como para andar comportándose con los otros de esa manera. En paz. Nosotros vivimos en guerra.
En el texto “Metáforas de la vida cotidiana”, el lingüista George Lakoff y el filósofo Mark Johnson establecen que el uso de las metáforas se debe a que más que un recurso de la imaginación “poética”, nuestro sistema conceptual se rige por lo que vivimos cada día, las metáforas corresponden a lo que percibimos y cómo vemos el mundo, inundan nuestro pensamiento, lenguaje y acción. Basta con observar el lenguaje para encontrar las evidencias.
Es muy común que, al defender una idea, los hablantes nos coloquemos en discusiones que inconscientemente reflejan nuestra estructura bélica: “Aunque no hay una batalla física, se da una batalla verbal, y la estructura de una discusión -ataque, defensa, contraataque, etc.- lo refleja. En este sentido, la metáfora UNA DISCUSIÓN ES UNA GUERRA es algo de lo que vivimos en nuestra cultura, estructura las acciones que ejecutamos al discutir”. Como ejemplos, existen una amplia variedad de expresiones: ganamos o perdemos discusiones; con quien discutimos es nuestro oponente; defendemos nuestra posición y atacamos la del otro; nos replegamos cuando nos vemos vencidos; decimos algo para matar el argumento del otro. Vivimos una guerra diaria entre los discursos verbales y los conflictos armados, aunque sean diferentes tipos de acciones.
Tan interiorizadas están este tipo de metáforas que no somos conscientes de la forma de expresarnos, hemos normalizado la violencia en el uso de nuestras palabras como la violencia contra los cuerpos y la vida de los otros. No me refiero a las groserías o las ofensas explícitas, sino en la constante idea de sentirnos agredidos por el otro y manifestarlo en el lenguaje. Redes sociales es un buen ejemplo de ello. Se han convertido en un campo de batalla para grandes campales entre bandos opuestos: izquierda vs derecha; hombres vs mujeres; partido azul vs partido guinda.
Si atendemos en este texto que nuestro sistema conceptual se rige por lo que vivimos cada día, corremos el riesgo de que un día estas metáforas de la vida cotidiana se conviertan en “metáforas muertas”, esas que se instalan en el inconsciente colectivo para construir la realidad, incuestionable, natural, normal como cuando decimos todos los días “sale el Sol”, aunque el Sol no salga de ningún lado, y mientras, en términos del conflicto, el lenguaje común arrastre consigo un universo bélico que ya no nos perturbe, con un lenguaje de la discusión no poético ni retórico, sino literal. Las discusiones son una guerra en la que alguien debe ganar la batalla sin importar dejar una estela de destrucción en el vocabulario de nuestro combate.
El texto de Lakoff y Johnson pide una tregua: “Imaginemos una cultura en la que una discusión fuera visualizada como una danza, los participantes como bailarines, y en la cual el fin fuera ejecutarla de una manera equilibrada y estéticamente agradable. En esta cultura la gente consideraría las discusiones de una manera diferente, las experimentaría de una manera distinta, las llevaría a cabo, de otro modo y hablaría acerca de ellas de otra manera. Pero nosotros seguramente no consideraríamos que estaban discutiendo en absoluto, pensaríamos que hacían algo distinto simplemente. Incluso parecería extraño llamar ‘discutir’ a su actividad”.
La niña que fui escuchó sobre la Guerra del Golfo y no comprendió que una guerra trae consigo devastación. La adulta que soy se burla de la Tercera Guerra Mundial y vive rodeada de conflictos con armamento nuclear y de palabras que destruyen, de discusiones estériles, de misiles disparados contra el enemigo. En combate cotidiano. Pedir la paz mundial no nos libra de vivir haciendo la guerra con el pensamiento, el lenguaje, la acción. La guerra mundial está en otras latitudes, pero olvidamos que vivimos en una guerra cotidiana contra el otro. Tal vez deberíamos danzar más. Reformular nuestro estar en este mundo para ejecutar una danza equilibrada y estéticamente agradable. ¿Por qué peleamos?
@negratinamagallanes