Yo soy El Loco Ecoloco, soy el destructor siniestro.
Amo el ruido y el smog, agua y jabón yo detesto.
Yo, Ecoloco tumbo arbolitos, junto con flores y pajaritos
Riego basura, cáscaras, lodo; lo contamino y ensucio todo
El Ecoloco – Juan García Esquivel, Odisea Burbujas
Recién apenas hace pocos años ha comenzado a propagarse el concepto de Antropoceno. Este neologismo fue acuñado en el año 2000 por el holandés Paul Crutzen, premio Nobel de Química en 1995. Con este concepto se busca nombrar a la actual época geológica, como consecuencia de las transformaciones que la naturaleza ha sufrido, de manera sustancial y condicionante para la existencia, a raíz del impacto del humano sobre la Tierra. De ahí viene el nombre: Antropoceno, del griego anthropos, con referencia al hombre, al humano; seguido del vocablo cene, que significa nuevo o reciente.
Este periodo del Antropoceno sucede al Holoceno, la época geológica que ha venido rigiendo la vida en la tierra luego del término de la última glaciación, hace unos once mil años, hasta los primeros dos mil años de la era común. Este periodo, el Holoceno, se distingue por varias características: la retirada del hielo de los trópicos hacia los polos, el ascenso del nivel del mar con el respectivo hundimiento de antiguas zonas que antes eran costeras y que ahora forman parte del fondo marítimo, la desecación y propagación del desierto en la zona norte de África, y la supervivencia exclusiva del Homo Sapiens sobre las demás sub especies de homínidos.
Esta supervivencia exclusiva de la humanidad Sapiens ha condicionado el desarrollo natural de los entornos, comprometiéndolos y modificándolos, en detrimento de la supervivencia misma. Factores que se remontan al origen de la humanidad, tales como el descubrimiento y dominio del fuego, la agricultura sedentaria, la domesticación y la caza de las especies, fueron sólo una primera etapa del agostadero en el entorno natural que los humanos hemos impreso como nuestra huella en el hábitat.
En una segunda etapa, el paso de la era neolítica a la edad del hierro, implicó la erosión de bosques y pastizales, la modificación de la orografía, y la explotación de la tierra con técnicas mineras que pasaron de lo simple (a flor de tierra) hasta lo complejo (la expoliación de valles y montañas con riqueza mineral), con impactos duraderos o permanentes en los entornos explotados.
En una tercera etapa, la expansión poblacional que supuso el imperio del humano sobre los elementos naturales propició la creación de megalópolis y de civilizaciones proto imperiales, cuya demanda habitacional y administrativa orilló a la transformación de diversos ecosistemas en aras del asentamiento humano, incluyendo la creación o eliminación de cuerpos acuíferos, la explotación de recursos hídricos, el agostadero de zonas arbóreas, y la contaminación o expoliación de recursos no renovables.
Esta tercera etapa tuvo una duración de milenios, hasta que se vio superada por la cuarta etapa, que inició primero con los colonialismos de los nuevos imperios modernos posteriores al renacimiento y a la consolidación de los estados nacionales, y luego con la aparición de la era industrial, la locomoción a vapor seguida de la economía de combustibles fósiles. En esta cuarta etapa, la tasa de expoliación de los entornos naturales comenzó a agudizarse agudizada por la rapacidad del capitalismo.
Así, de la era industrial hasta el inicio del siglo XXI, hemos vivido el final del Holoceno. Ahora, en el Antropoceno, nuestra presencia en la tierra ha condicionado lo suficiente al entorno natural, de tal modo que las condiciones de vida están en amenaza. No sólo por la inminente etapa de extinción masiva de millones de especies de la flor y de la fauna; sino también por el rápido avance que tenemos en el “Reloj del Fin del Mundo”, el Doomsday clock, mediante el cual la comunidad científica calcula el tiempo relativo para que ocurra “la medianoche de la humanidad”; es decir, los eventos que representan la destrucción total y catastrófica de nuestra especie. Desde 1947, este reloj atendía sólo la amenaza de guerra nuclear global, pero desde hace años comenzó a incluir el cambio climático y el uso irresponsable de ciertos avances científicos.
De este modo iniciamos el 2020, de lleno en el Antropoceno, en un contexto en el que somos nuestros propios verdugos, en el que la guerra y el rumor de la guerra nos acompañan como una sombra, en el que la suma de las desigualdades y las opresiones tensa las relaciones de todas las sociedades, en el que el hábitat está por colapsar. Al final, nuestra especie humana demuestra ser un parásito que expolia a su huésped hasta consumirlo de manera irreversible. Al final, demostramos que la humanidad es sólo un malestar temporal para las cucarachas. Feliz Año Nuevo.
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