José Ramón Ruisánchez: la brecha entre la academia, el periodismo y la literatura - LJA Aguascalientes
25/11/2024

Debemos tener la modestia de entender el texto como un servicio, el escritor debe leer y pensar y sufrir para sus lectores. El escritor, en lugar del infinito narcisismo de dejar toda la labor para el lector, debe de ir y trabajar, pasar horas leyendo y corrigiendo”

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Yo creo que como horizonte, como meta de los que escribimos, tiene que haber ese compromiso con la investigación rigurosa, que es la parte académica; con la posibilidad de comprometerse con el presente inmediato, que es el periodismo; y con una prosa o un verso muy meditados para que puedan convertirse desde su primera aparición como literatura”

 

Dentro del Cuarto Coloquio de Periodismo Cultural, se llevó a cabo la presentación editorial de Inventario, una extensa recopilación de textos periodísticos de José Emilio Pacheco la cual comentaron Edilberto Aldán, Laura Emilia Pacheco (hija del autor) y José Ramón Ruisánchez Serra. Lo anterior como un esfuerzo por parte del Centro de Investigación y Estudios Literarios de Aguascalientes (Ciela Fraguas) para enriquecer el ejercicio de las letras en la ciudadanía local.

Una de las representaciones de la lengua se yergue en el sistema de escritura, el cual permite comunicar a través de distintos idiomas, géneros y otras posibilidades. Dicho sea el caso de artículos académicos, periodísticos o textos literarios, ramas que José Ramón Ruisánchez conoce desde su oficio como escritor y lector, quien además fungió como antologador de los tres tomos de la recopilación Inventario.

Adrián Flores (AF): En relación con este trabajo y tu colaboración en él ¿cuál fue la experiencia y la labor para poder escoger los textos que aparecen ahí?

José Ramón Ruisánchez (JRR): Mira, fue infernal. Yo creo que con el total de los inventarios escritos por José Emilio Pacheco (JEP), se podría editar un trabajo de doce tomos del tamaño de los tres que salieron, algo así. La selección inicial, y esto es un mérito suyo, la hace Eduardo Antonio Parra y luego la refinamos, la cortamos un poco más Héctor Manjarrez, Paloma Villegas y yo, junto con Parra mismo, quien releyó parte de la selección. Entonces, lo que tratamos de hacer es que los libros al mismo tiempo fueran representativos de lo que fue esta columna sostenida entre 1973 y 2016, y por otra parte que resultaran interesantes en sí mismos. Para mí se pueden leer al azar; puedes irte al índice y decir “ah, yo quiero leer todo lo que escribió sobre Gutiérrez Nájera”, o irlos leyendo cronológicamente, como están presentados. El índice permite ir y venir, navegar los textos de manera atemporal y descubrir la brillantez, ya no sólo conjunta, sino individual de cada escrito.

Lo que hicimos fue leer todo el material que había seleccionado Parra y votar lo que se decidió que era lo más importante, ojo, no lo mejor o peor escrito, porque todos gozaban de una erudición característica de Pacheco, y eso se quedó. Por eso fue infernal, difícil. No hay falla en la escritura, por eso se decidió hacer votaciones.


AF: ¿Cómo se acudió a ti para realizar esta selección? ¿cuál fue tu relación con el maestro?

JRR: José Emilio fue, además de una de mis lecturas desde muy joven, mi profesor en la Universidad de Maryland, y siempre me pareció pertinente que su trabajo fuera un legado para la posteridad. Yo creo que fue eso, la posibilidad de una cercanía. Desde luego todos los que aportamos, conocimos a José Emilio pero somos de generaciones un tanto distintas, quizá por eso. 

AF: JEP fue reconocido extraordinariamente en dichos estratos ¿cuál es la relación que une dentro de una misma esfera estos mente en el ámbito literario, periodístico y hasta académico. Tú también has estado en tres ejercicios de la letra?

JRR: Mi maestro, en su libro de Borges, que acaba de aparecer este año, dice que la ética de Borges se reducía a hacer bien lo que hacía, siempre; la de José Emilio también. Entonces, entendía muy claramente que no estaba peleado el escribir un artículo periodístico, el cual que iban a leer muchísimas personas, con que, en ese mismo trabajo, se usarán fuentes académicas especializadas. No hay una pelea si el trabajo está bien hecho: JEP alguna vez publicó el mismo artículo en su inventario y luego se lo pidieron en una revista académica, que a mí eso me parece admirable; lograr que un artículo pudiera divulgar, que la gente lo entendiera y apreciara no es sencillo. Si logras que un artículo esté lo suficientemente bien escrito, lo suficientemente bien investigado, no hay pelea, no hay diferencia.

Ahora, sí hay separaciones. Hay que decirlo, la academia tiene ciertas exigencias que de repente empantanan un poco su prosa, no es tan disfrutable. Yo creo que como horizonte, como meta de los que escribimos, tiene que haber ese compromiso con la investigación rigurosa, que es la parte académica; con la posibilidad de comprometerse con el presente inmediato, que es el periodismo; y con una prosa o un verso muy meditados para que puedan convertirse desde su primera aparición como literatura.

AF: Por su naturaleza, la sensibilidad o sencillez del lenguaje se pierde un poco más en el ámbito académico; como mencionas, puede empantanarse un poco ¿en la literatura se conservan más dichas cualidades?

