El Ruido y la Furia - LJA Aguascalientes
23/11/2024

El ruido y la furia es una expresión de antiguo linaje, que proviene originalmente de Shakespeare, y que muchos años después fue retomada por William Faulkner para el título de su cuarta novela. Aparece por primera vez en Macbeth: “Una historia narrada por un necio, llena de ruido y furia que nada significa”. Pensé en ese título para este artículo, por las reminiscencias que me ha suscitado respecto a la discusión pública política de nuestros tiempos.

Los comentarios, las argumentaciones, las noticias del ámbito político en los Estados Unidos, Chile, Bolivia, Ecuador, Argentina y en nuestro propio país, conforman una discusión pública confusa, ambigua, contradictoria y poco inteligible, al menos en lo que a mí respecta. Los puntos de vista de los interlocutores en la conformación de esa opinión, salvo muy honrosas excepciones, frecuentemente son radicales, inamovibles, agresivos, descalificatorios e infundados.

Las descalificaciones a las personas predominan por encima del examen de las situaciones, lo que sugiere una tendencia hacia las falacias ad hominem que, como sabemos desde nuestra educación preparatoria, pueden ser evidentes sofismas lógicos. Es claro, por otra parte, que lo que decimos resulta de lo que pensamos. Por consiguiente, sería útil tener alguna apreciación sensata sobre la génesis del pensamiento en los humanos que explique, siquiera de un modo esquemático, la naturaleza de tanta ininteligibilidad en el discurso público.

Por lo que respecta a ese tema, me he encontrado con un artículo sobre la obra de Wilfred Bion. Justamente, este psicoanalista inglés elaboró una teoría acerca de la génesis del pensamiento en los humanos. A continuación, ofrezco un esquema de sus planteamientos o, mejor dicho, de mi interpretación de sus consideraciones sobre el tema. Por supuesto, recomiendo a quien se interese por este asunto la lectura directa de Bion. 

Para Bion, el pensamiento no emana de un proceso cognitivo, como suele aceptarse ordinariamente. Postula, desde su punto de vista, que, en su más tierna infancia, el niño experimenta emociones que exterioriza como puede. La madre, o quien cumple ese papel, recibe esas expresiones emocionales las reelabora y les asocia un significado que, según estima, le resultará aceptable al niño, regresándoselas en este nuevo formato. El niño, a su vez, recibe los pensamientos maternos y, a partir de ellos, comienza a formular los propios por mediación del proceso que consiste en tratar de darle sentido a su experiencia emocional.

Dicho proceso llega a producir dolor psíquico, y el origen de tal dolencia puede provenir de dos fuentes: la primera, que la madre, o quien hace ese papel, no haya sabido aportar las interpretaciones correctas de las experiencias emocionales primarias del niño, que se convierten en la materia prima de su propio pensamiento; la segunda, que el niño no proceda correctamente, en su propio proceso de dar sentido, de asumir la razón de ser de sus experiencias emotivas debido al temor y dolor que le representa hacerlo.

Por razón de estas anomalías quedan residuos de ese proceso, carentes de aceptación racional consciente y que se expresan como discursos sin sentido, agresivos y fantasiosos. Pensar es, entonces, parafraseando al eminente antropólogo catalán Lluís Duch, un empalabramiento del desarrollo de la experiencia emocional en busca de sentido, y no un proceso cognitivo racional, como se cree normalmente.

Si Bion tiene razón (lo que no tengo la competencia para asegurar) su teoría podría dar cuenta de las anomalías discursivas que se observan en el panorama político hoy en día. Además, de ello se desprenderían dos enseñanzas: la primera es que la educación de los niños, desde su más tierna infancia, juega un papel fundamental en su desarrollo intelectual; la segunda merece una explicación que incluyo en seguida.

Algunos buenos amigos me dicen que les doy excesiva importancia a la razón y a la consciencia en mis consideraciones sobre distintos asuntos. Acaso tengan razón, pero creo que de lo dicho se desprende la segunda enseñanza: al menos hay que ser consciente de que hay procesos mentales inconscientes motivados por emociones y que, en las discusiones que pretendan explicar y soportar la acción sobre la realidad política, es mejor usar la fría y escueta razón que la eventual dramática emoción disfrazada de argumento.


 

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