Que Dios nos perdone - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Dahlia de la Cerda

 

¡Ay, Dios mío santísimo! ¡Nosotras cómo lo íbamos a saber, joven! ¡Mijito, parecía un muchacho! Traía una cachucha, uno de esos aretes en el labio y una lágrima tatuada en el ojo izquierdo. Eso sí, llevaba muy planchadito su pantalón café, con su rayita en medio. Pensé en su mamacita, en su santa madre. Un muertito no nomás es un difunto, es el hijo, el hermano, el padre de alguien. ¿Te fijas que, cuando se te mueren tus papás, te dicen “huérfana”, y cuando tu esposo pasa a mejor vida, eres “viuda”? Perder un hijo no tiene nombre. ¡Pobre de su madre, no dejo de acongojarme por ella! Lo natural, la ley de Dios, es que a una la entierren sus hijos, no al revés.

La hubieras visto: lloraba con el cuerpo bien agarrado y le gritaba que se levantara. Luego se nos fue a los golpes y nos gritó: “¡Sí robaba, pero no era una mala persona!”. ¿Usted cree, mijito? ¿Nosotras cómo íbamos a saber si era una buena o una mala persona? Nomás lo vimos ahí con el machete, y, de que lloraran en su casa a que lloraran en la nuestra, pos mejor allá, ¿qué no?

Esa noche hacía hartísimo frío. Mis hermanas y yo acostamos a dormir a mi mamá. Ella ya no camina, padece de pie diabético y es ciega. Es que, imagínate, ¡tiene noventa años! Ya está muy malita. Después le dimos de comer a Zapatitos, nuestro gato, y nos preparamos un cafecito de olla con harta canela y unas conchas de chocolate y nata.

Estábamos acabando un trabajo. Acá en la colonia cada 12 de diciembre se organizan primeras comuniones comunales y esta vez nos tocó a nosotras hacer los vestidos de las chamaquitas. Quince vestidos de raso blanco con encaje y velo. Les bordamos con hilo dorado una paloma blanca de pura lentejuela y chaquira; queda bien bonita, aunque es muy cansado. Trabajamos como costureras y así nos ganamos nuestro dinerito. Andábamos en la bordadera y oímos un ruido en el patio. El Toby empezó a ladrar. Mi hermana Emilia fue a asomarse. “Anda un cabrón en el patio”, nos gritó.

Vivimos en una colonia conflictiva y aquí son comunes los robos y los asesinatos. Nosotras llegamos cuando todavía no había nadie. Habitamos toda nuestra infancia y juventud por allá en el Centro Histórico. En aquellos tiempos había decenas de vecindades. Un día vino un señor muy trajeado, se presentó como representante de gobierno y nos alegó que iban a comprar esas fincas y que nos teníamos que ir. Mi papá se hizo de un terrenito por acá. En ese entonces era un ejido. Era puro monte y si acaso había una o dos casas construidas con lo que se pudo, cartón, lámina, ladrillo viejo. Poco a poco mi papá fue fincando y nos hicimos de una casa digna. Luego llegó otro trabajador del gobernador y nos informó que nuestros terrenos no eran nuestros porque la persona que nos los vendió no era dueña de nada; nos querían desalojar. Los colonos nos organizamos y resistimos y aquí estamos. No nos reconocen todavía como colonia, nos llaman que “asentamiento irregular”. Y por lo mismo no tenemos acceso a servicios, no hay luz eléctrica ni agua ni alcantarillado. Todo lo que ves de luces y drenaje lo han puesto las inmobiliarias que se adueñaron de las tierras vecinas y construyeron pajareras y edificios multifamiliares.

La colonia, así le decimos nosotros, se fue poblando. Se empezaron a fincar casas cada vez más chiquitas y se dejó venir gente muy fea de modos. Familias sin valores morales, cholos y señoras de reputación dudosa. El gobierno no manda patrullas para cuidarnos porque no estamos municipalizados, por eso hay robos y drogadictos en las esquinas. Las inmobiliarias no se hacen responsables de la inseguridad, dicen que ya bastante han hecho con pavimentar y alumbrar las calles. Vivimos a la buena de Dios.

No era la primera ocasión que allanaban nuestra casa. Por ahí de enero un señor al que unos vecinos querían linchar por ratero se brincó a nuestro patio y agarró a mi hermana Martha de rehén. Quedamos ariscas. Por eso, cuando Estela gritó que había un cabrón afuera, fuimos corriendo a la cocina, que está pegada al patio. Y sí, joven, ahí lo vimos. Te digo, tenía toda la pinta de un cholo. Playera aguada, los pantalones de esos pescadores. Pos que le decimos: “Vete, mijo. No queremos problemas, somos unas señoras solas; tócate el corazón, mijo, ¿qué no tienes madre?”. No entendió razones. Y que se nos deja venir, ¿y cómo ves que traía tremendo machete en la mano?