JRR: Sí, lo que pasa es que también hay riesgos, como en los ensayos, que van más allá que proceder de un yo, como naturalmente sucede; el problema es que sea egocéntrico y que sea perezoso, que sea solamente un ensayo de pareceres, opinares y que no haya un diálogo con crítica, con una crítica que se dedique realmente a hacer crítica. Esta exclusión de lo académico es el riesgo de un trabajo que tiene que ver más con lo que sucede en Twitter que con una tradición de pensamiento, de generosidad y de diálogo. Sí, de repente la academia pierde en términos de prosa, así como a veces la literatura pierde en términos de pensamiento o rigor. Creo que el balance se jacta en un compromiso con lo que se está escribiendo, más allá de su género o rama. Es posible escribir, investigar, dialogar, darle la palabra al otro que sabe más de un tema que tú. Es posible y es necesario.

AF: En la presentación de Inventario comentabas que hay que distinguir entre el periodismo cultural y sobre la cultura ¿cuál es esa diferencia y, más allá de eso, cómo poder llegar al verdadero periodismo cultural?

JRR: Hay un periodismo tan extraordinariamente bien escrito, tan rigurosamente escrito, que se convierte en parte de la textura cultural de manera inmediata ¿por qué? Porque es relevante en términos noticiosos, pero al mismo tiempo no deja de tener como base un acervo que hace que hable por sí mismo. No importa en qué sección aparezca. Ejemplo, algunas de las columnas de Paul Krugman, premio Nobel en Economía, que se ocupa del día a día, están tan bien pensadas, tan mordazmente escritas que son parte ya de la cultura y que también uno puede imaginarlas como parte un libro. 

El periodismo que ejerce Juan Villoro, desde mi perspectiva, me parece que está escrito muy bien. Uno lee a Juan Villoro en un periódico y es Juan Villoro y suena a Juan Villoro, no importando si aparece en la sección editorial, si aparece en la sección cultural o en un suplemento. Eso es el periodismo como cultura. Lo que no me parece tan venturoso, es un periodismo que no tiene la tensión en cuanto a la prosa y sencillamente se ocupa de algo que consideramos cultura porque aparece en una sección que se llama así, o en un suplemento, pero esto no garantiza nada en cuanto a su real factura. Lo verdaderamente valioso es la factura prosística y el rigor intelectual.

Es decir, si un reseñista se ocupa de un libro, pero no ha leído el resto de la obra de ese autor, difícilmente esa reseña puede sobrevivir a la novedad. En cambio, cuando hay el rigor y la paciencia de haber leído todo lo de ese autor, esa reseña hará una labor de conversación entre toda la obra del autor que dará un resultado digno de la novedad y de considerarse como literario.

AF: Aquí entra también entra la autocorrección ¿correcto?

JRR: exacto, el escritor tiene que escribir bajo un rigor y disciplina, pero para él, no para sus lectores. Gabriel Zaid decía, si tú pierdes dos horas corrigiendo una oración para ahorrarle un segundo a los lectores, pues bueno, si tienes diez mil lectores, valió la pena: ahorraste diez mil segundos.

Hay que obligarse a escribir con la mejor sintaxis posible para que las oraciones, cada una de ellas, sea directamente comprensible, clara, informativa. Eso debe hacerse, por ejemplo, en la poesía donde se tiene más oportunidad de hacerlo, como hasta en el periodismo, donde no se tiene la completa libertad del tiempo.

AF: ¿Qué recomendación darías para las nuevas generaciones de escritores que se ejercen, o intentan, en la literatura, academia o periodismo?

JRR: Debemos tener la modestia de entender el texto como un servicio, el escritor debe leer y pensar y sufrir para sus lectores. El escritor, en lugar del infinito narcisismo de dejar toda la labor para el lector, debe de ir y trabajar, pasar horas leyendo y corrigiendo. Debe ser alguien que, para darse el lujo de publicar una página debe leer cien ¿no? Para escribir un libro debe leer 100. Creo que eso es muy importante, el entender que la literatura, así como el periodismo y la academia, también debe tratarse para los demás y no sólo de tu interés, de tu ocurrencia. Más bien es preguntarse ¿qué le voy a decir a la otra persona? El pensar en esa posibilidad de servir es importante, creo yo. 

AF: Entender la labor del escritor como una conversación que se genera precisamente desde ser un buen lector ¿no?

JRR: El asunto es, tú como lector tienes la sensación de que estás leyendo a un escritor, pero en realidad cuando lo lees, estás leyendo siempre en él todo el acervo que el escritor poseía. Y no sólo literario, también musical, cinematográfico, etc. Por ejemplo, gracias a que lees a JEP te enteras de momentos clave, no sé, del pensamiento de Walter Benjamin, por decir algo. Al autor de las columnas del inventario le gustaba mucho reconocer un dictum de Benjamin: todo monumento de cultura es a la vez, inevitablemente, un monumento de barbarie. Siempre que estás leyendo a José Emilio, está presente Ramón López Velarde, está presente su meditación sobre el siglo XIX, está presente su meditación entre las conexiones de la economía, tecnología y los géneros que se practican.

Esta posibilidad de enseñarnos no sólo el trabajo de quien leemos, sino de lo que también lo diseñó como escritor es lo más importante: si tú sólo estás leyendo a un autor, a lo mejor ese autor no vale tanto la pena, en cambio, si ese autor te abre las puertas de sus propias lecturas y encuentras un diálogo sincero, entonces estamos hablando de un trabajo valioso. 


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