En principio, y ante la petición expresa de interesados en el tema, complemento la idea de lo “decepcionante” que fue en su momento (sobre todo para Josef Stalin) el estreno de la Novena Sinfonía en Mi Bemol Mayor, Op. 70, de Dmitri Shostakovich, ya que “todo mundo”, esperaba la SUPERNOVENA. ¿Y por qué tal perspectiva? Pues no sólo por los elementos políticos y sociales ya expresados en la anterior entrega, sino por la propia estructura de la anterior sinfonía del citado autor: la Número 8, en Do Menor, Op. 65., que fue compuesta durante la guerra, precisamente en los meses decisivos que siguieron a la Batalla de Stalingrado (verano de 1943). De ella dijo el propio compositor: “…Esta obra refleja las ideas y los sentimientos que me inspiran las buenas noticias relativas a las primeras victorias del Ejército Rojo. Intento en ella anticipar el futuro inmediato, la época de la posguerra. La concepción filosófica de esta sinfonía se resume en pocas palabras: desaparecerá lo oscuro y lo indigno; triunfará loa bello…”. Y uno de los principales críticos musicales de la época, Antoine Goléa, dijo a su vez: “…En el siglo XX vive un músico que es posiblemente el único que pretende reflejar, utilizando los recursos sinfónicos, el drama humano más actual y más punzante. El romanticismo de Shostakovich, su ardor, su rabia y su entusiasmo expresan el sentimiento de toda una sociedad; en sus gigantescos frescos sinfónicos se escuchan los sollozos del dolor y la canción de la esperanza de todo un pueblo y de toda la humanidad…”. Y yo digo: ¡espectacular! ¿Qué les parecen los siguientes datos? Se estrenó en Nueva York el 2 de abril de 1944, bajo la dirección de Arthur Rodzinski; su grabación, se transmitió por 199 emisoras de Estados Unidos de Norteamérica y 99 de Latinoamérica; según cálculos aproximados tal sinfonía fue escuchada por más de 25 millones de personas en esa época; y no está de más anotar que en México la presentó Carlos Chávez el 26 de Mayo de 1944, con la Orquesta Sinfónica Nacional. Y además le digo, que podrá escuchar usted la versión que nos ofrece la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam, dirigida por Bernard Haitink, realizada en diciembre de 1982, en el espacio de “Club de Jazz Ramo XXXIII”, este martes 27 de Octubre, a partir de las 22:00 Horas, para que pueda constatar lo aquí afirmado.
Pero, ¿Qué fue lo que pasó con la versión, a cargo de la OSA, de la “Sinfonía No. 7 en La Mayor”, Op. 92 de Ludwig Van Beethoven (la “Apoteosis de la Danza”, según Héctor Berlioz), programada para el inicio del Cuarto Concierto de la temporada? Inusual dar comienzo a un evento de tal categoría con una sinfonía, y todavía más, si se trata de una de las “cumbres” de la música occidental; pero entiendo que ello ocurrió para dar paso al “estelar” Fernando de la Mora. ¿Necesario ello? Supongo que sí, si lo que se pretendía era demostrar las virtudes del Director Invitado, que en este caso lo fue Juan Carlos Lomónaco. Se afirma que la Séptima fue compuesta en una época de indudable esplendor en la carrera del compositor, ya que al mismo tiempo en que se trabajó con esta sinfonía, lo hizo con la Sonata para Piano No. 26 “Los Adioses”, el “Trío Archiduque” y el “Concierto para Piano y Orquesta No. 5, Emperador”. Se estrenó el 8 de diciembre de 1813, en la Universidad de Viena, en un “concierto a beneficio de los soldados bávaros y austriacos heridos en la batalla de Hanau”. La dirigió el propio Beethoven, y el público asistente, le “exigió” que repitiera íntegramente el fascinante segundo movimiento (un Allegretto, en lugar del habitual Andante), que es una de las páginas más bellas de la música occidental. Por ello, vale en extremo la pena el que constantemente se “programe” tal obra en la mayor parte de las salas de concierto.
¿Qué puedo decir al respecto de lo ocurrido la noche del viernes 23 de octubre? Pues nada: no pude obtener boleto para ingresar al Teatro Aguascalientes. Normalmente, en los viernes de temporada, llego al lugar entre las 20:30 y 20:40 horas; adquiero mi boleto en taquilla, cubriendo su importe, e ingreso a un normalmente “despejado” vestíbulo, y me coloco en donde considero pueda tener una mejor recepción. Pero resulta que algunos piensan que tengo “influencias” con algunas gentes del Instituto Cultural de Aguascalientes, y por ello se comunicaron telefónicamente conmigo para que les ayudase a la obtención de algunos boletos de entrada, porque siendo las 11:15 horas de ese viernes, se exhibía en la taquilla del teatro, el sorprendente aviso de “localidades agotadas”. Como sea, porque no hay tales “influencias” (por obvias razones), me comuniqué con algunas gentes involucradas en el medio, las cuales me informaron que en efecto, ya no había boletos, YA QUE HABIAN REALIZADO UNA CAMPAÑA UN DIA ANTES, PARA “REGALARLOS” AL PUBLICO INTERESADO, porque Fernando de la Mora se había “molestado” por el hecho de fijar precio para asistir a su presentación, y en virtud de que sus “honorarios” eran muy reducidos: mejor que fuera gratis.
Reitero ahora: me interesaba escuchar la versión de la Séptima de Beethoven, ya que para mí no resultaba atractivo el “escuchar” al citado De la Mora; iba yo por “medio concierto”, pero…
Luego algunos asistentes (por cierto felices y plenamente realizados) me enteran que el director huésped hizo honor a la última parte de su apellido Lomónaco, al acceder con el cantante a “recrearse” con el inefable Juan Gabriel, para solaz del “culto” y “gorrón” público congregado para la ocasión.
No acabo de entender entonces qué es lo que pretende el ICA con la OSA. ¿Complacer a todos los públicos, degradando la naturaleza de una entidad cultural que debe mantenerse para sus propios fines? ¿Alguna razón sería o justificación válida para “regalar” los boletos de acceso al concierto? ¿Por qué a mí nadie me regala nada? Considero que así no se dignificó la Séptima!…