Ante un cada vez más escaso público asistente en el Teatro Aguascalientes, el pasado viernes 13 de noviembre, tuvimos la oportunidad de disfrutar una más que aceptable versión de la “Sinfonía No. 4 en Fa Menor”, Op. 36 de Piotr Ilich Tchiakovsky, a cargo de la OSA, dirigida en esta ocasión por Manuel de Elías, un tipo de amplia trayectoria en el mundo musical, y actualmente presidente del “Colegio de Compositores Latinoamericanos de Música de Arte”, y cuya experiencia en esto fue visible plenamente en la interpretación de la obra en cuestión; y necesario tal tratamiento, después de la tremenda “zarandeada” que le propinaron al compositor ruso el pasado viernes 30 de octubre, según lo destaqué en mi entrega de la ocasión. La citada sinfonía sería una de las favoritas de Tchaikovsky, y así se refleja en el contenido de una de las cartas que dirigió a su protectora Nadezhda Filaretovna von Meck:”… Hay un programa en nuestra sinfonía. Esto es, puedo describir con palabras lo que trata de expresar; y a usted, a usted sola, deseo y puedo comunicar, tanto el significado general de la obra, como el de cada una de sus partes. Naturalmente que esto sólo puedo hacerlo en términos generales. La introducción contiene el germen de toda la sinfonía, que es sin duda si idea central: este es el destino, la fuerza fatal que impide el logro de la felicidad que perseguimos, que vigila celosamente para que la felicidad y la paz no sean completas y sin nubes, que cuelga sobre nuestras cabezas como la espada de Damocles y que constante, tenazmente, está envenenándonos el alma. Es invencible y no se la puede dominar jamás. Hay que refugiarse a ella y refugiarse en fútiles antojos…”. Y sí: tal sensación permaneció a lo largo de toda la obra, en esa que puede resultar ya inolvidable noche de viernes por lo escuchado: la manera en que se manejó el tercer movimiento (pizzicato ostinato) fue de una limpieza extrema y un manejo del tempo en su exacta dimensión; nada que envidiar a lo escuchado en otras versiones del tema (tanto “en vivo”, como en “compacto”). Es, refiere Tchaikovsky, “…un caprichoso arabesco, apariciones fugaces que pasan por la imaginación una vez que hemos empezado a beber un poco de vino y comenzamos a sentir la primera fase de la embriaguez. El alma no está ni alegre ni triste. No pensamos en nada; la imaginación está completamente en libertad y, por alguna razón, ha comenzado a dibujar curiosas imágenes… Entre ellas recordamos de pronto a unos mujiks que estaban de parranda y una canción callejera. Luego, a lo lejos, un desfile militar. Tales son las imágenes inconexas que pasan por nuestra cabeza cuando comenzamos a quedarnos dormidos. No tienen nada en común con la realidad, son extrañas, exóticas, incoherentes[1]…”. Pero a fin de cuentas, e independientemente de lo que haya pensado o dicho el autor al respecto, la forma en que fue “tocado” el pasado viernes, considero quedará plenamente grabada en la memoria de quienes tuvimos la oportunidad de estar “ahí”: cosas del destino.
En el programa general de la temporada, se manejó a este séptimo
concierto como un “Homenaje al Maestro Manuel de Elías, en su 70
Aniversario”, y entiendo que fue tal, sobre todo por la forma en que el
director invitado en cuestión, disfrutó su trabajo en tal evento. Así
que, respecto del “Concierto para piano y orquesta”, de su autoría y en
versión de Edison Quintana (solista a su vez de una amplia trayectoria
y con un pleno conocimiento de su oficio), tendría que formular algunas
impresiones: De entrada, no se nos presenta el “formato” tradicional
del concierto, puesto que se trata de una obra “extensa”, tanto en
tiempo como en contenidos, y me atrevo a decir: “exceso” de material
musical. Si bien el lucimiento del solista es pleno, no es un
lucimiento “fácil”, puesto que el peso que se le otorga es demasiado, y
los temas a cargo de la orquesta, no se utilizan para “quitarle” tal
responsabilidad, ni tampoco para “allanarle” el camino, sino que se
“manejan” aparte, como si se tratara de otra obra, o de otro
compromiso; ya que pocas veces logran un “feliz” encuentro. En
consecuencia, reitero que el material musical que se nos muestra, bien
pudo dar para una obra completa para orquesta (sin necesidad de la
presencia del piano), y que la parte del piano, bien puede dar para una
obra independiente, muy sobre la línea del actual Keith Jarrett, como
ya lo expliqué tangencialmente la entrega anterior. Fue por otra parte,
la primera vez que tuve la oportunidad de escuchar tal obra de Manuel
de Elías; por lo tanto, para emitir una mejor opinión respecto de ella,
necesitaría escucharla de nuevo, precisamente por la riqueza de
conceptos que propone. Supongo que existirá una grabación de ella a
cargo del solista, ya que integrar tal obra a su repertorio, y
precisamente por su dificultad, resultaría “ocioso” no manejarla en
diversas ocasiones y formatos. Si ello ocurre, emitiré las impresiones
que sean necesarias.
Me abrumó en demasía la enorme cantidad de ideas de la obra de
Manuel de Elías, que les aseguro, no recuerdo uno solo de los motivos
propuestos en la obra interpretada inicialmente, la titulada “Camino
Cerrado” de Román Revueltas Retes, la que también, por cierto, fue la
primera vez que la escuché: salvo un “chocante” motivo valsístico en el
“medio” de la composición, no puedo ubicar ahora el contexto general de
la obra, ni tampoco sus intenciones y resultados. ¿Tendré que
escucharla de nuevo?
Gracias por sus comentarios respecto de mis entregas anteriores. Sólo intento reseñar impresiones, no hacer historia…
[1] Weinstock, Herbert: “Tchaikovsky”, Biografías Gandesa, México, 1960.