Estamos hartas de vivir rodeadas de violencia, pobreza y robos, por eso me da tristeza pasar por el Centro y ver centros comerciales lujosos y cotos donde fue nuestro hogar. Me da tristeza que nos despojaran de nuestras casas por ser morenos y de pocos recursos, porque por eso fue. El gobierno lo llamó “saneamiento del Centro Histórico”; la mera verdad es que nos querían correr por feos y pobres. Y uno, aunque pobre y de tez humilde, tiene derecho a la vivienda. Acá en la colonia, tú la miraste, nuestra casa es sencilla, pero digna. Tenemos un patio grande con muchas plantas y espacio para nuestros animalitos. ¿Viste que criamos gallinas y cóconos y que también hay una cocina espaciosa y cuatro cuartos? Pues con trabajo y esfuerzo nos hicimos en familia de nuestras cositas. Las constructoras y el gobierno son los culpables de la violencia; construyen casas inhumanas: viviendas de dos recámaras y un baño y de apenas cuarenta metros cuadrados. ¿Sabes cuánta gente vive ahí? Hasta diez personas. Los muchachitos mejor agarran para la calle y acaban en una esquina. Por eso nos dio compasión y le rogamos: “Mijo, agarra juicio, por san Judas. Vente, te invitamos cenar. No vayas a desgraciar tu futuro por una pendejeada”. No nos escuchó.

Aquí nos miran como presa fácil de los delincuentes porque no tenemos hombre que nos cuide. Mi papá murió hace veinte años de cáncer y luego mi mamá cayó enferma de diabetes, y nosotras renunciamos a hacer vida matrimonial para dedicarnos a cuidar lo más sagrado que una tiene, que son los padres. Se nos fue la juventud en ver por ellos, en cuidarlos, y nunca nos casamos; somos las quedadas de la colonia. Quizás por eso decidió meterse a nuestra casa y verdad de Dios que no queríamos perjudicar a nadie, pero se nos dejó venir con el machete, y aunque le gritamos: “Mijo, no, mijo, llévate lo que quieras”, estaba como en otro planeta. Mi hermana le dio un sartenazo en la mera chompa. Yo entré en crisis, agarré otra sartén y le hice la segunda. Le dimos como diez sartenazos en la cabeza, hombros y espalda. Se cayó al piso. Mi otra hermana estaba fuera de sí, solo nos miraba llorando. Ya cuando vimos que estaba ahí, en el suelo, sin moverse, llamamos a la policía.

Nos fuimos a la sala y seguimos tomando café y pan para el susto. Nos daba miedo que se fuera a levantar. Llegó la policía y una ambulancia. Les contamos lo que pasó. Cuál va siendo nuestra sorpresa que nos informan: “La muchacha ya no cuenta con signos vitales”. “¿La muchacha?”, les preguntó mi hermana. “La muchacha que se les metió a robar”, nos contestó el oficial. Híjole, mijo, se me rompió algo por dentro. Yo jamás pensé que fuera una chamaca, ¡te juro que parecía un cabrón! Ya nos acercamos, y sin cachucha sí, sí era una jovencita. Traía su cabello recogido con unas trenzas. Su cabeza, ay, no, sobre un charco de sangre. Tenía los labios ya moraditos. Pobrecita, sabe qué habrá vivido para terminar en esos pasos. Vino su mamá y ya luego te digo que se nos fue a los golpes. Su hermano nos amenazó.

Los vecinos se amontonaron afuera de la casa. Entre gritos el Semefo se llevó el cuerpo de la jovencita y a nosotras nos trasladaron al Ministerio Público. Nos dejaron salir al día siguiente: comprobamos que actuamos en legítima defensa. Nos absolvieron. A mí lo que me preocupa es Dios. Una cosa es que nos perdone la justicia humana y otra no tener un castigo divino. Ya le hicimos un novenario a la muchachita y organizamos todos los rosarios de la Morenita en tu humilde casa. También les regalamos los vestidos a las jovencitas de las primeras comuniones y le pedimos a san Judas que interceda por nosotras ante nuestro Padre Dios, ¿crees que nos irá a perdonar?

 

Dahlia de la Cerda es narradora, filósofa y activista, subdirectora de Morras Help Morras, una organización feminista que acompaña a mujeres que han decidido realizarse un aborto. Ha sido becaria el programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico en 2015 y del Fonca en 2016 y 2018.

 


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