Como reza el título: tengo una enfermedad mental. Suena fuerte la frase ¿cierto? Pero es verdad. Y creo que es la primera vez que lo escribo con todas sus letras. Hace un par de años fui diagnosticado con una irregularidad en el cuerpo amigdalino, que es el encargado de regular la función lucha o huida (de Doña Wiki): La reacción de lucha o huida (también llamada reacción de lucha, huida o parálisis, hiperexcitación, o respuesta de estrés agudo) es una respuesta fisiológica ante la percepción de daño, ataque o amenaza a la supervivencia. Fue descrita inicialmente por Walter Bradford Cannon, indicando que los animales reaccionan con una descarga general del sistema nervioso simpático, preparándolos para luchar o escapar. Más específicamente, la médula adrenal produce una descarga de hormonas resultando en la secreción de catecolaminas. “La reacción es reconocida como la primera etapa de un síndrome de adaptación general que regula las respuestas de estrés de vertebrados y otros organismos. […] Las hormonas catecolaminas, como la adrenalina (epinefrina) o la noradrenalina (norepinefrina), facilitan respuestas físicas inmediatas asociadas a la preparación para una acción muscular violenta, incluyendo las siguientes: Aumento de la acción cardíaca y pulmonar, palidez, enrojecimiento o alternancia entre ambos, inhibición de la acción estomacal e intestinal hasta el punto de que la digestión se ralentiza o se detiene, efecto general en los esfínteres del cuerpo, constricción de los vasos sanguíneos en varias partes del cuerpo, liberación de las fuentes de energía metabólica (particularmente grasa y glucógeno) para la acción muscular, dilatación de los vasos sanguíneos de los músculos, inhibición de la glándula lagrimal (responsable de la producción de lágrimas) y de la salivación, dilatación de la pupila (midriasis), relajación de la vejiga, inhibición de la erección, exclusión auditiva (pérdida de audición), visión de túnel (pérdida de visión periférica), desinhibición de los reflejos medulares y temblores”.
Durante muchos años de mi vida (fue haciéndose notorio conforme crecieron mis responsabilidades y con ello el estrés) padecí algunos de estos síntomas, sin saber qué pasaba conmigo. Muchas veces fui injusto con personas conocidas y desconocidas y por supuesto, lo que más me duele, con personas que amo: me mostraba irritable e intolerante y después yo mismo me preguntaba por qué, no me reconocía. Sentía apatía por muchas cosas. La vida se fue volviendo complicada. Aunque lo que más me duele es el daño que he causado a personas que amo, también a nivel personal era un infierno. Muchas veces estuve seguro de que en un momento próximo iba a morir (varias de ellas, terminé en alguna clínica u hospital, sólo para que descartaran un infarto; compré un monitor de presión arterial que literalmente me acompañaba en mi día a día). Sentía que algo saldría mal, aunque no supiera qué. Que algo me perseguía, que pesaba sobre mí una maldición. Muchas veces descubrí moretones en mi pecho porque cuando me ponía mal me masajeaba con fuerza sobre el corazón, temiendo un paro cardiaco. Ante momentos de mucha tensión me sentía terriblemente asustado, fantaseaba con que algo malo me pasaría, que me asaltarían si caminaba por una calle, que mi pareja me abandonaría en cualquier momento, que mis padres o familiares seguro no me aceptaban. Todo esto lo viví por años. No pretendo descalificar a los psicólogos, aunque claramente no coincido con muchas terapias que no tienen sustento científico, pero lo más complicado es que, aunque aceptemos ir a terapia, muchas veces puede ser sólo un alivio momentáneo. Ir a un psiquiatra fue para mí romper con un tabú: cómo es que podía tener una enfermedad mental, me preguntaba. Mi vida ha cambiado. Tengo una dosis de medicamentos (que he ido reduciendo en acompañamiento) que me ha hecho ver la vida de manera totalmente distinta. Quienes me conocen pueden dar testimonio de que he cambiado mucho. Me he vuelto más seguro, tranquilo y afable. Evidentemente sigo teniendo errores en mis actitudes, pero en general ya por defecto de carácter y no porque sienta que algo se apodera de mí.
Pero no escribo esto para hablar de mí. Aunque es reparador hacerlo. Sino para hablar de la salud mental. No tomo a la ligera el asunto, justo por ello escribo. Entiendo que mi enfermedad es leve comparada con muchas otras (los trastornos de personalidad, los arranques maniacodepresivos, la esquizofrenia, por ejemplo). Soy un privilegiado y escribo desde esa condición. Tuve la fortuna de tener el recurso para ir a tratamiento y tener medicamentos (no es barato). Y aunque no conozco a detalle las condiciones de salud pública, no es sorpresa para nadie que la salud mental padece de menos interés que la “física” (son la misma cosa). La salud mental es un asunto de salud sin más. Debemos empezar a trabajar en ello. A nadie le daría “pena” ir al doctor porque tiene una infección en las vías respiratorias o un problema estomacal. Lo mismo debería suceder con la salud mental. Debemos empezar a romper con los estereotipos y los prejuicios. Debemos exigir un sistema de salud robusto, que incluya el particular de la salud mental. Debemos empezar a normalizar el preguntarnos si todo marcha bien en nuestro cerebro, de la misma forma que nos preocupamos por el estómago o la garganta. Un paso importante es la naturalización: la mente, la razón, son funciones del cerebro igual que la digestión lo es del estómago. No hay nada que lo distinga (más que semánticamente) si aceptamos una naturalización.
Una de las enfermedades más comunes es la de la ansiedad. Se presenta de formas insospechadas e invito a las y los lectores, se pregunten si podrían ser diagnosticables, su vida cambiaría. Al ser la que padezco, les comparto algunos síntomas que tengo y podríamos compartir: sentir que se acelera el pecho y/o la respiración; sentir un miedo profundo, como un presagio de que pasará algo malo; sentirse incómodo en el lugar donde uno está, sin explicación; sentirse especialmente desesperado o irritable ante la gente cuando hacen algo lento o de manera distinta a como nos gustaría; tener pensamientos negativos o intranquilidad antes de dormir; despertar y pasar el día con apatía; sentir poca apetencia por cosas que normalmente deberían atraernos; sentir poco deseo de socializar en cualquier ámbito; desde lo laboral hasta la reunión de esparcimiento; sentir hormigueos o comezón en momentos de angustia; sentir un miedo incontrolable ante los propios pensamientos, pensar que perderemos la razón. Aún a muchas personas les da miedo afrontarlo, preguntarse si son diagnosticables, o comentarlo si ya lo fueron. Vivimos en una sociedad que no solamente genera (por muchas razones) enfermedades mentales (como el polvo y el smog generan enfermedades respiratorias), sino que además castiga con vergüenza a quienes tenemos una condición fisiológica que nos mantiene en la condición de diagnosticables. Recuerdo un episodio de The Office en que Dwight encuentra una pastilla, denuncia a la encargada algo como: “he encontrado esta pastilla, es para la ansiedad, así que no es una pastilla para el cuerpo, sino para la mente. Es decir, para una enfermedad mental. Es decir, tenemos a una persona loca en la oficina”. La encargada le responde: “La mente es producto del cuerpo”. Así de contundente. Es importante la normalización. Es urgente la aceptación. Es deseable, mucho, el diálogo.
/Aguascalientesplural | @alexvzuniga | TT CIENCIA APLICADA